CUIDADO, QUE EL PERRO MUERDE
GERARDO TECÉ
Abascal le sacaba brillo al casco de los Tercios de Flandes cuando un mal gesto de Lucía Méndez al 10% escrutado hizo saltar todas las alarmas. Uy, parece que los españoles se empeñan en votar inestabilidad, se quejaba en TVE la jefa de opinión de El Mundo visiblemente preocupada y dando la señal, como en 1974 la dio Grândola Vila Morena en Portugal, a la revolución de los claveles. A la española y con penurias, eso sí. Eran las nueve y media de la noche del día que, según habíamos escuchado una y otra vez durante los últimos meses, Feijóo nos libraría del sanchismo y, según avanzaba el escrutinio y palidecía Méndez, no había visos de que tal cosa acabase sucediendo. El sanchismo que, una vez más, daba la sorpresa cuando todos y cada uno de los grandes medios y analistas demoscópicos –excepto Tezanos, cuyos vecinos llamaron a la policía pasadas las once de la noche por el escándalo– escribían ya el obituario.
Si todo esto era
una estrategia para reeditar su libro Manual de Resistencia, lo de precipitar
unas elecciones generales cuando nadie lo esperaba ha sido la campaña
promocional más salvaje de la historia. Y exitosa. Perrosanxe, así se llamará
oficialmente durante los próximos cuatro años si consigue ensamblar las
delicadas piezas necesarias para formar Gobierno, ha sobrevivido al imposible.
Nadie, excepto el pálpito de la subdirectora de CTXT, Vanesa Jiménez, hubiera
apostado nada a que esta noche veríamos al perro con más vidas que un gato
sonreír desde el balcón de Ferraz levantando el puño por la primera derrota de
la democracia española que no lo es. Cuando te dan por muerto, conseguir un
empate técnico y unos números que te permiten intentar gobernar es ganar.
Que la derrota de
Sánchez era una victoria lo confirmaban pasadas las doce de la noche los asistentes
al balcón de la sede del PP en la calle Génova. Con camisas blancas de fiesta
ibicenca sin bebida y sonrisas forzadas de anuncio de dentífrico, el equipo de
los más cercanos a Feijóo escenificaban la celebración de una victoria
insuficiente como parte del inicio de un nuevo relato que nace con las piernas
tan cortas como las mentiras de su candidato durante esta campaña: Feijóo ha
ganado y se dispone a gobernar, esperemos que nadie lo impida. Como si ganar y
gobernar en política fuesen decisiones personales, actitudes vitales basadas en
mensajes escritos en tazas de Mr.Wonderful, y no una cuestión de posibilidad
numérica que al PP se le ha escapado. La cara de Ayuso, incrustada en el balcón
entre tanto blanco con un vestido rojo tonalidad a-mí-no-me-metáis-en-esto, lo
decía todo. Mientras el gallego de sonrisa congelada construía un discurso en
el que la celebración y la justificación se pisaban atropelladamente, la cara
de Ayuso desmontaba todo aquel escenario. Por primera vez en campaña Feijóo no
mentía: he sido el más votado, el PP no ganaba unas generales desde hacía siete
años y nunca en España quien ha ganado unas elecciones generales se ha ido a la
oposición. El público, a punto de gritar pionero, pionero, decidió no hacer
sangre y en vez de eso gritó Ayuso, Ayuso. Lo cual venía a ser lo mismo.
A falta del zoom
necesario que analice en detalle lo ocurrido, la izquierda estatal representada
por PSOE y Sumar ha aguantado el pulso de la mayor campaña mediática y
empresarial puesta en marcha en la España reciente. No lo han hecho solos. Los
votos a Esquerra, Bildu y BNG son los votos necesarios de una resistencia
antifascista plurinacional, y así deberán ser entendidos. Especialmente por un
PSOE al que sus militantes desde la calle le gritaban ‘No pasarán’. Para que no
pasen, hay que hablar. Mucho y con muchos. Concretamente con todos, incluyendo
a las derechas catalana y vasca. No será fácil, pero más díficil era frenar la
gigantesca maquinaria trumpista nacional. Y se ha hecho.
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