domingo, 1 de diciembre de 2019

TRAS LEER "EL PARAÍSO PODRIDO", DE VÍCTOR RAMÍREZ


TRAS LEER "EL PARAÍSO PODRIDO",
 DE VÍCTOR RAMÍREZ
POR JUAN CABRERA SANTANA (2007)
Introducido en el pensamiento que conforma El paraíso podrido, ha de apreciarse haberse hallado ante un sentimiento de poeta. Tan bella yuxtaposición, de contigüidad refleja e inspiradora de inme-diata actitud inconformista y anticolonial, denota la posibilidad de que puede existir un paraíso en el cual, por evidentes inflexiones foráneas, se producen emanaciones putrefactas. Entonces, el poeta no se alía con un conformismo acomodaticio y cobarde, sino que estridencia, sin reparo alguno, su amor a la patria canaria cantando, con prosa rebosante de lirismo, himno de libertad.

En todo ello, en ese juego admirable de sustantivos convertidos en pareja adjetivadora que parecen contradecirse, pero no,  confluye a borbotones, en caudal de esperanza, la más estricta moral del poeta. Su dolor es de acentuado dramatismo, yo diría que hasta clamoroso denunciador.

Leamos -por ejemplo- su afección ante las palabras de Juan Marichal defendiendo la españolidad de las islas Canarias, al cual considera V. R. entre los “¡menudos cánceres!” acabados en intelectuales:
“La luz que aportan con sus adquiridos conocimientos suele utilizarse para iluminar o justificar el camino de la maldad de quienes mandan opresiva y depredadoramente. Rara vez la utilizan ellos para iluminarle la conciencia y defender lúcidamente al pobre pueblerío del que incluso proceden casi todos ellos, sino para ignorantarlos y pudrirle la esperanza en una posible verdadera justicia”.
    
Doblemente valerosa ha de estimarse la actitud de Víctor Ramírez ante una realidad muy concreta que, en forma y manera de país colonizado,  viene sufriendo el Archipiélago Canario con una inveteración que comienza desde el mismo momento en que empieza a perder su condición arcadiana, allá por los comienzos del siglo XV -¡Medio milenio!
Fijémonos que, incluidos canarios de sumisión colonata, pretenden engañar, a sabiendas, al verda-dero pueblo canario tergiversando, la ofensa de la palabra conquista por el subterfugio de la de incorporación,  medio en el suplante la Corona de Castilla. Burda maniobra lesiva a las conciencias y a la Historia.

Al ideal de V.R. poeta no se le escapa nada de todo eso. Ciertamente, es éste su mayor sufrimiento: su patria canaria profanada y degradada;  pero como cualidad esencial del inconformismo que le embarga es el enunciado de su mensaje reiterado -indesmayable, cabría mejor decir- que nos conduce hacia el único camino posible a  nuestra libertad, cual es la soberanía  de las islas en que vivimos. Y conociendo la causa inductiva  que lo impide, no elude entereza ni firmeza de su discurso para el aviso consecuente:
“Insisto: en una colonia todo poder -especialmente el mercenario político- es represor, nunca liberador. La capacidad política de planificar el futuro colectivo -y por ende personal- no de-pende aquí de los políticos mal calificados ‘autó-nomos’.
“La autonomía de éstos es realmente mínima, ha quedado controladamente ajustada en los estre-chos límites que el verdadero poder -metropoli-tano español- con sus leyes aherrojadoras, con sus armadísimos militares a la espectativa y su policía derramada por todos lados, con una im-placable aculturación a través de los ignoranta-dores centros docentes y de los desconsciencia-dores medios de comunicación escritos, radiofó-nicos y televisivos”.  

Obviamente, la ineluctabilidad de la moral en su sen-tido del alma, que no concierne a ningún orden ju-rídico y que sólo puede apreciarse por el entendi-miento y el fuero de la conciencia, ello con respecto a Víctor Ramírez y su patria canaria es asunto para-digmático que me hace entender su ilusión indecli-nable en razón de la soberanía de las Canarias y su más estricto entendimiento de archipiélago.
Así, como perpetuo auscultador del canario mise-rable, en su comportamiento se deja acompañar de los versos de Pedro García Cabrera, el otro poeta, no necesitando  escudriñar ante la traición a la vista:
“Ya sé que estás ahora
volviéndole la espalda al universo,
que te metes la mano en el bolsillo
y le rascas las tripas
a una guitarra que no suena.
Allá tú con los pelos de tus ranas
y los cadalsos del traspiés”.

Ha de observarse, y creo que debe hacerse hincapié en ello, la invocación de universalidad que realiza el poeta gomero en  el segundo verso de la poesía que acabo de transcribir. Y la sugerencia comparativa que trato de hacer es consecuencia de un motivo funda-mental para la comprensión del ideario cosmológico que se ofrece en el pensamiento de Víctor Ramírez respecto de sus islas.
Supongo, y supongo bien,  que Ramírez no es na-cionalista en el sentido perverso en que, con mez-colanza batiburrillada -interesada y desordenada- se ha degenerado el término, desvirtuándose así la eti-mología de su procedencia. La expresión latina nó-mine discrepante y su saber de cosa sin contra-dicción o de completa conformidad nos describe, sin cortapisas adulteradas, lo que encierra el concepto nación en cuanto a conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo gobierno en el territorio de ese país.
Y, claro está, todas las menudencias definitorias, impuestas para esconder pretensiones espurias, re-sultan pura falsedad.

** *

         Tan sólo por motivo insistente y sin querer apropiarme de una erudición que no me pertenece  -de hacerlo sería pedantería por mi parte-, a todo lo dicho le conviene algo así como disquisición ante navegantes medradores respecto de las verdaderas acepciones del vocablo nación. Voy con ello.

 Empiezo por "de nación", locución con que se da a entender la naturaleza de uno, y prosigo con "nacional", perteneciente o relativo a una nación o natural de la misma, en contraposición a extranjero; "nacionalidad", condición peculiar de los pueblos e individuos de una nación o estado jurídico de la persona nacida o naturalizada en una nación; "nacionalismo", apego de los naturales de una nación a los usos y costumbre de ella y tendencia a exaltar la personalidad de la misma; y "nacionalizar", dar carácter nacional a una cosa y atribuir a esa cosa, llamada Estado, bienes o empresas privadas.

Démonos cuenta que son puras definiciones comunes que no suponen singulares especificaciones de exclusivas territoriales, pero que permiten, eso sí, albedrío para la adopción, en nuestro caso para la patria canaria.

Sin embargo, extraido de estos contextos de suma y razonable naturaleza, el nacionalismo tiene mala prensa, y en ello puede haber parte de razón en tanto en cuanto tal actitud pretenda una acción disgregadora de lo que Eduardo Alvarez Puga llama “el gran artificio de la nación”.

Da comienzo a su tesis, diciendo: “A pesar de los imaginativos esfuerzos de los manipuladores nacionalistas, resulta evidente el carácter temporal de las naciones. También los entes de ficción nacen, se desarrollan y fallecen”.

El orden vegetativo de la vida, digo yo. Pero ¿a qué nacionalismo se refiere Alvarez Puga? ¿Acaso alude a un concierto cosmográfico donde las fronteras no existan sobre los intereses universales y todos seamos hermanos dentro del espectro verdadero de una universal ciudadanía? De esta manera, me apunto.

Empero, también manifiesta: “Ningún pueblo es soberano si no lo son sus ciudadanos; ninguna colectividad es justa, si toleramos abusos y discriminaciones entre sus miembros; nadie puede ignorar que aunque los hombres somos distintos, somos iguales en derechos y obligaciones, independientemente de cuál haya sido el lugar de nuestro nacimiento. Las devociones patriòticas pueden poner en peligro todas las conquistas democráticas. El nacionalismo tiene una naturaleza agresiva y discriminadora, incompatible con la igualdad y la libertad. Desde sus orígenes, la democracia procuró proporcionar a los humanos fórmulas equitativas para resolver pacíficamente las discrepancias que se producen entre los miembros de una determinada comunidad. La madre patria, por el contrario, alumbra guerra con la misma naturalidad que las otras madres paren a sus hijos”.

         Por supuesto que no necesito imbuirme de adónde va los tiros de Alvarez Puga, máxime cuando con el título de su obra, La irracionalidad nacionalista, lo dice todo.

No obstante,  dada la ambigüedad de su pensamiento, además de la cita que hace de Friedrich Hegel -“En la existencia de una nación, el objetivo sustancial es llegar a ser un Estado independiente y preservarse como tal”.

Traigo a colación la idea de Victoria López Cordón antitética de aquél pensamiento y relativa al sentido de naciones, idea sobre el libre consentimiento de los grupos que la pudieran formar y su condena del colonialismo, el imperialismo y la guerra, “como verdaderos atentados contra la fraternidad y la paz entre las naciones”, invocación que hace de palabras de Emilio Castelar  en su discurso de 13 de noviembre de 1868; repito, traigo a colación de todo esto la pregunta que surge con imperiosa necesidad de respuesta: ¿se refiere Alvarez Puga al nacionalismo español?

Y advertirle que dada la  conjugación que usa Hegel del verbo llegar, la consonancia con la realidad canaria es tal, que si aún no ha llegado al Archipiélago Canario su soberanía, está por llegar, y entre menos tarde, mejor.

         Ha de observarse que el escritor gallego, al igual que otros tantos diseñadores a su modo metropolitanos, desconoce la realidad canaria: su importancia en el comienzo del periplo colonizador, que no se ha cerrado hasta que las islas sean soberanas.

Consumada la ida, pero todavía no totalmente  la vuelta. No sabe  que Las Palmas de Gran Canaria fue la primera ciudad enclave colonizado y colonizador de la aventura trasatlántica; además, que el concepto conquista vuela sobre el nido de cucos desvergonzados que quieren tergiversar la Historia con el hecho sinuoso y falso del concepto  incorporación, sustantivos a los que nos negamos por amor a la patria canaria y el deseo de que deje de ser PARAÍSO PODRIDO.

He tomado a Alvarez Puga de entre los muchos pensamientos metropolitanos que podría  escoger, dada la validez de su ignorancia de nuestras cosas. Es que resulta bastante significativo que en su estudio sobre los nacionalismos no cite para nada el problema canario, almoneda cobarde de la metropoli en los foros internacionales.

Eso sí, saca a relucir  la  Cataluña de Pujol, la Galicia de  Fraga, el Euskadi de Arana... ¡y hasta Francis Drake en su acto de piratería sobre La Coruña!, desconociendo que Las Palmas de Gran Canaria sufrió idéntico saqueo;  pero no menciona a la Andalucia de Blas Infante y, mucho menos, y es lo que más nos duele, a Secundino Delgado, presidiario tan sólo por querer la independencia de su patria canaria.

 Aparte su ignorancia, claro está,  de que los canarios, como pueblo que ha sido conquistado, quiere verse de libre de la losa de sus solidarias. conquistadores y con propiedad dentro del concierto mundial de las naciones soberanas.

Tiene, pues, valoración incalculable, y en ello es germen sin par Victor Ramírez, toda  canción que inspire proselitismo esperanzador para la soberanía del Archipiélago Canario; toda aquélla que trate de cercenar en la patria canaria su profanación y su degradación foráneas.

Que al igual que dijo el poeta gomero, no deseamos para nuestro aliento espiritual de independencia  que  nuestra lágrima se tuerza como la lágrima de un pez en el exilio. En fin, nuestro anhelo  que la Patria Canaria deje de ser el Paraíso Podrido.

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