AMAZON, ¿LA EXPANSIÓN INFINITA?
El imperio de Jeff Bezos ha ganado 88.900 millones de dólares en
el segundo trimestre de 2020, el de la cuarentena y la pandemia global, un 40%
más respecto al mismo periodo del año pasado
JUAN BORDERA
Amazon es mucho más que la multinacional de venta online más grande del mundo. Pero, ¿es un monopolio? Su fundador, Jeff Bezos, declaró hace unas semanas en la histórica audiencia en la Cámara de Representantes de Estados Unidos. Hacía frente a las acusaciones de prácticas monopolistas que también iban dirigidas a Apple, Facebook y Google. El precedente de la división de AT&T en 1984, la compañía telefónica que fue despiezada en pequeñas porciones conocidas como las Baby Bells para cumplir con las leyes antimonopolio, ha estado presente en el debate previo. Allí, el hombre más rico del planeta –la primera persona en amasar 200.000 millones de dólares– explicó que su mentalidad de “pensar en el largo plazo” le ha llevado a la cima. Tuvo que soportar años de pérdidas desde que fundó su startup en su garaje en Seattle, gracias a una inversión que sus padres –su padre adoptivo es cubano y salió de la isla cuando Castro llegó al poder– hicieron con los ahorros de toda una vida. Bezos es muy consciente del narcótico poder del relato del sueño americano para aplacar las ganas de algunos congresistas de ir en contra de su empresa, y aprovechó la oportunidad. Nadie querría despedazar el sueño americano en directo.
Pero Amazon hace ya
tiempo que salió de aquel garaje y conformó todo un “ecosistema empresarial”,
es decir, un conglomerado de empresas que operan en múltiples sectores.
Buscando diversificar sus fuentes de negocio, maximiza sus posibilidades,
incluso si la matriz no es rentable, como ha sido el caso durante muchos años.
Del mismo modo que a la naturaleza le gusta la diversidad –y le sirve para
defenderse de los patógenos, por eso una de las causas de la pandemia es la
creciente extinción de biodiversidad–, a la multinacional del siglo XXI le
atrae diversificarse, intentar liderar cuantos más sectores mejor.
Amazon es
probablemente el mejor ejemplo: tiene Amazon Web Services, la empresa líder en
alojamiento de servicios web en la “nube” –por increíble que parezca es mucho
más rentable que las ventas de comercio en línea–, IMDb y Prime Video en el
sector audiovisual, Twitch en el de streaming de videojuegos, el lector Kindle
o Amazon Music. Y aún hay más dentro del frondoso y opaco bosque de la
organización de Jeff Bezos, que compra competidores más pequeños o compañías
que puedan añadir valor al ecosistema, como Whole Foods o medios de
comunicación, como The Washington Post.
Otro de sus
proyectos más ambiciosos, Blue Origin, compite directamente con Elon Musk en
una suerte de carrera espacial privada. Con el surafricano antaño compartía
amigables cenas y ahora lo único que comparte son tweets irónicos o
directamente ofensivos. El magnate de Tesla y SpaceX aboga claramente por
dividir la compañía de Bezos a la que acusa de ser un monopolio. En qué momento ha aprovechado para hacer esa declaración. La
guerra fría también se calienta en esta carrera espacial 2.0 entre
multimillonarios.
También es conocida
–y denunciada– la habilidad de la empresa de Bezos para imitar productos que
venden terceros en su web en un corto plazo de tiempo. Amazon aprende de tus
datos y de lo que vendes en su página para echarte del mercado vendiendo más
barato. El algoritmo deja de recomendar tu producto una vez copiado y tu
empresa se ve obligada a cerrar, lo que crea un hueco en el mercado que es
inmediatamente copado por el gigante que entonces, sin disimulo, suele subir el
precio. Es también muy lógico pensar –aunque hay debate en cuanto a las cifras–
que Amazon destruye más trabajos de los que crea, y por supuesto los precariza.
Amazon aprende de
lo que vendes en su página para echarte del mercado vendiendo más barato. El
algoritmo deja de recomendar tu producto una vez copiado
En lo que respecta
al servicio en la “nube” – magnífica manera de llamar a algo muy tangible y
físico como si fuera etéreo, pretendiendo desmaterializarlo– Amazon Web
Services aloja en sus centros de datos a multitud de empresas y
administraciones, desde la CIA hasta la competencia de Prime Video, Netflix;
este sector presenta un doble peligro: el creciente coste energético de la
infraestructura y la decreciente soberanía tecnológica. La periodista Marta
Peirano, autora de El enemigo conoce el sistema (Debate, 2019), explicó el
peligro que tiene la estructura empresarial opaca que caracteriza al
conglomerado: “Amazon es una empresa extranjera de Big Data. Una máquina de
extracción y análisis de datos centralizada cuyos métodos, objetivos y alianzas
son secretos.
Cualquiera que diga
‘Amazon no hace esto’, miente. No sabemos lo que hace con los datos ni con quién.
Es una caja negra. Lo mejor que puede hacer la ciudadanía, independientemente
de las aplicaciones que use, es exigir que los gobiernos aseguren la soberanía
de las infraestructuras. La pregunta no es si Amazon es un servicio
conveniente. La pregunta es si un gobierno debe poner ‘el desarrollo de
política pública de servicios en la nube para la administración’ en manos de un
monopolio extranjero monopolista y opaco. Poner su confianza en una caja
negra”.
Una caja negra que
además ya ha tenido que reconocer que guarda tus conversaciones con Alexa –el
asistente virtual que vive en un altavoz– para siempre, si bien los usuarios
pueden optar por eliminar estas grabaciones.
Amazon, los
impuestos y el greenwashing
Además, Amazon no
se caracteriza por haber avanzado mucho en la transición a energías renovables
ni en la disminución de sus emisiones, según Greenpeace. De hecho, Empleados de
Amazon por la Justicia climática, parte de sus propios trabajadores,
organizaron una huelga en todo el mundo para llamar la atención sobre la falta
de acción y compromiso ecológico de su compañía. A raíz de todas las
manifestaciones por la emergencia climática, Amazon aceleró sus planes e,
incluso, el propio Jeff Bezos hizo la donación más grande jamás realizada para
estas causas: 10.000 millones de dólares de su fortuna personal que irán a
parar a ONGs, proyectos científicos y organizaciones de activistas. Las
críticas por intentar lavar hipócritamente su imagen no han cesado desde
entonces, al igual que las relativas a su querencia por eludir impuestos y
tributar en paraísos fiscales, lo que dificulta que los gobiernos puedan ayudar
a financiar las transiciones necesarias, sobre todo teniendo en cuenta que los
servicios estatales de correos acaban subvencionando indirectamente una parte
de los envíos de la multinacional.
Amazon en España
Barcelona y otras
ciudades se están planteando buscar un resquicio legal que les permita gravar
individualmente a la compañía, con la excusa del uso del espacio público o por
la contaminación que genera. Es un parche que ayudaría pero que no soluciona el
enorme problema que supone una empresa de semejante tamaño y con ese volumen de
ventas.
En nuestro país,
Amazon Web Services se convertirá en el mayor consumidor de electricidad de
Aragón cuando ponga en servicio sus centros de datos en la plataforma logística
de Zaragoza, en las localidades de Villanueva de Gállego y El Burgo de Ebro
entre 2022 y 2023. Y la Diputación de Aragón blindará su suministro. Pedro
Sánchez publicitó este anuncio en su cuenta de Twitter y generó una lógica
polémica: si una empresa gestiona los datos de tus administraciones y además te
provee de contratos suculentos, ¿cuánto podrás seguir presionándola para que
pague impuestos o cumpla con los compromisos medioambientales?
El Gobierno
autonómico otorgó la denominación PIGA (proyecto de interés general de Aragón)
al proyecto de la misma multinacional que evade una gran cantidad de impuestos
en su territorio: bienvenido, mister Bezos.
Amazon y la
paradoja de Jevons
Una paradoja muy
conocida en el ámbito ecologista –y fundamental para entender por qué es
imposible crecer eternamente– es a la que dio nombre el economista William
Stanley Jevons, que constató en el siglo XIX, en relación al carbón, que aunque
decrezcan los costes de extracción y uso de un material, este acabará siendo
mucho más utilizado. Y por tanto evitará que las mejoras en la eficiencia
disminuyan el consumo total del recurso. Esto es fácilmente comprobable en
multitud de ejemplos, como la gasolina de los vehículos o la misma energía que
gastamos para comunicarnos. Aumentan cuantitativamente aunque mejoremos en la
eficiencia de cómo las utilizamos.
Amazon es un
ejemplo paradigmáticamente peligroso de esta paradoja. Abarata costes al contar
con una cantidad enorme de pedidos, lo que le permite poner el precio más
competitivo del mercado, pero eso, –y ahí la responsabilidad cambia de lado–
hace que el consumidor compulsivo compre más productos, que probablemente no
necesita, lo que acaba por aumentar cada vez más la huella ecológica y la
exigencia de recursos de la multinacional, que ha sido denunciada, en una
investigación francesa, por tirar productos (unos tres millones) a la basura.
El reloj de los
diez mil años y el largo plazo
Si hay un tópico
que Jeff Bezos no para de recalcar –lo hizo en su intervención– es que siempre
hay que pensar en el largo plazo. Evitar el cortoplacismo que a veces constriñe
la evolución empresarial. Y es lógico que lo haga: gracias a esa mentalidad,
Amazon sobrevivió a la crisis de las puntocom, a los años con pérdidas y ahora
es mucho más que la tienda que vende de todo. Es la empresa que en el segundo trimestre de
2020, el de la cuarentena y la pandemia global, ha ganado 88.900 millones de
dólares (76.326 millones de euros), un 40% más respecto al mismo periodo del
año pasado, mientras cerraba almacenes en Francia por acusaciones de falta de
medidas de seguridad.
En la cordillera de
Sierra Diablo, Texas, el magnate ha invertido 42 millones de dólares en un
proyecto a largo plazo muy singular –y megalómano– en un terreno de su
propiedad. Un reloj que funcione 10.000 años años sin que nadie intervenga. El
reloj hace tic una vez por año, y una de sus manecillas cambia solamente cada
siglo. Así que el cucú suena solamente una vez cada milenio. Según el propio
Bezos, “el reloj durará más que nuestra civilización”. Y viendo el ritmo de
crecimiento de su empresa y la degradación de la naturaleza que nos sostiene
puede que sea así. La alternativa es cambiar radicalmente un sistema que
necesita crecer como el humano respirar. Si como sociedad pensáramos en el
largo plazo, como nos recomienda el empresario, beneficios tan obscenos como
los que obtiene Amazon gracias a la ingeniería fiscal, no deberían ser
posibles. Que apenas pague impuestos en los países, que además, sufren las
externalidades negativas (efectos dañinos para la sociedad, generados por
actividades de la empresa, que no están presentes en sus costes) que producen
en el medio ambiente la producción, reparto y consumo de sus productos no tiene
sentido, salvo que seas Jeff Bezos. Y viendo las protestas que han organizado
delante de su propia casa, guillotina incluida, ni para él debería tener
sentido. No es muy seguro estar en la cima de una pirámide…
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