‘YOUTUBERS’ ANDORRANOS, LOS
INCENTIVOS Y EL PATRIOTA
Hay quienes piensan que la fama y el dinero son una especie de
derecho innato para quienes son como ellos, y que ni siquiera las necesidades
de sus seguidores pueden justificar privarles de aquello que les corresponde,
casi por mandato divino
JESÚS MORA
El reciente anuncio del youtuber Rubén Doblas Gundersen, más conocido como ‘El Rubius’, sobre el traslado de su residencia a Andorra ha vuelto a situar la tributación de estos nuevos ídolos de masas en el centro del debate público. En realidad, este tema se ha convertido en protagonista recurrente de las encarnizadas discusiones en redes sociales, pues el del Rubius es un nombre más en una cascada de referentes del streaming en nuestro país que, en los últimos tiempos, han decidido mudarse (para evitar cargos por fraude es necesario demostrar al menos 183 días al año de residencia efectiva en el Principado) a ese pequeño paraíso fiscal en las faldas de los Pirineos.
Las razones que los
streamers utilizan para justificar su decisión de cruzar la frontera suelen
incluir motivaciones personales, entre ellas la reunificación de núcleos de
amistades o relaciones de pareja. A fin de cuentas, cada vez más miembros de
este selecto club de jóvenes multimillonarios opta por establecer su base de
operaciones en Andorra, un país que ha abrazado con orgullo la denominación de
“paraíso youtuber”. Ni todos los youtubers son parte de este novedoso flujo de
fuga de capitales, ni todos los que sí lo son defienden su decisión en los
mismos términos. Pero el fenómeno de los youtubers andorranos conduce
inevitablemente a reflexiones trascendentales sobre justicia fiscal y ética
comunitaria.
Entre los adalides
del neoliberalismo, es habitual entender el fenómeno de la evasión fiscal como
el punto final de una cadena de causalidad inamovible, en la que el suceso ‘A’
conduce inexorablemente a la consecuencia ‘B’, en términos similares a los de
las leyes naturales del tipo ‘cuando el agua se calienta a 100 grados, hierve’.
Estas narrativas se reproducen cada vez que un deportista, un artista o un
empresario español decide trasladar su sede fiscal a un territorio que imponga
gravámenes menos exigentes sobre las rentas, y los debates en redes sobre los
youtubers no son una excepción. Así, se identifica como responsable último de
la evasión fiscal al Estado o a “los políticos” –por desgracia, un cliché
convertido con demasiada frecuencia en chivo expiatorio en el discurso público
de nuestro tiempo–, en tanto que autor material del acto (gravamen fiscal
excesivo) que desencadena automáticamente una consecuencia trágica y que
deberíamos anticipar (fuga de capitales).
Cuando analizamos
en términos políticos las consecuencias de subir o bajar impuestos, el debate
sobre la fuga de capitales no puede reducirse a qué fortuna se quedaría en
España
Hace ya más de 30
años, el filósofo canadiense Gerald A. Cohen pronunció una conferencia en la
Universidad de Stanford en la que se rebelaba contra el argumento de los
incentivos, en aquel momento empleado para justificar las rebajas fiscales a
las rentas más altas impulsadas por Nigel Lawson, a la sazón ministro de
Economía del Gobierno de Margaret Thatcher. El argumento de los incentivos
reproduce una lógica similar a la de la curva de Laffer, también conocida como
“la mentira más grande jamás escrita en una servilleta”. Según esa lógica, los
tipos impositivos altos son contraproducentes para el Estado y el sostenimiento
de los servicios públicos, pues desincentivan la actividad económica de quienes
perciben mayores ingresos. Como consecuencia, una política impositiva ambiciosa
lastra, paradójicamente, el logro de su propósito inicial, esto es, maximizar
los ingresos fiscales del Estado para poder invertirlos en mejoras para el
conjunto de la ciudadanía.
En su conferencia,
Cohen se negaba a aceptar la lógica del argumento de los incentivos (y, de
paso, de la curva de Laffer) como una ley de la naturaleza, pues lo que en
último término explica la evasión fiscal como respuesta a los impuestos (relativamente)
altos son las motivaciones egoístas de quienes poseen fortunas
multimillonarias. Si subir (o no bajar) los impuestos conlleva fuga de
capitales no es, según Cohen, porque se active una cadena causal natural, sino
porque los ricos no están dispuestos a destinar una parte de sus ingresos a
contribuir al bien común. Esta idea abrió un vasto espacio de debates en la
Filosofía Política que todavía hoy se mantiene activo, y que abarca las
conexiones entre la justicia y las disposiciones individuales.
Insertada en el
caso de los youtubers, la crítica de Cohen al argumento de los incentivos
activa múltiples frentes de reproche a los defensores de esta nueva y fresca
hornada de evasores fiscales. Desde el punto de vista ético, la decisión de
trasladar su sede fiscal a Andorra expresa un repelente desdén, un desprecio
narcisista injustificable, hacia las mismas comunidades que son imprescindibles
para el desarrollo de sus lucrativas actividades. Es casi una perogrullada
recordar que sin el trabajo del personal de la educación y la sanidad, ninguna
de estas nuevas estrellas del entretenimiento habría podido desplegar
mínimamente esas capacidades comunicativas que hoy son su principal fuente de
ingresos. Más llamativo, si cabe, es que quienes dependen directamente del
trabajo del personal que mantiene y supervisa las instalaciones fundamentales
para su acceso a internet decida ahora dejar de contribuir a los servicios y
prestaciones públicas que una parte muy importante de ese personal
probablemente necesite, en diferentes momentos de su vida, para cubrir todas
aquellas necesidades que no pueden satisfacer con sus sueldos de miseria.
Las narrativas
meritocráticas se ha hecho con nuestras democracias justificando la elevación
de los que la sociedad reconoce como talentosos a un pedestal de egoísmo
No me cabe ninguna
duda de que mudarse a Andorra no supondrá una merma significativa de seguidores
para El Rubius y compañía. Al fin y al cabo, como explican César Rendueles y
Michael Sandel (con algunas diferencias de fondo y forma) en dos recientes e
indispensables ensayos, las narrativas meritocráticas que se han apoderado de
nuestras democracias justifican la elevación de aquellos que la sociedad
reconoce como talentosos a un pedestal de egoísmo y privilegios, desde el que
mirar al resto de los mortales por encima del hombro, como seres prescindibles.
Sin embargo, uno no puede evitar escandalizarse al presenciar el recital de
arrogancia y desprecio que la nueva hornada de jóvenes acaudalados despliega
hacia esas mismas personas que han dedicado, a veces con gran esfuerzo, una
parte de su tiempo y de su dinero a auparles al estrellato, ya sea consumiendo
la publicidad de los anunciantes que aparecen en sus vídeos o mediante
suscripciones en plataformas como Twitch. Chavales y chavalas sin ingresos,
estudiantes, paradas o con trabajos precarios para las que las becas, los
subsidios y los servicios públicos son esenciales y que ahora tienen que
presenciar la respuesta ingrata de quienes no estarían allí de no ser por
ellas.
Los seguidores de
la saga The Boys (ya sea en su formato de novela gráfica o en su adaptación
televisiva) tal vez puedan identificar esta combinación de dependencia e
ingratitud hacia los fans con el personaje del Patriota, una especie de Supermán
bañado en la marmita del neofascismo y la meritocracia neoliberal. En la serie,
el Patriota representa la máxima expresión de un escenario distópico en el que
los superhéroes no ponen sus poderes al servicio de la sociedad, sino al
servicio del beneficio económico, a través de la mercadotecnia y los contratos
militares. En ese escenario, el Patriota es esa figura encantada de conocerse
que se alimenta de la adulación de los seguidores pero que, al mismo tiempo,
los desprecia porque entiende el culto que el público le rinde como un derecho
propio, algo que la sociedad le debe por el placer indiscutible que nos regala
por el mero hecho de estar entre nosotros.
Quienes deciden
trasladar sus fortunas a paraísos fiscales pudieron llegar donde están por las
contribuciones fiscales y laborales de esas mismas personas a las que ahora
dejan tiradas
Si hay una lección
sobre las sociedades meritocráticas que podemos extraer de The Boys es que la
adulación a los talentosos, cuando se manifiesta en forma de reconocimiento
público cuasi religioso, es un fenómeno depredador para toda la sociedad, que
fomenta las retóricas ególatras de desprecio al bien común. Retóricas según las
cuales quienes se hacen ricos merecen la alabanza pública sin que estén
obligados a corresponder a esas mismas personas sin las que su éxito
simplemente no existiría. Retóricas que, baste con mirar al otro lado del
Atlántico, son habituales en los discursos de multimillonarios reconvertidos a
presidentes con inquietudes golpistas que piensan que, como la fama y el dinero
son una especie de derecho innato para quienes son como ellos, ni siquiera las
necesidades de sus votantes o sus seguidores pueden justificar privarles de
aquello que les corresponde, prácticamente por mandato divino.
Por eso, cuando
analizamos en términos políticos las consecuencias de subir o bajar impuestos,
el debate sobre la fuga de capitales no puede reducirse a si esta o aquella
fortuna se quedaría en España de existir un gravamen inferior sobre la renta.
Tenemos que pensar, también, en cómo las bajadas de impuestos sirven para
justificar narrativas de mérito personal que, en último término, pueden
disminuir la disposición de quienes más ingresan a contribuir al bien común,
alimentando la creencia de que no le deben nada a la sociedad por haber llegado
donde están. Los adalides de los incentivos y la curva de Laffer ignoran,
deliberadamente, la extensa lista de países (que incluye a Noruega, Dinamarca,
Suecia, Austria, Bélgica, Finlandia, Alemania y Francia) en los que la
recaudación es mayor que en España pese a contar también con ratios más altos
de presión fiscal. Pero, más importante que esto, ignoran que quienes ahora
deciden trasladar sus fortunas a paraísos fiscales para youtubers pudieron
llegar donde están gracias a las contribuciones fiscales y laborales de esas
mismas personas a las que ahora dejan tiradas. Y que lo hacen con el único
objetivo de engordar un poco más sus ya jugosas cuentas corrientes. Esta falta
de gratitud y conciencia comunitaria no debería poder obviarse en los debates
públicos sobre la fuga de capitales, sobre todo cuando quienes se marchan son
los que, en palabras del streamer Ibai Llanos, ya viven “de puta madre”.
Egoísmo fuera, narcisismo fuera, pagas impuestos, te doy la mano.
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Jesús Mora es
doctor en Estudios Avanzados en Derechos Humanos por la Universidad Carlos III.
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