DE CÓMO LAS DERECHAS ESPARCEN
UN ODIO INEXTINGUIBLE
ESTHER PALOMERA
Uno se asoma a las
redes o las televisiones y el odio es inextinguible. Nada distinto de lo que
ofrece el panorama político. La desconfianza, el fanatismo y la hostilidad lo
copan todo. No hay espacio para la pluralidad de pensamiento, mucho menos para
la discrepancia pacífica o la tolerancia. O se está a favor de Pedro Sánchez o
se está virulentamente en contra hasta llegar a pedir para él la horca, como ha
llegado a escribir un concejal de Vox que desea ver al candidato socialista
como a Mussolini: "Muerto y colgado por los pies".
No hay medias
tintas ni concesiones al beneficio de la duda. Todo es felonía o traición y,
cuando no, el patriotismo ramplón de las derechas se da golpes de pecho y pena
en cada tuit por el dolor que le produce una España en la que solo caben ellos,
sus banderas y sus himnos. El pensamiento y el análisis han quedado reducidos
al simplismo de la consigna política que repiten como loros las hinchadas
respectivas.
Así llegamos a una
sesión de investidura ¿agónica? Sí, pero que tampoco ofrece algo distinto a
otras que le precedieron en el tiempo, más que un Parlamento más fraccionado
que nunca y una crisis territorial que nadie ha sabido o querido afrontar jamás
con valentía por aquello de que primero es uno, luego las siglas y ya después
si eso, el país y los problemas colectivos. Esto no quiere decir ni mucho menos
que Sánchez no piense en sí mismo. Lo ha hecho desde el primer día que entró en
política y lo sigue haciendo. Por eso cerró en 48 horas un pacto con Iglesias
que semanas antes rechazaba y por eso ha acordado, pese a haberlos demonizado
hasta la saciedad, con los republicanos de Junqueras. Ha incumplido su palabra
de explicar con detalle ante la opinión pública el contenido de los acuerdos;
ha ignorado a los órganos internos de su partido y ha despreciado a la prensa
como depositaria de un derecho constitucional que le delegaron los ciudadanos a
través de la Carta Magna.
Todo eso es cierto,
pero no que Sánchez sea el único político que piensa en sí mismo. ¿Acaso la
posición de Casado hubiera sido la misma en estos meses si no sintiera que con
el aliento de Vox en su cogote peligra su liderazgo en el PP? ¿O quizá cuando
Arrimadas preguntó al candidato del PSOE en su última reunión si le hubiera
dado a Ciudadanos algún ministerio si en julio hubiera apoyado su investidura
estaba pensando en "Felisuco"?
A este país le ha
llevado diez años reconocer la existencia de un "conflicto político"
con Catalunya como si decir conflicto fuera algo distinto a dar por hecho que
había un problema pendiente de resolver. Lo contrario se llama indolencia, y de
aquellos polvos que dejó la derecha por su haraganería o incompetencia, estos
lodos.
Sánchez ha firmado
un pacto con ERC tan ambiguo en su literalidad que sirve para defender una cosa
y su contraria. A los republicanos, para decir que la Constitución no será
ningún tope para la negociación entre Gobiernos y a los socialistas, para
sostener que nada ni nadie se saldrá del marco del ordenamiento jurídico
vigente.
El texto recoge la
posibilidad de que "las medidas en que se materialicen los acuerdos serán
sometidas en su caso a la ciudadanía de Catalunya, de acuerdo con los
mecanismos previstos o que puedan preverse en el marco del sistema
jurídico-político". Y la derecha mediática y política, que ama la
Constitución pero no la lee mucho, ya da por hecho un referéndum sobre la
autodeterminación. Es razonable y además plenamente constitucional que si se
alcanza algún consenso que conllevase cambios sustanciales sería en el marco de
un nuevo Estatut, que tendría que ser refrendado por los catalanes en una
consulta, como ya se hizo en 2006. Pero ellos ya ven los pedazos de España
esparcidos por La Castellana.
Paciencia porque la
hiperventilación, igual que la fragmentación política y el dogmatismo, han
llegado para quedarse. Y lo que veremos y escucharemos en adelante será el
mismo discurso del odio que en otras ocasiones en las que gobernó la izquierda
polarizó el espacio público y pretendió imponer un pensamiento que solo permita
dudas sobre las opiniones ajenas.
No desesperen
porque, dada las experiencia de la historia de España, aún nos quedan agrios
enfrentamientos. Porque cuando la derecha no gobierna exacerba como nadie la
vehemencia e impone a través de sus terminales mediáticas algo tan infame como
que el diálogo con el adversario o el diferente es un síntoma de barbarie. Al
fin y a la postre siempre vivió con la mirada atrás y renuente a todo cambio. Y si algo nos dejará esta sesión de
investidura, además de la ruptura del bloque independentista -que no es baladí-
es la constatación de que en España hay una nueva realidad política y que hay
que aprender a gestionarla dentro del marco constitucional. Cualquier otro
escenario estaría fuera de una legalidad que ni Sánchez ni ningún otro
presidente que llegara podría sortear sin el concurso del PP -cuyos votos son
necesarios para una reforma de la Carta Magna- o sin pasar por el banquillo del
Supremo, que es donde acabaron aquellos que intentaron hacerlo por las bravas.
P.D: Igual lo que
le molesta a las derechas no es el acuerdo con ERC, sino la posibilidad cercana
o remota de que la solución política al encaje de Catalunya en España llegue de
la mano de un gobierno de izquierdas.
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