HABRÁ TRABAJO, PERO DE
MALA CALIDAD
ANTONIO ANTÓN
Desde hace décadas
persiste el debate sobre el futuro del trabajo y, más específicamente, del
empleo, derivado de la revolución tecnológica. Ahora se ha acelerado. El
diagnóstico convencional es la disminución cuantitativa del empleo normalizado,
aun admitiendo la persistencia de una gran cantidad de trabajo (reproductivo y
social) no regulado o sumergido, especialmente a nivel mundial.
Paralelamente, la
crisis socioeconómica y las políticas de ajuste y austeridad aplicadas en esta
última década han ocasionado graves consecuencias sociolaborales: paro masivo,
precarización del empleo, devaluación salarial, segmentación y segregación y
desequilibrio en las relaciones laborales. Disminuye el empleo decente o de
calidad y se genera empobrecimiento, desigualdad e incertidumbre.
Por tanto, hay que
volver a analizar con realismo estas tendencias, hacer frente a los prejuicios
convencionales y explicar sus implicaciones sociolaborales y normativas.
Primero, las tendencias del empleo mundial. Segundo, el impacto tecnológico en
el empleo señalando que el problema principal es el tipo de poder. Tercero, una
de sus implicaciones normativas: la renta básica. Termino con unas
conclusiones.
Las tendencias del
empleo mundial
Comienzo por
detallar la evolución del empleo mundial, con datos oficiales de la
Organización Internacional del Trabajo (OIT), durante el último periodo de
treinta años, suficiente para analizar los impactos de la crisis económica
iniciada en el año 2008, así como la influencia de la innovación tecnológica
–los datos de los gráficos son en millones y a partir de 2018 son proyecciones
de la propia OIT.
Gráfico 1:
Evolución del empleo mundial, total y por sexo (1991-2020)
El gráfico 1 señala
su evolución total y por sexo. La línea en los tres casos es ascendente, con un
incremento total de unos mil millones: hay un aumento de más del 40%, desde
unos dos mil trescientos hasta los actuales tres mil trescientos millones, con
una evidente brecha por sexo y su ligera ampliación.
El gráfico 2 expone
la diferencia por edad, entre el segmento de 15-24 años en que se mantiene en
torno a 500 millones, con un ligero descenso derivado de la ampliación de la
escolaridad, junto con un ascenso significativo de la población empleada de más
de 25 años que se incrementa en unos 1.300 millones (75%), hasta alcanzar cerca
de los 3.000 millones.
Gráfico 2:
Evolución del empleo mundial, por edad (1991-2020)
El gráfico 3
explica la evolución del desempleo, total y por sexo. Entre los años 1990, con
poco más de 100 millones, y 2003, con 173 millones, hay un ligero y continuado
aumento que se invierte un poco en el corto espacio entre 2004 y el comienzo de
la crisis de 2008, año en que se produce un fuerte incremento hasta cerca de
180 millones, manteniéndose desde entonces en torno a 172 millones de personas
desempleadas, tal como calcula la OIT para 2018, con una tasa de desempleo del
5,0 por ciento. Así, es llamativo que esa tasa pasara del 5,0 por ciento en
2008 al 5,6 por ciento en 2009, en solo un año, y que la recuperación hasta los
niveles predominantes antes de la crisis financiera mundial haya tardado un
total de nueve años.
Por otro lado,
siguiendo con el último informe de la OIT, la tasa de participación laboral
femenina fue del 48 por ciento en 2018, muy inferior a la masculina, que fue
del 75 por ciento; vale decir que, en 2018, alrededor de tres de cada cinco de
los 3.500 millones de integrantes de la fuerza de trabajo mundial eran varones.
La evolución hacia el cierre de la brecha de género en las tasas de
participación tuvo un lapso de rápida mejora que se prolongó hasta 2003 pero
luego se estancó. Los alarmantes 27 puntos porcentuales de disparidad
registrados en 2018 en la participación laboral debieran impulsar medidas
políticas destinadas a mejorar la igualdad de género en los mercados de trabajo
del mundo y también a potenciar las capacidades de las personas.
En general, las
tasas de participación laboral entre los adultos vienen reduciéndose desde hace
veinticinco años; esa reducción es aún más pronunciada entre las personas
jóvenes de entre 15 y 24 años. Se calcula que esta tendencia descendente
continuará en el futuro. La paradoja es que, aunque crece el empleo entre las
personas adultas, el incremento de la población es mayor.
Gráfico 3.
Evolución del desempleo mundial, total y por sexo (1991-2020)
Otro indicador
significativo es sobre la evolución última de la tasa de actividad total desde
1990 (67%), con un repunte hasta el año 2005 (68,4%) y una bajada posterior por
el impacto de la crisis hasta 2018 (67,3%), en que el porcentaje se sitúa en un
valor similar al del año 1990. En estas tres décadas, se ha mantenido una tasa
de actividad algo superior a los dos tercios de la población de 15 a 64 años,
aunque hay diferencias significativas por sexo.
La tasa de
actividad masculina va descendiendo ligeramente en todo el periodo de una forma
gradual (entre paréntesis el porcentaje de participación en la fuerza laboral,
que es algo superior al integrarse la llamada ‘fuerza de trabajo potencial’, un
grupo clasificable como fuerza de trabajo subutilizada, que suma unos 140
millones de personas). En el año 1990 es del 80% (84,2%), va bajando hasta el
año 2005, con el 77,4% (82,1%), y lo continúa haciendo hasta el año 2018, con
el 75% (80,6%).
La tasa de
actividad femenina es inferior en más de 21 puntos respecto de la masculina,
aunque la desventaja ha disminuido algo desde los 28 puntos del año 1990.
Además, se mantiene casi igual entre los años 1990, con el 51,4% (56,2%), y
2005, con el 51,1% (56%), pero baja de forma significativa con la crisis
económica hasta situarse en el 48,5% (53,7%) en el año 2018.
Por último, hay que
precisar el tipo de empleo que se está creando y destruyendo, con datos de la
OCDE, analizando la variación porcentual de los empleos, por niveles de
cualificación, comparando la de España con la de otros países desarrollados
(Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y EE.UU.). Destaca que, en las dos
décadas entre 1995-2015, ha habido una alta destrucción del empleo de
cualificación media en todos los países y una creación en los dos extremos:
significativa de los empleos muy cualificados y limitada de los menos
cualificados. En España las dos tendencias se acentúan: la destrucción del
empleo de cualificación media alcanza al 13% cuando la media de los otros
países está en el 9%; y del muy cualificado crece más, el 10%, cuando la media
del resto está en torno al 6%; no habiendo diferencias significativas en el
limitado crecimiento (inferior al 5%) del empleo menos cualificado.
En definitiva, el
empleo no toca a su fin, sino que se reestructura. Su crecimiento a nivel
internacional es significativo, aunque la población mundial crece a un mayor
ritmo y, particularmente, en la franja de edad de 15 a 25 años se reduce algo,
debido al aumento de la edad en la escolarización, entre otras cosas. El
problema principal es su precarización, no su desaparición; por tanto, el
objetivo es más bien la garantía para un empleo decente. Según los informes de
la OIT, un total de 2.000 millones de trabajadores/as estaban en el empleo
informal en 2016, el 61 por ciento de la población activa mundial. Otro claro
indicio de la mala calidad de muchos empleos es que en 2018 más de una cuarta
parte de personas trabajadoras de países de ingreso bajo y de ingreso mediano
bajo vivían en situación de pobreza extrema o de pobreza moderada.Las políticas
de protección al desempleo y contra la precariedad laboral y la pobreza tienen
que ser complementarias con la relevancia que todavía tiene el empleo, combatir
su inseguridad y sus límites para garantizar unas condiciones de vida dignas y
tratar el conjunto del trabajo, incluido el no mercantil.
El problema es de
poder, no tecnológico
En el actual
contexto de desigualdad el sentido y la dimensión del impacto de la revolución
tecnológica en el empleo depende de la orientación política del poder
económico-financiero e institucional, respecto de la regulación de la
globalización neoliberal y las características de las políticas públicas.
Solamente cito algunas valoraciones recientes y relevantes, complementarias a
las investigaciones propias:
Paul Krugman
crítica la visión ‘tecnológica’ de la precarización del trabajo, los bajos
salarios y el paro. Su causa es política y de poder.
Similar valoración
sobre la importancia del contexto político para determinar el sentido del
impacto tecnológico es la de Vicenç Navarro, que insiste en la importancia de
las relaciones de poder en los procesos de producción, distribución e
información.
Por otro lado, tal
como enfatiza Albert Recio, al criticar la idea del supuesto fin del trabajo,
hay que revalorizar la importancia del trabajo no mercantil y el reparto
equitativo de toda la carga social.
El futuro del
trabajo y las rentas básicas
Parto del actual
contexto de empobrecimiento general, paro masivo, desarrollo tecnológico y
debilitamiento del empleo y los sistemas de protección social, en particular,
frente al desempleo y la pobreza. Esta etapa neoliberal constituye una quiebra
del anterior pacto keynesiano y de la garantía para mantener unas condiciones
de vida dignas a través de los dos pilares convencionales: empleo y protección
pública.
Hay dos visiones
sobre la relevancia del trabajo en el futuro. Por una parte, su persistencia,
su reestructuración y segmentación interna y su precariedad, con la
responsabilidad del actual poder político y su estrategia neoliberal. Por otra
parte, el determinismo tecnológico de la desaparición del empleo, con la simple
adaptación a la dinámica económica y la subordinación popular
En correspondencia,
existen dos modelos de rentas básicas o sociales que pretenden superar el
actual sistema de rentas mínimas de inserción (y prestaciones de desempleo), de
limitado alcance y cobertura, frente al deterioro del empleo y el Estado de
bienestar, la protección social convencional, como fuente de rentas
suficientes.
Por un lado, una
renta básica de carácter universal e incondicional, independiente del empleo y
las condiciones sociales de las personas, pero sin la prioridad de transformar
la desigualdad social y con diversidad de posiciones ante el poder económico y
la fiscalidad. Por otro lado, un plan de garantías de rentas sociales que busca
afrontar la vulnerabilidad social y la pobreza y fomentar la integración
social, la equidad, y la ciudadanía social, renovando el contrato social de
reciprocidad de derechos y deberes y la función del trabajo. El debate dura más
de tres décadas. Tal como he mantenido durante ese tiempo, considero más
razonable la segunda opción.
Conclusiones
Hay dos ideas
deterministas complementarias, planteadas como inevitables: la disminución del
empleo (y trabajo) existente, y su precarización. Supondría una gran transformación
de su papel para la articulación social, como mecanismo de acceso a rentas y
condiciones necesarias para vivir dignamente y soporte del contrato social y el
pacto keynesiano, base del Estado de bienestar, los sistemas de protección
social, así como de la cohesión cívica y la democracia.
Esas posiciones
expresan una parte de la realidad, pero tienen una función ideológica:
enmascarar y justificar la consolidación del poder neoliberal con la actual
dinámica de globalización desbocada y la subordinación de las clases populares
y las fuerzas progresistas; pretenden generar resignación y adaptabilidad e
impedir una transformación sociopolítica emancipadora.
La realidad es
diferente: persiste un gran volumen de empleo, con una precarización mayoritaria
y una segmentación mayor, con un crecimiento paralelo del empleo muy
cualificado. Ello supone la persistencia de la problemática del trabajo y la
necesidad de garantizar empleo decente y fortalecer los sistemas de protección
social pública y el Estado de bienestar, en la perspectiva de una democracia
social avanzada.
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Antonio Antón es
profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid.
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