EL OCASO CIFUENTES
ANÍBAL MALVAR
Supongo que sufro una grave patología. Este viernes me enfundé los calzoncillos de Homer Simpson, me serví una cerveza fría de esas que indefectiblemente joden la madera de la mesa del salón, freí unas raciones de colesterol con salchichas para comerlas con las manos y, una vez las yemas de los dedos estuvieron bien empapadas en grasa, le di al enter del ordenador dispuesto a pasar un buen rato. No me disponía a ver una película porno, machirulos prostibularios. Nunca he disfrutado con esas banalizaciones húmedas de la esclavitud. Estaba preparándome para disfrutar como jaramillo en primavera de la comparecencia de Cristina Cifuentes en la Audiencia Provincial de Madrid. La delegada del Gobierno de Rajoy en Madrid que disfrutaba mandando a los antidisturbios a apalear yayoflautas en los rodea el Congreso, y luego presidenta de la comunidad capitalina, se enfrenta a una pena de tres años y tres meses de cárcel por inducción a la comisión de un delito de falsedad documental. Presuntamente o menos, utilizó su poder político para obligar a docentes de la Universidad Rey Juan Carlos a falsificar actas sobre un máster que nunca cursó, como todos sabéis. El colmo de la cutrez y el desprecio al conocimiento.
El caso es que, ya
os digo, estaba dispuesto a disfrutar de la comparecencia como un enano
creciente. Pero no gocé, amol. Las salchichas se enfriaron y se calentó la
cerveza. Y ver a Cifuentes desgranando mentirijillas escolares me sumergió en
una honda melancolía. Supongo que debería falsificarme un máster en sed de
venganza.
He buscado en
nuestros viejos periódicos de papel, esos que se escriben con las falanges de
los dedos y de la memoria, y el silencio opinativo sobre Cifuentes es
atronador. El tema no interesa. Se conoce que se van acostumbrando a que
presidentes del PP acaben en la cárcel, y no lo consideran noticia.
En El País, la
escritora Nuria Labari es la única que le otorga la dimensión que merece al
asunto: "El juicio a Cifuentes cae sobre todos nosotros como estudiantes,
como padres, como profesores, como alumnos o como simples espectadores de un
escándalo sin precedentes en el corazón de la universidad de nuestro
país".
Y es que ese es el
problema. Ahora que andamos todos paranoicoronavíricos, y con razón, imaginad
que os atiende un médico que ha comprado su máster en epidemiología en Génova
13. Que os juzga un magistrado que ha promocionado al puesto con un título
falso en derecho, como el de Cristina Cifuentes.
A mí, que se
corrompan la economía, la política, el fútbol, el urbanismo, la monarquía, la
iglesia o la prensa me parece hasta aceptable, por reversible. Pero corromper
la educación y la cultura, la universidad, poner a Unamuno a dar clases
magistrales en tutú, es el peor delito que puede cometer una sociedad contra sí
misma. Niega el derecho vigilante de la inteligencia, siempre en la sombra.
Muera la inteligencia, viva la muerte.
Responderán mis
trolls peperos que el doctorado de Pedro Sánchez es plagiado. El clásico y tú
más. Pero hasta el ABC, con todo su poder investigador, tuvo que reconocer que
todos esos supuestos plagios están referenciados (leer aquí). Que la tesis del
presidente sea una chapucilla de corta y pega, es otra cosa. Solo nos da el
nivel al que hemos ido degradando nuestra universidad. Pero eso no es delito,
es circunstancia.
Conocí a Raquel
Ejerique, entonces subdirectora de eldiario.es y periodista que destapó la
falsedad del máster de Cifuentes, el día en que la presidenta de la CAM dimitió
tras difundirse un vídeo en el que robaba cremas de un supermercado. Ejerique
estaba jodida. Ella tampoco había comprado máster en sed de venganza. A pesar
de haber sido imputada por querella de Cifuentes tras la información veraz del
caso máster.
--Estuvimos
discutiendo en el periódico si dar la información del robo de las cremas o no.
Eso es una enfermedad, no es un delito.
Pero fue lo
importante. Lo definitivo. Vivimos en un país en el que se castiga más la
enfermedad que la corrupción. El robo compulsivo en un súper que el
desprestigio académico de una universidad. Y así nos va, españopithecus.
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