TORO MANSO PARA DOS
GERARDO
TECÉ
Por el camino a mi casa un cigarro me he encendío. Con el humo del cigarro no me siento tan vacío. 34 grados a las diez de la noche y la “Buleríâ del aire acondiçionao” de los Califato 3/4 sonando en casa. La señal de TVE silenciada muestra la llegada de 3/4 de los candidatos a la presidencia del gobierno que han decidido acudir a la cita de la tele pública. El 1/4 que, como yo, seguirá el debate desde el sofá, es el favorito para ganar las elecciones, aunque afronte un tramo final de campaña que sólo podría dársele peor si, en una nueva mentira afirmase que sí que ha ido al debate, sonase el telefonillo de casa y fuese Silvia Intxaurrondo diciéndole que eso es bastante… inexacto. Qué mal rato.
Último debate de la
campaña electoral entre el presidente del Gobierno Pedro Sánchez, la
vicepresidenta Yolanda Díaz y el líder del partido del odio, Santiago Abascal.
Un escenario incompleto. Algo incómodo ya que la mesa, diseñada para sostenerse
sobre cuatro patas, cojeaba. Cojeaba para un Sánchez que no tenía en frente a
su principal rival, cojeaba para una Díaz que sólo podía confrontar con una
pared alicatada de azulejos de los años sesenta llamada ultraderecha y cojeaba
para Abascal precisamente porque aquello era un debate, un formato que no es
precisamente su fuerte. Que el único rival para confrontar que tenía delante el
bloque de izquierdas, necesitado de confrontación ideológica para intentar
remontar en las encuestas, fuese Abascal no era, como podría parecer, una
ventaja, sino más bien un inconveniente. Aunque uno sea animalista, hay que
reconocer que el mundo taurino ofrece una serie de metáforas que merece la pena
rescatar de vez en cuando. Imaginen a dos toreros teniendo que repartirse la
faena de un mismo toro manso y entenderán por qué hoy la izquierda, aunque
ganadora por incomparecencia física de Feijóo e incomparecencia de cuerpo
presente de Abascal, no puede salir eufórica de la cita.
El debate final,
como lo ha llamado la tele pública, ha sido plano en sus inicios. Más centrado
en el espectador que en la batalla ideológica entre los propios oponentes. Un
inicio de debate frío como un viaje en ascensor en el que Yolanda y Pedro –así
se llamaban mutuamente– poco tenían que hablar entre planta y planta y el señor
Abascal –así se dirigían a él– poco peso argumental tenía que ofrecer más allá
de eslóganes trillados. Unos eslóganes que el líder de la ultraderecha repetía
con poco ímpetu, como cansado de escucharse a sí mismo tras cuatro años y
dándole la razón a la mejor frase publicada posiblemente en las páginas de CTXT
por el baranda Miguel Mora: todos, excepto Pedro Vallín, llegamos agotados al
final de la legislatura. Quizá, culpa de ese agotamiento, el debate tardó
tiempo en coger cierto tono. En un momento dado parecía que podía animarse un
poco gracias a un Abascal que sacaba el comodín de Bildu diciendo que si los
filoterroristas vascos habían apoyado leyes como la reforma laboral era porque
siempre votaban lo peor para España. Para decepción de los espectadores, los
propios debatientes tuvieron que explicarle con dibujos al líder de Vox que
Bildu votó en contra de esa ley, igual que hizo Vox. El conductor de la
furgoneta con la que Abascal había llegado a la sede de RTVE arrancó y preguntó
si se lo llevaba ya a casa. Espérate que queda hora y media, respondió el jefe
de comunicación de Vox que cobra por horas.
Con esa extraña
sensación de que en este caso el nazi no fuese en grupo y con bates de béisbol,
sino en solitario y con las manos vacías, trascurrió un debate en el que
Sánchez y Díaz pudieron exponer con tranquilidad su proyecto de país para los
próximos cuatro años. Un proyecto al que era difícil oponerse en contraste con
la España de un Abascal que no salió de tópicos del tipo derogar el sanchismo,
la agenda globalista 2030, los inmigrantes delinquiendo o los homosexuales
pervirtiendo a los pobres niños en la escuela. Pasados los minutos, Yolanda
Díaz, cuya tarea era movilizar al electorado de izquierdas, consiguió que el
toro manso dejase de pastar un momento enseñándole el capote de la Igualdad y
el feminismo. Cuando lo tenía donde quería, es decir, con Abascal repitiendo
que él machista no es porque tiene madre, señora e hija, Díaz tuvo su mejor
momento. Se enfrentó al líder del odio y le explicó que si hay más de mil
asesinadas desde que hay registros, lo mismo sí que existe en España un
problema de violencia machista, a pesar de que sus diputados en Valencia se
rían durante los minutos de silencio. Díaz le mostró la foto y Abascal siguió
pastando. Sánchez, que no se quería ir de allí sin pegarle un par de capotazos,
dio uno de los titulares de la noche. Si Feijóo no se había atrevido a ir al
debate no es porque reniegue de los votos de Vox, ni de sus políticas, sino
porque le avergüenza salir con Abascal en la foto.
Yolanda Díaz ganó
el debate, si es que estos debates se ganan. Lo hizo porque consiguió dar
cierta sensación de movimiento en un escenario estático, y porque fue
claramente superior al candidato contra el que se está jugando el tercer puesto
el 23J. Sánchez, cuyo entorno había deslizado en las últimas horas el rumor de
que el PSOE podría tener una bomba que soltar contra Feijóo en el tramo final
de la campaña, no fue desde luego quien anoche apretó ese botón. El presidente
jugó su papel, que era el de reivindicar su gestión y se fue a casa tras un
debate que no fue malo, sino incompleto por incomparecencia de los rivales.
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