sábado, 23 de enero de 2021

EL ESPERANZADO Cuento José Rivero Vivas

 

EL ESPERANZADO

Cuento

José Rivero Vivas

Del libro:

EL EUNUCO

José Rivero Vivas

Obra: C.07 (a.07)

(ISBN: 978-84-9941-057-9)

D.L. 2348 – 2009:

Ediciones IDEA,

Islas Canarias.

Diciembre de2009

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Tenerife

Islas Canarias

Junio de 2020

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José Rivero Vivas

EL ESPERANZADO

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Su impotencia recrudece y amengua su pasión de vida.

“¿Qué puedo hacer para salir a flote?”.

Olvidó en la isla aquel tesoro hallado cerca del monte y carece de recursos para paliar su ruina. Así pasa las horas embebecido en la persecución de método ideal que le permita circular libremente por entre un mundo de dificultades y obstáculos. Su pensamiento rueda a distinta época de su historia anhelando descubrir en lontananza vestigios de quienes un día lucharon a su lado. Pero fue tan cruel la reprimenda que dio a los muchachos, que no confía en avenencia posible, aunque se produzca el reencuentro fortuito. Perdió hilo en lo que hacía y ordenó el castigo, Desde ese instante se ve desposeído de armonía y concentración, y lo siente de verdad. En fin, no consideraba llegada la ocasión de recordar zarandajas ocurridas una vez como si fueran pensamientos dignos de tenerse en cuenta para la posteridad.

Su mente es un torbellino donde naufragan sus ansias de entender cuanto acaece en torno. Su fantasía se ha esfumado junto con su sentido de la realidad. Vive fuera del tiempo y se encuentra inmerso en él cual si fuera barco y pez y anduviera en la mar.

Sin embargo, se acabó en sí mismo el hombre que otras veces solía soñar. Ahora, con la realidad frente a frente, al costado y por detrás, es imposible que sueñe. Dormir quisiera profundamente, aunque no obtiene el descanso por más que lo desee y se tumbe en la cama tratando de cerrar los ojos cuanto precisa. Pero soñar, no sueña: ni despierto ni cansado ni acostado ni durmiendo. Ni aun andando sueña, cosa que antes solía. Iba de paseo a lo largo de aquella tétrica avenida y su pensamiento le saltaba delante mismo, yendo de piedra en piedra cual si cruzara un arroyo, un torrente o franqueara un manantial. Hoy, en cambio, va sentado en su poltrona y no intenta moverse por temor a desvarío, a extraviarse en el camino o descarriar el sendero.

“Qué falta me hacen mis sueños. ¿De qué vivir, si no encuentro pie ni cabeza en este desbarajuste que me rodea?”.

*

No quisiera verse incluido en párrafos clandestinos de revista humorada, y piensa ¿cuántos años ya sin hablar de amor? Fue el decurso tan veloz que diluyó el encanto de las mujeres amadas lo mismo que el de aquellas a quienes adoró a cambio de una sonrisa nunca a él dirigida, quizá por no representar valor alguno para ellas ni tampoco para quienes figuraron entre los mejores y aun los peores ejemplares, sin saber a qué atenerse ni poder desdoblar el encanto aquel que prodigaron las voces elocuentes de las sirenas cuando embrujaron con su son al osado navegante de la antigüedad.

“Vengan las voces a mí, y calle ese trino canoro de ave alegre en el portal.

“Ya oigo la voz, Qué bien canta. Me entristece la melodía que entona; no obstante, persevero junto al aparato oyendo el aria ensoñador.

“¿Me gusta la música? No sé. Escucho porque me hace sentir. Nada más. Me importa un comino si hago bien o no en escuchar siendo profano.

“La voz es formidable. Canta divinamente. Conste que no aguardo a que el crítico de turno diga mañana si la soprano posee voz cálida, timbre nacarado y amplia tesitura. Me gusta, y la escucho. Si canta Norma, Don Carlos o Manon, es algo que no me inquieta. Sigo su canto y en breve trataré de familiarizarme con la obra que esta noche interpreta. Eso, si no me canso antes y me voy a la cama dejando la radio encendida para coger mejor el sueño.

“Ay. No va a ser posible. Ahora mismo estallan los aplausos. Qué éxito”.

Continúa pues en la brecha de afianzar leyes y argumentos donde apenas existe un mamotreto rocoso sobre el que apoyar el brazo encima del hacedor enigmático de todo ambiente terreno ubicado más acá del enjuiciamiento espontáneo desarrollado antes de la conquista del reino abrupto por huestes de Menelao el Asombroso, único rey existente en los anales de la Historia.

*

Vuelve a sentir fiebre en la avenida maloliente por donde transita y pasea el capitán de barco llegado de más allá del horizonte.

Se halla hundido en la monotonía que marca el ruido de esa máquina torturadora, funcionando día y noche, sin parar, junto a la cabecera de su cama. No basta para subvenir a sus necesidades que se zambulla en mitad del océano nostálgico que anega su espíritu. Tiene que pechar con la adversidad. Salir fuera es su deber inexcusable y su obligación urgente. Ha de ir más allá de sí mismo para convertirse en individuo práctico y eficaz, de manera que puede ir adelante en esa singladura arriesgada y sin alivio. Tendrá que vivir sufridamente y abnegado aguantar para que no lo aplaste la pobreza ni lo sepulten las aguas procelosas del océano que admira.

Perdió noción de las cosas reales para encontrar el enfrascamiento idóneo de la imaginación y la fábula. Todo en vano. Transcurren los años y aún permanece en la claridad medianera que le proporciona el bajo dintel de la puerta que da acceso a la muralla levantada para impedimento brutal de quien ambiciona ir más allá de los límites que establece el juego.

“Si pudiera quedarme quieto pensando en cuanto añoro... Pero no va a ser posible. Pude hacerlo antes, cuando apenas tenía veinte años, o tal vez cumplía cuarenta. Quién sabe. Vivo sin edad, y no alcanzo a distinguir las diferentes etapas de mi existir. Hasta cierto punto soy capaz de adaptarme y soportar mi destino sin apartarme en mi línea ni abandonar mi quehacer”.

Hoy, al cabo del tiempo, se sienta en ese muro y contempla el transcurso del día sin participar en andadura alguna que merezca ser contada cuando el presente sea historia y los hombres se afanen en averiguar su incógnita por cauce de investigación y tertulia.

*

¿Para qué le valen esas reflexiones que de palabra vierte frente a la inmensidad marina, que parece escucharlo, aun cuando nunca conteste, como no sea con el estallido de las olas batiendo constantes contra el tajamar?

Son incontables los meses de desasosiego. El furor le come. Precisa calmar sus ímpetus si quiere evitar un descalabro en su norma y conducta. Y es que su comportamiento le duele a menudo. Pero hubo de mostrarse inflexible y duro para no caer bajo la tenaza de la tiranía que a su alrededor se implantaba. Sabe que actuó excedido en su celo y se echó fuera de sus lindes, que sus dominios eran otros y su acción debía constreñirse al reducido campo que la ley le otorgaba como morada a miembro desheredado de afanes puros. Por eso hoy su encierro es más encierro, pese al dilatado espacio que de continuo trilla. Tres carceleros vigilan su permanencia en las celdas del castillo. Aun sin salir de entre rejas, alguien advierte su desplazamiento y grita exigiendo su presencia. Todavía no ha logrado moverse cuando ya el segundo reivindica lo que el primero y suena la voz del tercero entonando parecida cantilena.

Necesita mejorar, y le será difícil. La situación empeora por momentos. Tiene que buscar remedio si no quiere verse arrastrado a la miseria abominable. Son muchos los años que cuelgan de su aventura y aún no ha tropezado el filón de oro con que llenar sus arcas y enriquecer su solar. Por ello tiembla ante la idea de caer más abajo sin tener un ochavo para sufragar expensas de cobijo y manutención. ¿Cómo conseguir dinero con que satisfacer gastos mínimos de viejo caduco sin retiro ni refugio que le permitan sobrellevar los años restantes de vida y enfermedad?

“No tengo ya ganas de continuar pensando. Mis problemas son tantos que sobrepasan mi entereza. No puedo dedicarme a lo que siempre he sido dado porque mis energías acaban. Tengo además el espíritu magullado. Todas las fuerzas actúan contra mí y no hallo manera de imponer mi criterio frente a esta muralla altísima que amenaza ruina, pero no se resquebraja y nunca cae por más que sus piedras estén corroídas por el agua salada y el musgo que daña su superficie pulida durante infinitos años”.

Perdida la facilidad de invención, nada le resta por hacer en este mundo. La mente se le ha fugado detrás de su última quimera y está empecinado, sin fantasía ni imaginación ni facultad ninguna que le inspire trama para su cuento ni argumento para su novela ni mucho menos le proporcione episodios para su historia. Hundido va consigo en una barcaza sin remos, sin velas y sin motor que la impulse sobre las olas para embarrancar en cualquier playa, estrellarse contra el acantilado o quedar encallada sobre las rocas.

*

Una tenue columna de humo fue la señal de llegada. Luego surgió el velamen, el puente, el casco, las aguas... El barco estaba ya en la bahía, y los marineros sin faenar el atraque.

¿Qué pasaba?

Motín a bordo.

Y la máquina en marcha.

*

“Mi espacio ha sido siempre invadido por ruidos extraños capaces de desequilibrar mi natural ya de por sí precario y quebradizo”.

De nada vale que se ponga triste y lloricón. Se vive con ansias, o se abandona la vida. Estar siempre sobre el lamento es cualidad de poca altura. Si no se tiene raigambre, vale más callar, recoger llanto y amargura y no llenar el vacío de quejumbre y desolación. Partirse el alma no procede. Es preferible dejarla entera y que more en su rescoldo tibio antes que lanzarla al espacio rogándole que no vuelva.

“Seguiré pues rodando pendiente abajo hasta perderme en la oscuridad mayor”.

Está asfixiado. Imposible continuar en pareja situación. Lo vence la grima. Ya nada le es dable en este estado de cosas que en torno suyo acaecen.

Pero sus años más felices no han venido todavía, y tiene la esperanza de que un día lleguen, aun cuando exista opuesta voluntad, lista para interferir en su proceso.

“Han de arribar una vez, y entonces cantaré, como nunca, mi mejor canción de amor”.

*

Entrado que hubo en el puerto, el buque quedó varado frente al dique sur, exactamente en la explanada que da acceso al muelle de ribera.

 

“vivo en un barco encallado 

en el fondo de una cesta

navegar es imposible

pues no hay agua en derredor

el río no es tributario

ni es afluente mayor

el lago es sólo un estanque

de mínima dimensión

mis sueños de marinero

perecen en el olvido

que no hay forma de hacer rumbo

si no me lleva mi nave

cuesta arriba de la mar

pero aun estando varado

el barco funciona a tope

y ruge su maquinaria

de la mañana a la noche

 

            

loco estoy

ensordecido

y al contramaestre imploro

silencio

silencio sólo

para poder descansar

para dormir y soñar

para reposar tranquilo

y vivir sin miedo alguno

de enfermedad

desvarío

ensoñación y dilema

 

las máquinas se enfurecen

cuando el gas las acelera

y humea negro carbón

la gigante chimenea

nadie me pregunte si

vivo mejor o peor

todos suponen morar

en terrenal paraíso

pese a que ruido y sordera

conjuntan un laberinto

que no se oye ni se siente

pues no hay quien emita un grito

y mi barco en la ribera

se mueve a ritmo y compás

de un rumbo disparatado

que no acierto a definir

por más estudio que intento

sobre la carta marina

 

un vendaval lo sacude

sin abandonar la costa

los bandazos son extremos

los mástiles se estremecen

silban arriba las jarcias

las velas desmanteladas

hinchan sus fondos vacíos

y el bergantín se desplaza

por sobre piedras y barro

acunándose garboso

majestuoso y erguido

 

navego

no estoy soñando

me encasqueto la visera      

y me afianzo en el timón

renazco

vibro presa de emoción

vuelvo a ser lobo marino

 

mas ay

poco dura la ilusión

una ráfaga de viento

llena mis ojos de arena

y mi cerebro oscurece

 

al abrirlos nuevamente

advierto que mi quimera

lánguida se desvanece”

*

Un silencio no habitual se produjo en un momento. La expectación cundió en los curiosos, y todas las miradas convergieron en el puente. Mas, el capitán no asomaba. Su presencia no existía, y pese a ser reclamado, el hombre no acudía a cumplir con su deber.

El silencio tomó cuerpo otra vez, y el tiempo discurrió pausado y lento.

De pronto surgió el tropel. Un nutrido grupo de marineros irrumpió en cubierta. Arrastraban con ellos a la oficialidad.

Cuando estuvieron arriba, uno de ellos, erigiéndose en representante de los demás, tomó la palabra para explicar los acontecimientos y coordinar la acción. Luego, tras breve arenga, buscando animar a la tripulación sublevada, ordenó que los mandos fueran depositados en tierra sin dilación.

El barco zarpó en seguida rumbo a puerto desconocido. Su silueta quedó un instante confundida en el horizonte, y ya nunca más se supo de su rebelión ni de sus distintas travesías.

Los oficiales se apresuraron a desaparecer del contorno sin aguardar orden escrita que les dictase norma a seguir. Y nada más se hubiese sabido de aquella gesta de no quedar el capitán como testimonio absoluto del atropello cometido contra su persona, suceso imperdonable ocurrido un día aciago que oscureció su memoria.      

*

“Mi espíritu estaba abocado a ser algo más que barruntos de un alma errante. ¿Qué soy? Nada. Ni siquiera hombre como debiera. Me azoto yo mismo por no haber roto la cabeza de quien más tarde me arrebató la nave de mi ensoñación. Ecos lejanos de la mar me llaman a destiempo en esta callada melancolía que de continuo se me adueña. Tal vez la tristeza que me proporciona esta visión sea causa de que no olvide en conciencia hechos odiosos acaecidos para mi mal.

“Mas, ¿cómo olvidar si es permanente el recuerdo? Imposible. Mi mente está anquilosada, sin porosidad ni entendimiento. No consigo evadir ese punto fijo que absorbe mi interés y descompone mi tino. Esta situación se prolonga demasiado, con lo que aumenta su vigencia ante mí y al final trastorna mi compostura.”

No puede el hombre hilar cosa con cosa, pero siente ganas irreprimibles de hablar aunque su pensamiento se disperse entre las brumas de su agotado cerebro. Qué importa si su charla es monólogo y éste resulta discurso majadero de ególatra empedernido. Lo importante es que mientras habla, desahoga y mata el desconcierto que está acabando su vida. Pero no tiene tema que alegar y se encierra el santo día en declarado mutismo sin apenas reflejar cuanto abriga en su interior, cual si temiera que hicieran irrupción inesperadamente los sucesos acontecidos entonces.

“Temer, ¿por qué? Si he de enfrentarme a quién sea, ahí están los hechos”.

De esta manera va empujando fuera de sí la poca inclinación que siente de ponerse a contemplar la marea desatada, que nunca le infundió pavor y ahora lo mantiene arrumbado en perenne varadura.

“Si no me cayeran encima los enredos que confunden mi aparejo, fuerzas tendría para desechar males que me baldan; pero la traición desguazó mi atuendo, y desnudo fue imposible alcanzar la meta prevista para antes del amanecer. Luego...”

Tiempos penosos atraviesa. Si no logra afianzar los pies en la tierra, la caída será tremenda. Unas horas de sueño no suponen descanso suficiente para llevar a cabo una tarea que incrementa su peso ostensiblemente, y él no cuenta con fuerzas para emprender vuelo hacia el origen del viento... Su debilidad le obliga a quedarse quieto en el mismo sitio aunque deje pasar la gran oportunidad de su vida.

“Me importa lo mismo si no avanzo que si vienen a buscarme y me niegan navegar”.

*

Hoy, pasados los años, todavía pasea el capitán por horrorosa avenida, atisbando el horizonte, en espera de que un día aparezca su barco, reclamando su presencia, el aporte de su sabiduría y su experiencia para surcar los océanos y terminar su deriva.

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José Rivero Vivas

EL ESPERANZADO

Del libro:

EL EUNUCO

José Rivero Vivas

Obra: C.07 (a.07)

(ISBN: 978-84-9941-057-9)

D.L. 2348 – 2009

Ediciones IDEA

Islas Canarias.

Diciembre de2009

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Junio de 2020

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