EL COLUMNISTA Y LA PERIODISTA
PABLO BATALLA CUETO
A la izquierda, el jefe
de Opinión de 'El Mundo', Jorge Bustos; a la derecha, la periodista y
presentadora de 'La Hora', Silvia Intxaurrondo
Lamenta Jorge Bustos la impotencia del columnismo. No sumó mayoría absoluta la derecha caníbal de la que es soldado, y ahora escribe en El Mundo que "a veces uno lamenta que el juicio mayoritario de los españoles expresado en las urnas no coincida con el expresado individualmente en tantas columnas". Recuerda a la célebre viñeta aquella de Chummy Chúmez, en la que un bohemio melenudo mira con desprecio a una agrupación de desheredados y dice: «A veces pienso que esta gente no se merece que me lea entero El capital».
Bustos piensa
también que no nos lo merecemos; que él no se merece un país en el que la
opinión pública no coincida con la opinión publicada. En esta última caen
también las encuestas, convertidas ya, ellas mismas, en un sofisticado
columnismo, escrito con cocinados quesitos de colores en lugar de con
retruécanos y paronomasias. También le pasa hoy a la derecha algo que debió de
pasarle, porque les pasó a todos, al melenudo aquel en la Transición, que creía
fervientemente en la inminencia de la revolución porque vivía en una burbuja de
activismo donde tal creencia era corriente, y se perdía de vista la realidad
sociológica del país.
Bustos o cierto
otro propagandista de la ultraederecha, que se pregunta cómo puede ser que haya
resistido Sánchez, cuando en la calle solo se escucha echar pestes de él, viven
hoy en una en la que el eco obsesivo del «que te vote Txapote» atolondra los
sentidos, que así no se dan cuenta de que hay calles, muchas calles, esas que
ahora aparecen teñidas de rojo intenso en los mapas de voto por distritos, en
las que un pueblo sensato sabe perfectamente que Txapote son ellos, porque
ellos son hoy el hogar del fanatismo y de la violencia. Pasadas las elecciones,
andan ya practicando la damnatio memoriae contra Marcelino Camacho, a quien
planean retirarle una plaza en Navalagamella (Madrid). Planea retirársela el
PP; un PP en solitario, sin Vox.
No ganó la opinión
y sí ganó el periodismo. Lo hizo con ligereza, con sencillez. Silvia
Intxaurrondo fue con un par de simples preguntas la gamechanger que hizo
descarrilar la campaña de Feijóo. Vinieron luego otras cosas: Zapatero, el
debate a tres, los memes de Perro Sanxe, humor, mucho humor. Se ganó con humor,
con hedonismo, con alegría, y eso es importante. En estas elecciones, los de
las cañitas y la libertad y el «quién le ha dicho usted que...» éramos
nosotros, frente a esta estantigua de torvos fantasmas que vienen a prohibir, a
volver a prohibir, a Lorca y a Virginia Woolf. Pero se ganó con la inestimable
ayuda del buen periodismo, después de una semana en la que habíamos visto
actuar al malo: ese Vicente Vallés y esa Ana Pastor, mudos, hieráticos, ante el
galope de Gish de Feijóo.
Por cierto que a
Intxaurrondo, no así a Pastor, no la hemos visto nunca darse esos golpetazos
corporativos en el pecho que son típicos de los malos periodistas, ni ahuecar
la voz con la épica campanuda del reportero incorruptible, titán del cuarto
poder, incomodador de poderosos, desvelador de watergates, que siempre es un
decir de qué careces al decir de qué presumes. Las paredes de la redacción de
OKDiario, lo hemos visto en alguna foto, están decoradas con citas altisonantes
de Tom Wolfe, Kapu?ci?ski, Orwell et alii sobre la información y la luz de la
verdad y la valentía de la objetividad insobornable. El buen periodista, como
el buen albañil, contable o charcutero, lo es sin pregonarlo; sin agarrarnos
del brazo para decirnos que lo es. Hace su trabajo con serena deontología y lo
concibe como ni más ni menos importante que otros.
Llueven ahora las
facha tears y son agua de mayo; una bendición sobre los agostados campos del
optimismo de izquierdas. No son invencibles los malos, no está escrito el
destino, la civilización puede ganar a la barbarie. Como decía Camacho, ni nos
domaron, ni nos doblaron, ni nos van a domesticar.
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