EL MACHISTA QUE TIENES AL LADO
DAVID BOLLERO
Acción de denuncia de la violencia machista. Foto: Alisa Guerrero
En lo que va de día ya he tenido ocasión de leer dos artículos que vienen a evidenciar el fortalecimiento del machismo en las redes sociales. Quienes sienten amenazada su posición de privilegio durante décadas se revuelven como animales malheridos, recurriendo a lo que imaginan que son sesudas reflexiones y que no hacen más que banalizar un problema estructural como la violencia de género.
Mire a su
alrededor, abra el tema y descubrirá que tiene machistas al lado. Quizás y sin
ir más lejos, usted se descubra machista. No me refiero a esos micromachismos
que nos atraviesan y que tanto cuesta sacudirse por la educación recibida, sino
de algo mucho más profundo, de esa narrativa que, por ejemplo, trata de
justificar que la ley de violencia de género es nociva y discriminatoria, de
esos discursos que se aferran a excepciones para hacerlas generalidad.
Abrir el melón del
machismo en cualquier reunión informal descubre a enemigos de la igualdad que
jamás admitirán ser tal cosa. Son aquellas personas que consideran, por
ejemplo, que la ley de violencia de género criminaliza a un colectivo -los
hombres- en lugar de ver que lo que hace es proteger a un colectivo convertido
en víctima -las mujeres- por el mero hecho de ser mujer.
El mantra de las
denuncias falsas y la mentira de que no se publican sus estadísticas es otro de
los más habitualmente empleados, a pesar de que la Memoria Anual de la Fiscalía
General del Estado correspondiente al año 2021, presentada hace menos de un
mes, revela que el porcentaje medio de sentencias condenatorias por denuncia
falsa por violencia de género fue del 0,0084% entre 2009 y 2021.
Las redes sociales,
donde los bulos campan a sus anchas, se convierten en fuente de
(des)información del machismo, incluido ese camuflado que, en el fondo, se
siente intimidado por el avance en la igualdad más que estimulado por cuanto
tenemos que aprender de la mujer liberada. Se idolatra a personajes tan nocivos
como Macarena Olona, la defensora del hombre blanco maltratador, como apunta mi
colega Elizabeth Duval.
Recientemente
participaba en una mesa redonda y otro de los ponentes compartió su
convencimiento de que la gran revolución del siglo XXI será el feminismo y, más
concretamente, el feminismo en los países árabes. Ojalá ese feminismo conquiste
la sinrazón que ha imperado durante tantas décadas, pero no pensemos que la
igualdad en España se ha conquistado. No es así. La oleada de terrorismo
machismo que hemos vivido estas últimas semanas es una prueba de ello, pero no
es la única. Esas conversaciones de bar, durante un paseo o camino del trabajo
en el transporte público constatan que todavía resta mucho camino por recorrer.
El feminismo es una
carrera de fondo en la que se dan continuos relevos. No replicar, no rebatir a
esos compañeros de barra que nos descubren a un machista a nuestro lado es
renunciar a tomar ese relevo, es perder metros en la carrera hacia el objetivo
final. El feminismo, como parte intrínseca de la democracia, se construye en
todos y todas y se ha convertido en una corresponsabilidad irrenunciable.
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