TRAS LEER "EL PARAÍSO PODRIDO",
DE
VÍCTOR RAMÍREZ
POR JUAN CABRERA SANTANA (2007)
Introducido en el pensamiento que conforma El paraíso podrido, ha de apreciarse haberse hallado ante un sentimiento de
poeta. Tan bella yuxtaposición, de contigüidad refleja e inspiradora de
inme-diata actitud inconformista y anticolonial, denota la posibilidad de que
puede existir un paraíso en el cual, por evidentes inflexiones foráneas, se
producen emanaciones putrefactas. Entonces, el poeta no se alía con un
conformismo acomodaticio y cobarde, sino que estridencia, sin reparo alguno, su
amor a la patria canaria cantando, con prosa rebosante de lirismo, himno de
libertad.
En todo ello, en ese juego admirable de sustantivos
convertidos en pareja adjetivadora que parecen contradecirse, pero no, confluye a borbotones, en caudal de
esperanza, la más estricta moral del poeta. Su dolor es de acentuado
dramatismo, yo diría que hasta clamoroso denunciador.
Leamos -por ejemplo- su afección ante las palabras de
Juan Marichal defendiendo la españolidad de las islas Canarias, al cual
considera V. R. entre los “¡menudos cánceres!” acabados en
intelectuales:
“La luz que aportan con sus adquiridos conocimientos suele utilizarse
para iluminar o justificar el camino de la maldad de quienes mandan opresiva y
depredadoramente. Rara vez la utilizan ellos para iluminarle la conciencia y
defender lúcidamente al pobre pueblerío del que incluso proceden casi todos
ellos, sino para ignorantarlos y pudrirle la esperanza en una posible verdadera
justicia”.
Doblemente valerosa ha de estimarse la actitud de Víctor
Ramírez ante una realidad muy concreta que, en forma y manera de país
colonizado, viene sufriendo el
Archipiélago Canario con una inveteración que comienza desde el mismo momento
en que empieza a perder su condición arcadiana, allá por los comienzos del
siglo XV -¡Medio milenio!
Fijémonos que, incluidos canarios de sumisión colonata,
pretenden engañar, a sabiendas, al verda-dero pueblo canario tergiversando, la
ofensa de la palabra conquista por el subterfugio de la de incorporación, medio en el
suplante la Corona de Castilla. Burda maniobra lesiva a las conciencias y a la
Historia.
Al ideal de V.R. poeta no se le escapa nada de todo eso.
Ciertamente, es éste su mayor sufrimiento: su patria canaria profanada y
degradada; pero como cualidad esencial
del inconformismo que le embarga es el enunciado de su mensaje reiterado
-indesmayable, cabría mejor decir- que nos conduce hacia el único camino posible
a nuestra libertad, cual es la soberanía de las islas en que vivimos. Y conociendo la
causa inductiva que lo impide, no elude
entereza ni firmeza de su discurso para el aviso consecuente:
“Insisto: en una colonia todo poder
-especialmente el mercenario político- es represor, nunca liberador. La
capacidad política de planificar el futuro colectivo -y por ende personal- no
de-pende aquí de los políticos mal calificados ‘autó-nomos’.
“La autonomía de éstos es realmente mínima, ha
quedado controladamente ajustada en los estre-chos límites que el verdadero
poder -metropoli-tano español- con sus leyes aherrojadoras, con sus armadísimos
militares a la espectativa y su policía derramada por todos lados, con una
im-placable aculturación a través de los ignoranta-dores centros docentes y de
los desconsciencia-dores medios de comunicación escritos, radiofó-nicos y
televisivos”.
Obviamente, la ineluctabilidad de la moral en su sen-tido
del alma, que no concierne a ningún orden ju-rídico y que sólo puede apreciarse
por el entendi-miento y el fuero de la conciencia, ello con respecto a Víctor
Ramírez y su patria canaria es asunto para-digmático que me hace entender su
ilusión indecli-nable en razón de la soberanía de las Canarias y su más
estricto entendimiento de archipiélago.
Así, como perpetuo auscultador del canario mise-rable,
en su comportamiento se deja acompañar de los versos de Pedro García Cabrera,
el otro poeta, no necesitando escudriñar
ante la traición a la vista:
“Ya sé que estás ahora
volviéndole la espalda al universo,
que te metes la mano en el bolsillo
y le rascas las tripas
a una guitarra que no suena.
Allá tú con los pelos de tus ranas
y los cadalsos del traspiés”.
Ha de observarse, y creo que debe hacerse hincapié en ello,
la invocación de universalidad que realiza el poeta gomero en el segundo verso de la poesía que acabo de
transcribir. Y la sugerencia comparativa que trato de hacer es consecuencia de
un motivo funda-mental para la comprensión del ideario cosmológico que se
ofrece en el pensamiento de Víctor Ramírez respecto de sus islas.
Supongo, y supongo bien, que Ramírez no es na-cionalista en el sentido
perverso en que, con mez-colanza batiburrillada -interesada y desordenada- se
ha degenerado el término, desvirtuándose así la eti-mología de su procedencia.
La expresión latina nó-mine discrepante y su saber de cosa sin contra-dicción o
de completa conformidad nos describe, sin cortapisas adulteradas, lo que
encierra el concepto nación en cuanto a conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo gobierno en
el territorio de ese país.
Y, claro está, todas las menudencias definitorias,
impuestas para esconder pretensiones espurias, re-sultan pura falsedad.
** *
Tan sólo por motivo insistente y sin querer apropiarme de
una erudición que no me pertenece -de
hacerlo sería pedantería por mi parte-, a todo lo dicho le conviene algo así
como disquisición ante navegantes medradores respecto de las verdaderas
acepciones del vocablo nación. Voy con ello.
Empiezo por "de nación", locución
con que se da a entender la naturaleza de uno, y prosigo con
"nacional", perteneciente o relativo a una nación o natural de la
misma, en contraposición a extranjero; "nacionalidad", condición
peculiar de los pueblos e individuos de una nación o estado jurídico de la persona
nacida o naturalizada en una nación; "nacionalismo", apego de los
naturales de una nación a los usos y costumbre de ella y tendencia a exaltar la
personalidad de la misma; y "nacionalizar", dar carácter nacional a
una cosa y atribuir a esa cosa, llamada Estado, bienes o empresas privadas.
Démonos cuenta que son puras
definiciones comunes que no suponen singulares especificaciones de exclusivas
territoriales, pero que permiten, eso sí, albedrío para la adopción, en nuestro
caso para la patria canaria.
Sin embargo, extraido de estos
contextos de suma y razonable naturaleza, el nacionalismo tiene mala prensa, y
en ello puede haber parte de razón en tanto en cuanto tal actitud pretenda una
acción disgregadora de lo que Eduardo Alvarez Puga llama “el gran artificio de
la nación”.
Da comienzo a su tesis,
diciendo: “A pesar de los imaginativos esfuerzos de los manipuladores
nacionalistas, resulta evidente el carácter temporal de las naciones. También
los entes de ficción nacen, se desarrollan y fallecen”.
El orden vegetativo de la
vida, digo yo. Pero ¿a qué nacionalismo se refiere Alvarez Puga? ¿Acaso alude a
un concierto cosmográfico donde las fronteras no existan sobre los intereses
universales y todos seamos hermanos dentro del espectro verdadero de una
universal ciudadanía? De esta manera, me apunto.
Empero, también manifiesta: “Ningún pueblo es soberano si no lo son sus
ciudadanos; ninguna colectividad es justa, si toleramos abusos y
discriminaciones entre sus miembros; nadie puede ignorar que aunque los hombres
somos distintos, somos iguales en derechos y obligaciones, independientemente
de cuál haya sido el lugar de nuestro nacimiento. Las devociones patriòticas
pueden poner en peligro todas las conquistas democráticas. El nacionalismo
tiene una naturaleza agresiva y discriminadora, incompatible con la igualdad y
la libertad. Desde sus orígenes, la democracia procuró proporcionar a los
humanos fórmulas equitativas para resolver pacíficamente las discrepancias que
se producen entre los miembros de una determinada comunidad. La madre patria,
por el contrario, alumbra guerra con la misma naturalidad que las otras madres
paren a sus hijos”.
Por supuesto que no necesito imbuirme de adónde va los tiros
de Alvarez Puga, máxime cuando con el título de su obra, La irracionalidad
nacionalista, lo dice todo.
No obstante, dada la ambigüedad de su pensamiento, además
de la cita que hace de Friedrich Hegel -“En la existencia de una nación, el
objetivo sustancial es llegar a ser un Estado independiente y preservarse como
tal”.
Traigo a colación la idea de
Victoria López Cordón antitética de aquél pensamiento y relativa al sentido de
naciones, idea sobre el libre consentimiento de los grupos que la pudieran
formar y su condena del colonialismo, el imperialismo y la guerra, “como verdaderos
atentados contra la fraternidad y la paz entre las naciones”, invocación que
hace de palabras de Emilio Castelar en
su discurso de 13 de noviembre de 1868; repito, traigo a colación de todo esto
la pregunta que surge con imperiosa necesidad de respuesta: ¿se refiere Alvarez
Puga al nacionalismo español?
Y advertirle que dada la conjugación que usa Hegel del verbo llegar,
la consonancia con la realidad canaria es tal, que si aún no ha llegado al
Archipiélago Canario su soberanía, está por llegar, y entre menos tarde, mejor.
Ha de observarse que el escritor
gallego, al igual que otros tantos diseñadores a su modo metropolitanos,
desconoce la realidad canaria: su importancia en el comienzo del periplo
colonizador, que no se ha cerrado hasta que las islas sean soberanas.
Consumada
la ida, pero todavía no totalmente la
vuelta. No sabe que Las Palmas de Gran
Canaria fue la primera ciudad enclave colonizado y colonizador de la aventura
trasatlántica; además, que el concepto conquista vuela sobre el nido de cucos
desvergonzados que quieren tergiversar la Historia con el hecho sinuoso y falso
del concepto incorporación, sustantivos
a los que nos negamos por amor a la patria canaria y el deseo de que deje de ser
PARAÍSO PODRIDO.
He
tomado a Alvarez Puga de entre los muchos pensamientos metropolitanos que
podría escoger, dada la validez de su
ignorancia de nuestras cosas. Es que resulta bastante significativo que en su
estudio sobre los nacionalismos no cite para nada el problema canario, almoneda
cobarde de la metropoli en los foros internacionales.
Eso
sí, saca a relucir la Cataluña de Pujol, la Galicia de Fraga, el Euskadi de Arana... ¡y hasta
Francis Drake en su acto de piratería sobre La Coruña!, desconociendo que Las
Palmas de Gran Canaria sufrió idéntico saqueo;
pero no menciona a la Andalucia de Blas Infante y, mucho menos, y es lo
que más nos duele, a Secundino Delgado, presidiario tan sólo por querer la
independencia de su patria canaria.
Aparte su ignorancia, claro está, de que los canarios, como pueblo que ha sido
conquistado, quiere verse de libre de la losa de sus solidarias. conquistadores
y con propiedad dentro del concierto mundial de las naciones soberanas.
Tiene, pues, valoración incalculable, y en
ello es germen sin par Victor Ramírez, toda
canción que inspire proselitismo esperanzador para la soberanía del
Archipiélago Canario; toda aquélla que trate de cercenar en la patria canaria
su profanación y su degradación foráneas.
Que
al igual que dijo el poeta gomero, no deseamos para nuestro aliento espiritual
de independencia que nuestra lágrima se tuerza como la lágrima de
un pez en el exilio. En fin, nuestro anhelo
que la Patria Canaria deje de ser el Paraíso Podrido.
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