lunes, 24 de julio de 2023

CUIDADO, QUE EL PERRO MUERDE

 

CUIDADO, QUE EL PERRO MUERDE

GERARDO TECÉ

Abascal le sacaba brillo al casco de los Tercios de Flandes cuando un mal gesto de Lucía Méndez al 10% escrutado hizo saltar todas las alarmas. Uy, parece que los españoles se empeñan en votar inestabilidad, se quejaba en TVE la jefa de opinión de El Mundo visiblemente preocupada y dando la señal, como en 1974 la dio Grândola Vila Morena en Portugal, a la revolución de los claveles. A la española y con penurias, eso sí. Eran las nueve y media de la noche del día que, según habíamos escuchado una y otra vez durante los últimos meses, Feijóo nos libraría del sanchismo y, según avanzaba el escrutinio y palidecía Méndez, no había visos de que tal cosa acabase sucediendo. El sanchismo que, una vez más, daba la sorpresa cuando todos y cada uno de los grandes medios y analistas demoscópicos –excepto Tezanos, cuyos vecinos llamaron a la policía pasadas las once de la noche por el escándalo– escribían ya el obituario.

 

Si todo esto era una estrategia para reeditar su libro Manual de Resistencia, lo de precipitar unas elecciones generales cuando nadie lo esperaba ha sido la campaña promocional más salvaje de la historia. Y exitosa. Perrosanxe, así se llamará oficialmente durante los próximos cuatro años si consigue ensamblar las delicadas piezas necesarias para formar Gobierno, ha sobrevivido al imposible. Nadie, excepto el pálpito de la subdirectora de CTXT, Vanesa Jiménez, hubiera apostado nada a que esta noche veríamos al perro con más vidas que un gato sonreír desde el balcón de Ferraz levantando el puño por la primera derrota de la democracia española que no lo es. Cuando te dan por muerto, conseguir un empate técnico y unos números que te permiten intentar gobernar es ganar.

 

Que la derrota de Sánchez era una victoria lo confirmaban pasadas las doce de la noche los asistentes al balcón de la sede del PP en la calle Génova. Con camisas blancas de fiesta ibicenca sin bebida y sonrisas forzadas de anuncio de dentífrico, el equipo de los más cercanos a Feijóo escenificaban la celebración de una victoria insuficiente como parte del inicio de un nuevo relato que nace con las piernas tan cortas como las mentiras de su candidato durante esta campaña: Feijóo ha ganado y se dispone a gobernar, esperemos que nadie lo impida. Como si ganar y gobernar en política fuesen decisiones personales, actitudes vitales basadas en mensajes escritos en tazas de Mr.Wonderful, y no una cuestión de posibilidad numérica que al PP se le ha escapado. La cara de Ayuso, incrustada en el balcón entre tanto blanco con un vestido rojo tonalidad a-mí-no-me-metáis-en-esto, lo decía todo. Mientras el gallego de sonrisa congelada construía un discurso en el que la celebración y la justificación se pisaban atropelladamente, la cara de Ayuso desmontaba todo aquel escenario. Por primera vez en campaña Feijóo no mentía: he sido el más votado, el PP no ganaba unas generales desde hacía siete años y nunca en España quien ha ganado unas elecciones generales se ha ido a la oposición. El público, a punto de gritar pionero, pionero, decidió no hacer sangre y en vez de eso gritó Ayuso, Ayuso. Lo cual venía a ser lo mismo.

 

A falta del zoom necesario que analice en detalle lo ocurrido, la izquierda estatal representada por PSOE y Sumar ha aguantado el pulso de la mayor campaña mediática y empresarial puesta en marcha en la España reciente. No lo han hecho solos. Los votos a Esquerra, Bildu y BNG son los votos necesarios de una resistencia antifascista plurinacional, y así deberán ser entendidos. Especialmente por un PSOE al que sus militantes desde la calle le gritaban ‘No pasarán’. Para que no pasen, hay que hablar. Mucho y con muchos. Concretamente con todos, incluyendo a las derechas catalana y vasca. No será fácil, pero más díficil era frenar la gigantesca maquinaria trumpista nacional. Y se ha hecho.

 

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