jueves, 3 de septiembre de 2020

AMAZON, ¿LA EXPANSIÓN INFINITA?

 

AMAZON, ¿LA EXPANSIÓN INFINITA?

El imperio de Jeff Bezos ha ganado 88.900 millones de dólares en el segundo trimestre de 2020, el de la cuarentena y la pandemia global, un 40% más respecto al mismo periodo del año pasado

JUAN BORDERA

Amazon es mucho más que la multinacional de venta online más grande del mundo. Pero, ¿es un monopolio? Su fundador, Jeff Bezos, declaró hace unas semanas en la histórica audiencia en la Cámara de Representantes de Estados Unidos. Hacía frente a las acusaciones de prácticas monopolistas que también iban dirigidas a Apple, Facebook y Google. El precedente de la división de AT&T en 1984, la compañía telefónica que fue despiezada en pequeñas porciones conocidas como las Baby Bells para cumplir con las leyes antimonopolio, ha estado presente en el debate previo. Allí, el hombre más rico del planeta –la primera persona en amasar 200.000 millones de dólares– explicó que su mentalidad de “pensar en el largo plazo” le ha llevado a la cima. Tuvo que soportar años de pérdidas desde que fundó su startup en su garaje en Seattle, gracias a una inversión que sus padres –su padre adoptivo es cubano y salió de la isla cuando Castro llegó al poder– hicieron con los ahorros de toda una vida. Bezos es muy consciente del narcótico poder del relato del sueño americano para aplacar las ganas de algunos congresistas de ir en contra de su empresa, y aprovechó la oportunidad. Nadie querría despedazar el sueño americano en directo.

 

Pero Amazon hace ya tiempo que salió de aquel garaje y conformó todo un “ecosistema empresarial”, es decir, un conglomerado de empresas que operan en múltiples sectores. Buscando diversificar sus fuentes de negocio, maximiza sus posibilidades, incluso si la matriz no es rentable, como ha sido el caso durante muchos años. Del mismo modo que a la naturaleza le gusta la diversidad –y le sirve para defenderse de los patógenos, por eso una de las causas de la pandemia es la creciente extinción de biodiversidad–, a la multinacional del siglo XXI le atrae diversificarse, intentar liderar cuantos más sectores mejor.

 

Amazon es probablemente el mejor ejemplo: tiene Amazon Web Services, la empresa líder en alojamiento de servicios web en la “nube” –por increíble que parezca es mucho más rentable que las ventas de comercio en línea–, IMDb y Prime Video en el sector audiovisual, Twitch en el de streaming de videojuegos, el lector Kindle o Amazon Music. Y aún hay más dentro del frondoso y opaco bosque de la organización de Jeff Bezos, que compra competidores más pequeños o compañías que puedan añadir valor al ecosistema, como Whole Foods o medios de comunicación, como The Washington Post.

 

Otro de sus proyectos más ambiciosos, Blue Origin, compite directamente con Elon Musk en una suerte de carrera espacial privada. Con el surafricano antaño compartía amigables cenas y ahora lo único que comparte son tweets irónicos o directamente ofensivos. El magnate de Tesla y SpaceX aboga claramente por dividir la compañía de Bezos a la que acusa de ser un monopolio. En qué momento  ha aprovechado para hacer esa declaración. La guerra fría también se calienta en esta carrera espacial 2.0 entre multimillonarios.

 

También es conocida –y denunciada– la habilidad de la empresa de Bezos para imitar productos que venden terceros en su web en un corto plazo de tiempo. Amazon aprende de tus datos y de lo que vendes en su página para echarte del mercado vendiendo más barato. El algoritmo deja de recomendar tu producto una vez copiado y tu empresa se ve obligada a cerrar, lo que crea un hueco en el mercado que es inmediatamente copado por el gigante que entonces, sin disimulo, suele subir el precio. Es también muy lógico pensar –aunque hay debate en cuanto a las cifras– que Amazon destruye más trabajos de los que crea, y por supuesto los precariza.

 

Amazon aprende de lo que vendes en su página para echarte del mercado vendiendo más barato. El algoritmo deja de recomendar tu producto una vez copiado

 

En lo que respecta al servicio en la “nube” – magnífica manera de llamar a algo muy tangible y físico como si fuera etéreo, pretendiendo desmaterializarlo– Amazon Web Services aloja en sus centros de datos a multitud de empresas y administraciones, desde la CIA hasta la competencia de Prime Video, Netflix; este sector presenta un doble peligro: el creciente coste energético de la infraestructura y la decreciente soberanía tecnológica. La periodista Marta Peirano, autora de El enemigo conoce el sistema (Debate, 2019), explicó el peligro que tiene la estructura empresarial opaca que caracteriza al conglomerado: “Amazon es una empresa extranjera de Big Data. Una máquina de extracción y análisis de datos centralizada cuyos métodos, objetivos y alianzas son secretos.

 

Cualquiera que diga ‘Amazon no hace esto’, miente. No sabemos lo que hace con los datos ni con quién. Es una caja negra. Lo mejor que puede hacer la ciudadanía, independientemente de las aplicaciones que use, es exigir que los gobiernos aseguren la soberanía de las infraestructuras. La pregunta no es si Amazon es un servicio conveniente. La pregunta es si un gobierno debe poner ‘el desarrollo de política pública de servicios en la nube para la administración’ en manos de un monopolio extranjero monopolista y opaco. Poner su confianza en una caja negra”.

 

Una caja negra que además ya ha tenido que reconocer que guarda tus conversaciones con Alexa –el asistente virtual que vive en un altavoz– para siempre, si bien los usuarios pueden optar por eliminar estas grabaciones.

 

Amazon, los impuestos y el greenwashing

 

Además, Amazon no se caracteriza por haber avanzado mucho en la transición a energías renovables ni en la disminución de sus emisiones, según Greenpeace. De hecho, Empleados de Amazon por la Justicia climática, parte de sus propios trabajadores, organizaron una huelga en todo el mundo para llamar la atención sobre la falta de acción y compromiso ecológico de su compañía. A raíz de todas las manifestaciones por la emergencia climática, Amazon aceleró sus planes e, incluso, el propio Jeff Bezos hizo la donación más grande jamás realizada para estas causas: 10.000 millones de dólares de su fortuna personal que irán a parar a ONGs, proyectos científicos y organizaciones de activistas. Las críticas por intentar lavar hipócritamente su imagen no han cesado desde entonces, al igual que las relativas a su querencia por eludir impuestos y tributar en paraísos fiscales, lo que dificulta que los gobiernos puedan ayudar a financiar las transiciones necesarias, sobre todo teniendo en cuenta que los servicios estatales de correos acaban subvencionando indirectamente una parte de los envíos de la multinacional.

 

Amazon en España

 

Barcelona y otras ciudades se están planteando buscar un resquicio legal que les permita gravar individualmente a la compañía, con la excusa del uso del espacio público o por la contaminación que genera. Es un parche que ayudaría pero que no soluciona el enorme problema que supone una empresa de semejante tamaño y con ese volumen de ventas.

 

En nuestro país, Amazon Web Services se convertirá en el mayor consumidor de electricidad de Aragón cuando ponga en servicio sus centros de datos en la plataforma logística de Zaragoza, en las localidades de Villanueva de Gállego y El Burgo de Ebro entre 2022 y 2023. Y la Diputación de Aragón blindará su suministro. Pedro Sánchez publicitó este anuncio en su cuenta de Twitter y generó una lógica polémica: si una empresa gestiona los datos de tus administraciones y además te provee de contratos suculentos, ¿cuánto podrás seguir presionándola para que pague impuestos o cumpla con los compromisos medioambientales?

 

 

El Gobierno autonómico otorgó la denominación PIGA (proyecto de interés general de Aragón) al proyecto de la misma multinacional que evade una gran cantidad de impuestos en su territorio: bienvenido, mister Bezos.

 

Amazon y la paradoja de Jevons

 

Una paradoja muy conocida en el ámbito ecologista –y fundamental para entender por qué es imposible crecer eternamente– es a la que dio nombre el economista William Stanley Jevons, que constató en el siglo XIX, en relación al carbón, que aunque decrezcan los costes de extracción y uso de un material, este acabará siendo mucho más utilizado. Y por tanto evitará que las mejoras en la eficiencia disminuyan el consumo total del recurso. Esto es fácilmente comprobable en multitud de ejemplos, como la gasolina de los vehículos o la misma energía que gastamos para comunicarnos. Aumentan cuantitativamente aunque mejoremos en la eficiencia de cómo las utilizamos.

 

Amazon es un ejemplo paradigmáticamente peligroso de esta paradoja. Abarata costes al contar con una cantidad enorme de pedidos, lo que le permite poner el precio más competitivo del mercado, pero eso, –y ahí la responsabilidad cambia de lado– hace que el consumidor compulsivo compre más productos, que probablemente no necesita, lo que acaba por aumentar cada vez más la huella ecológica y la exigencia de recursos de la multinacional, que ha sido denunciada, en una investigación francesa, por tirar productos (unos tres millones) a la basura.

 

El reloj de los diez mil años y el largo plazo

 

Si hay un tópico que Jeff Bezos no para de recalcar –lo hizo en su intervención– es que siempre hay que pensar en el largo plazo. Evitar el cortoplacismo que a veces constriñe la evolución empresarial. Y es lógico que lo haga: gracias a esa mentalidad, Amazon sobrevivió a la crisis de las puntocom, a los años con pérdidas y ahora es mucho más que la tienda que vende de todo. Es  la empresa que en el segundo trimestre de 2020, el de la cuarentena y la pandemia global, ha ganado 88.900 millones de dólares (76.326 millones de euros), un 40% más respecto al mismo periodo del año pasado, mientras cerraba almacenes en Francia por acusaciones de falta de medidas de seguridad.

 

En la cordillera de Sierra Diablo, Texas, el magnate ha invertido 42 millones de dólares en un proyecto a largo plazo muy singular –y megalómano– en un terreno de su propiedad. Un reloj que funcione 10.000 años años sin que nadie intervenga. El reloj hace tic una vez por año, y una de sus manecillas cambia solamente cada siglo. Así que el cucú suena solamente una vez cada milenio. Según el propio Bezos, “el reloj durará más que nuestra civilización”. Y viendo el ritmo de crecimiento de su empresa y la degradación de la naturaleza que nos sostiene puede que sea así. La alternativa es cambiar radicalmente un sistema que necesita crecer como el humano respirar. Si como sociedad pensáramos en el largo plazo, como nos recomienda el empresario, beneficios tan obscenos como los que obtiene Amazon gracias a la ingeniería fiscal, no deberían ser posibles. Que apenas pague impuestos en los países, que además, sufren las externalidades negativas (efectos dañinos para la sociedad, generados por actividades de la empresa, que no están presentes en sus costes) que producen en el medio ambiente la producción, reparto y consumo de sus productos no tiene sentido, salvo que seas Jeff Bezos. Y viendo las protestas que han organizado delante de su propia casa, guillotina incluida, ni para él debería tener sentido. No es muy seguro estar en la cima de una pirámide…


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