NARCOBULOS
JONATHAN MARTÍNEZ
Periodista
Alberto Núñez Feijóo en
el programa 'Al Rojo Vivo', presentado
por Antonio García
Ferreras
El 24 de abril de 2013, durante un accidentado pleno del Parlamento de Galicia, Alberto Núñez Feijóo fue despejando con pretextos y rectificaciones todas las sospechas que la oposición había arrojado sobre su Gobierno. Aquella sesión de control fue un espectáculo monográfico. Apenas un mes antes, El País había difundido unas fotografías en las que el presidente gallego compartía yate y vacaciones con Marcial Dorado, empresario, contrabandista y narcotraficante contratado en repetidas ocasiones por la Xunta. Las alianzas del Partido Popular con los barones de la droga siempre fueron un secreto a voces pero nunca habían llegado con tanta vehemencia a los círculos mediáticos y a la gresca parlamentaria.
Las redes sociales,
que funcionan con pulsos impredecibles, han recuperado algunos momentos
destacados de aquel pleno. Era una bronca con antecedentes. En una sesión
anterior, Xosé Manuel Beiras había dejado caer algunas lágrimas al recordar a
un familiar fallecido a causa de la droga. En ese momento, dos semanas más
tarde, Feijóo tuvo la ocurrencia de ridiculizar los sollozos del portavoz de
Alternativa Galega de Esquerda. En un arranque de indignación, Beiras se
levantó de su escaño, atravesó el hemiciclo, se encaró con Feijóo y lo
desconcertó con un manotazo en la mesa mientras la presidenta del Parlamento
llamaba al orden a voz en grito.
Hay imágenes tan poderosas
que se difunden como un fuego en un granero pero que al mismo tiempo, por culpa
de su poder simbólico, pierden todos sus matices e implicaciones. La fotografía
de Feijóo y Marcial Dorado, manoseada hasta el cansancio, nos lleva a veces a
olvidar que la amistad entre el político y el mafioso no se limitó a un fugaz
chapuzón veraniego sino que se prolongó en un intenso itinerario de viajes y
llamadas telefónicas. Los negocios ilegales de Dorado, por otra parte, nos
hacen olvidar otros negocios bendecidos por la ley y auspiciados por la Xunta.
Y es que las empresas del narco se embolsaron al menos 157.000 euros bajo el
mandato de Manuel Fraga.
Lo mismo ocurre con
el manotazo de Beiras. El vídeo es tan estridente que podríamos pasar por alto
todo lo que se habló aquellos días en el Parlamento. La oposición preguntó una
y otra vez por los contratos que la Xunta concedió a Dorado pero Feijóo
incumplió su compromiso de facilitarlos. Ya en noviembre, la Xunta entregó un
fardo de documentos que omitían las actividades de Feijóo al frente del
servicio de salud durante los tiempos de camaradería con Dorado. En un pleno de
mayo, el presidente juró que su Gobierno no había destruido "ningún papel,
ningún documento ni ningún contrato". En otoño, la Xunta alegó que había
destruido varios expedientes dañados en unas inundaciones.
La sombra de Dorado
no solo persigue a Feijóo sino que atraviesa la historia entera del Partido
Popular de Galicia. Gerardo Fernández Albor, primer presidente de la Xunta, se
encontró con el contrabandista en el pazo A Boega de Gondarém allá por 1984. En
aquel entonces, Dorado y sus compinches huían de la ley y administraban sus
operaciones desde territorio portugués. Cuenta Nacho Carretero en Fariña que
Albor "recomendó a los capos que regresaran a España y se entregaran a la
Justicia". Los capos siguieron el consejo y pasaron unas pocas semanas en
el penal de Carabanchel. Después la Justicia aplazó la vista nueve años hasta
que la Fiscalía determinó que los delitos habían prescrito.
Feijóo puede alegar
ahora que no siempre conoció el historial delictivo de sus socios veraniegos,
pero el nombre de Dorado aparece en todas las hemerotecas como capitán de una
de las tres grandes redes de contrabando en Galicia con acusaciones de comercio
ilegal y delito monetario. El juez francés Germain Sengelein y el fiscal suizo
Yord Shill lo relacionaban ya con el blanqueo de capitales en la investigación
"Peseta Connection" y Baltasar Garzón lo había arrestado en la
'Operación Pontevedra' tras una incautación de 380 kilos de cocaína. Los
indicios más notorios de que Dorado desempeñaba un rol dirigente en el tráfico
de estupefacientes terminaron por ratificarse en 2009.
El otro día, en una
entrevista con Silvia Intxaurrondo, todo el mundo pudo comprobar que Feijóo ha
mentido sin recato durante la campaña. Mintió cuando dijo que el PP ha
revalorizado siempre las pensiones de acuerdo al IPC y mentía cuando decía que
Sánchez rehusó colaborar con los tribunales en la investigación del software
Pegasus. No se trata de una inexactitud ni de un dato mal compulsado en un
teletipo perdido de una agencia sin nombre, sino una estrategia política: el
bulo sin sostén documental, el dato fantasioso lanzado al mar informativo a
sabiendas de que apenas quedan periodistas dispuestos a toserle en la cara
durante un directo.
"¿Sabía que
esa persona acabaría involucrada en el narcotráfico?", preguntaba Feijóo
durante el dichoso pleno del Parlamento de Galicia. "No tengo poderes
adivinatorios". La hemeroteca, sin embargo, es cruel con los embusteros y
escupe las verdades a la cara con una gelidez notarial. Las fotografías más
comprometidas de Feijóo se remontan a 1995. Para entonces ya habían
transcurrido cinco años desde los primeros coletazos de la Operación Nécora y
el nombre de Dorado ya había ocupado todas las portadas de todos los periódicos
porque la Policía apuntaba con sus indagaciones hacia una red de blanqueo de
capitales vinculada al tráfico de cocaína.
Este miércoles,
durante una entrevista emitida en Al rojo vivo, Antonio García Ferreras sacó a
relucir la cuestión y formuló la pregunta sin rodeos: "¿Sabía que era
narco o no lo sabía?". Feijóo negó la mayor con un argumento que ya ha
empleado en otras ocasiones y que suena a excusa de baratillo. "Ahora es
más fácil saber cosas porque hay internet, porque hay Google". Pero
Antonio García Ferreras no es Silvia Intxaurrondo y la mentira continuó su
curso sin obstáculos ni rectificaciones. Cualquiera con una conexión a internet
pudo haber comprobado en directo, a un par de clics, que los rodeos de Feijóo
son tan grotescos como inverosímiles.
Creíamos que Vox
había traído los peores vicios del nuevo populismo norteamericano, la conducta
falsaria de Steve Bannon y las fake news de Breitbart News. No ha sido Vox sino
el Partido Popular quien ha acogido con más entusiasmo esta táctica de
confusión y descrédito. Se trata de embarrar el terreno de juego hasta que la
verdad deje de tener ninguna importancia. Este miércoles mismo trascendía que Almeida
pagó el año pasado 22.145 euros al youtuber utraderechista Javier Negre para
que empoce las redes con el barro de sus falsedades.
La mentira ya no es
tanto un desliz ocasional como una desvergonzada rutina, una forma de hacer
política, un atajo, un modus operandi. Ahora amenaza también con convertirse en
gobierno.
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