“IN MEMORIAM”
QUICOPURRIÑOS,
Comienzo este relato de hoy, pidiendo disculpas a Mercedes, que
me escribió “quejándose “ porque hace días que no escribo. Literalmente me
decía: “Hola, cómo estás? Ya no escribes los cuentos o relatos. Los echo de
menos. Mándame algo”.
Y es cierto
Mercedes, pero motivos habían. Una mudanza, que siempre trastoca, pero sobre
todo, el mazazo de la noticia que se extendió, como reguero de pólvora, por el
barrio: el sorpresivo fallecimiento de J.C.
Conocí a J.C. hace más de diez años y desde el primer momento hicimos migas. Se había licenciado en derecho y se hizo procurador. Pero, una epilepsia rabiosa que le acompañaba desde su niñez, le impidió seguir ejerciendo sus buenos oficios. J.C. es de las personas más cultas que se han cruzado en mi vida. Con una memoria prodigiosa, fuera para historia o cultura en general, como para letras de canciones, fueran boleros, corridos mejicanos, Isas o Folias o baladas de los Beatles. Y disfrutaba de esas parrandas que organizábamos en el barrio, siempre en la misma terraza de un bar de La Rambla Pulido. A ellas acudíamos muchos, y sentado, siempre a su izquierda, un argentino “malaspulgas”, que lo picaba equivocándose a posta con la letra de la canción que entonáramos, para que él saltara y le corrigiera. ¡Aaasiii nooo eees!,le gritaba J.C. al de la Pampa. Una y mil veces se lo hacía, y una y mil veces J.C. picaba, lo que provocaba la risa del resto. Y tres semanas o un mes después se repetía la historia. Mismos personajes, casi mismas canciones y vuelta a equivocarse y otra vez J.C. enfadado.
Caminaba rumbo a
casa cuando recibí el jarro de agua fría de su partida de este mundo. Pero tú
estás segura, pregunté. Claro que sí, me lo dijo una de las cajeras del
supermercado, que se lo había comentado la Sra. que le cuida, que al llegar lo
encontró caído en la casa. Un infarto, decían. Nada se pudo hacer.
Con pena en el
alma se corrió la voz. Al barbero cuando se lo comenté quedó erizado. Si lo vi
hace una semana dijo. Claro, el mismo día que yo, le contesté. Y lo encontré
animado, pues llevaba meses sin salir de casa, algo habitual en él cuando no se
encontraba bien, o estaba con los ánimos bajos. Tan feliz que le vi que me dijo
de reunirnos a cantar. Y le dije que sí, pero que tenía que comprarme dos
cuerdas de la guitarra, que rotas llevaban tiempo, casi tanto como el que ha
pasado sin reunirnos otra vez. Con el compromiso de adquirir las cuerdas, a
costa de su peculio, en “Musicanarias” nos despedimos.
Ya estábamos en
eso de organizar una misa en su memoria, en la Parroquia del Sagrado Corazón
que es la que le correspondía por domicilio, con esquela incluida claro, a cuyo
fin se formó una comisión gestora vecinal a tal objeto, cuando salta la noticia
de que J.C. estaba vivito y coleando. Vamos que no había muerto ¿Cómo, dije
yo?, ¿Cómo, dijo la camarera del Bar?, ¿Cómo dijeron todos? y ¿Cómo dijo el
Barbero?. Es más el barbero, contento como no por el desmentido, me dijo:
Quico, imagina que un día de esos que abro más temprano, medio dormido todavía,
me encuentro al desgarbado y flaco ese del casco ( a J.C. con el fin de evitar
que cada vez que sufría una de sus múltiples caídas a consecuencias de los
ataques epilépticos que sufría, le obligamos a usar casco, uno de hípica fue el
elegido y adquirido en “Optica Rieu” de la chicharrera calle del Castillo por
otra comisión gestora constituida a tal fin. El uso del casco fue una “condictio
sine qua non” que le impusimos para estar en nuestra compañía y
compartir tenderetes, lo que aceptó a regañadientes pero con resignación). Me
lo encuentro, seguía diciéndome el barbero balbuzeando, bajando c/ Benavides
abajo en dirección a mi “Barbería”…pues me da un infarto, al ver al fantasma,
al espíritu de J.C. viniendo a pedir hora para que le afeite la barba
endiablada que tenía, la que durante más de veinte años le arreglé, y…seguía
nervioso, ¿cómo le afeito yo la barba a un muerto?.
Aclarada la cosa,
que había sido un bulo propagado por ya no se sabe quién, ni con qué objeto, la
alegría volvió a nuestros rostros. Y después, surgió, cómo no, el cachondeo y también
las risas. Que nó, que J.C. no estaba muerto, que estaba de parranda. O
un, esto no es serio J.C. o te mueres
bien muerto, como debe ser o te quedas, pero jugar con los sentimientos de los
amigos, eso no, eso no es propio de un caballero como tú.
La normalidad ha
vuelto a estas calles. J.C. sigue en su casa más vivo que nunca. Sigo esperando
las cuerdas de aquél que no estaba muerto, sino que estaba de parranda, para,
esta vez sí, con él vivo, con el vivo, volver a compartir un rato de música y
canciones en una terraza cualquiera. Y que vuelva el argentino a equivocarse,
para volver a ver a J.C. enfadado, corrigiéndolo, queee…¡ así no es, que así no
es!.
Y mientras aguardamos
a que el de la guadaña llegue de verdad, para llevarse a J.C., como vendrá a
por el resto cuando a cada uno toque, lo que iba a ser un “In Memoriam” tendrá
que seguir esperando.
quicopurriños, a 28 de enero de 2012, día en
el que el Barrio seguimos vivos, hice recuento, antes de empezar a escribir, y
estábamos todos.
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