GRACIAS POR SER TAN FACHAS
DAVID TORRES
Una de las cosas que hay que agradecerle a la derecha en este país es su habilidad para poner sobre el tapete informativo asuntos tan importantes, postergados y delicados como la poesía, la memoria histórica o el feminismo, y además conseguir que todo el mundo se interese por ellos. En este sentido, pocos pueden compararse con el alcalde de Madrid, Martínez Almeida, un hombre que ya dio pistas de su peculiar sentido del espectáculo cuando dijo que salvaría Notre Dame antes que la selva amazónica porque Notre Dame es un símbolo de Europa. Por la misma razón y al simple precio del escándalo que formó al arrancar dos placas en el Memorial de las Víctimas de la Guerra Civil en el cementerio de la Almudena, Almeida logró que media España volviera a hablar de las Trece Rosas y que la otra media se pusiera a leer a Miguel Hernández, aunque sólo fuesen tres poemas.
Por primera vez en mucho tiempo,
en la calle, en los bares, en las redes sociales, gente de todas las edades se
ponía a leer y compartir con un entusiasmo inédito la Elegía a Ramón Sijé, El
niño yuntero o las Nanas de la cebolla. Como no hay nada mejor para insuflarle
vida a un poeta que ponerle una losa encima, cabe pensar si Almeida, detrás de
esa pinta atolondrada de gerente de ultramarinos, no ocultará detrás un
humanista. Carmena intentó hacer algo similar sembrando versos antipersona en
los pasos de cebra que los leías de refilón y daban ganas de hacerse
analfabeto. Habría que financiar cinco o seis campañas millonarias de fomento
de la lectura para igualar la libre circulación de belleza literaria que logró
el efecto Almeida. No se veía una pasión popular por la poesía en general y por
Miguel Hernández en particular desde finales de los sesenta y principios de los
setenta, cuando Serrat publicó sendos discos dedicados uno al poeta de Orihuela
y otro a Antonio Machado.
Más impresionante aun ha sido la
respuesta ante la iniciativa de Vox de borrar el mural feminista de Ciudad
Lineal, una propuesta que se encontró de pronto con la revuelta de los vecinos,
siguió con una sacudida en los medios y terminó con un terremoto: nadie le
había hecho ni puñetero caso al mural y de repente estaba en el centro de la
polémica. Lo más gracioso de todo es que, en 2018, representantes del PP y
Ciudadanos habían apoyado el simbolismo político del mural: dos años después
ambas formaciones seguían la comba machista de Vox. De repente les fastidiaba
la denuncia explícita de la violencia de género y la reivindicación de la
ideología izquierdista. Almeida, siempre al quite, propuso sustituir a las
quince adalides del feminismo por quince atletas paralímpicos, con lo que dejó
meridianamente claro el rasero con el que la derecha mide a las mujeres.
Una vez más, el efecto Almeida ha
resultado clamoroso, con repercusiones a nivel internacional. Personalmente,
tengo que agradecerle al alcalde y a sus costaleros de la derecha la publicidad
dada a varias figuras esenciales del feminismo de las que, lo reconozco, no
tenía ni idea. Más allá de nombres célebres como Rosa Parks o Rigoberta Menchú,
desconocía por completo el heroísmo de Kanno Sugako, la periodista y activista
japonesa que fue ejecutada en 1911, acusada de un complot contra el emperador,
y que denunció en numerosas ocasiones la opresión secular que sufren las
mujeres bajo el repugnante machismo de la cultura nipona. El tiro por la culata
ha servido, incluso, para que Begoña Villacís abogara por una patética defensa
de un feminismo de derechas: se preguntaba, por ejemplo, por qué entre las
quince feministas del mural no estaba Margaret Thatcher. La propia Dama de
Hierro le respondía en un video digno de Paco Martínez Soria, porque lo más
cerca que estuvo jamás del feminismo Thatcher fue en ese sketch de Spitting
Image en el que entraba a mear de pie en un servicio de caballeros.
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