TENEMOS UN PAÍS MÁS DECENTE:
¡ESPABILEMOS DE UNA VEZ!
IGNACIO
SÁNCHEZ-CUENCA
La cosa pinta regular, tirando a mal, para qué vamos a engañarnos. Eso, sin embargo, no justifica el derrotismo y la pasividad que se detecta entre muchos ciudadanos de izquierdas, pues las pobres expectativas sobre los resultados del 23-J se deben, entre otras cosas, a la falta de nervio y compromiso que atenaza a tantos votantes progresistas. Cuanto peores son las expectativas, más gente se siente desengañada, pero cuanto más desengañados hay, más se hunden las expectativas. Es ese círculo el que hay que romper a toda costa en este tramo final de la campaña.
Estoy pensando en
muchas personas que en 2019 votaron a alguno de los dos partidos de la
coalición pero que hoy remolonean o se han quitado de en medio. Estoy pensando,
en el campo socialdemócrata, en quienes reniegan de Pedro Sánchez por haber
pactado apoyos legislativos con los independentistas de ERC o de Bildu, en
quienes creen que la ley de “sólo sí es sí” ha sido un desastre de gestión, en
quienes no soportan el lenguaje inclusivo y creen que se ha ido demasiado lejos
en la ley trans, en quienes no entienden el giro con Marruecos, etcétera,
etcétera, etcétera. Y, en el campo más a la izquierda, en quienes están
molestos por la forma en que se constituyó Sumar (exclusión de Irene Montero),
en quienes creen que con el PSOE no se puede ir a la vuelta de la esquina, en
quienes se lamentan de que no se haya avanzado más en política de vivienda,
etcétera, etcétera, etcétera.
Por supuesto, son
todas razones atendibles. Cada uno tiene derecho a criticar e irritarse por lo
que crea conveniente. Ahora bien, la cuestión clave en estas elecciones
consiste en si esos motivos de insatisfacción son suficientes para dejar de
apoyar a los partidos de la coalición. Yo creo que no, por dos motivos
fundamentalmente.
La cuestión clave
en estas elecciones consiste en si esos motivos de insatisfacción son
suficientes para dejar de apoyar a los partidos de la coalición
El primero: porque
conviene recordar de dónde veníamos: de siete años de gobierno del PP marcados
por una letanía de escándalos de corrupción y una política salvaje de ajustes y
recortes. No se olviden de los papeles de Bárcenas, en los que Mariano Rajoy
aparecía en más de 30 ocasiones cobrando sobresueldos, de la financiación
irregular, de la Kitchen, de la Púnica, de lo que nos costó Bankia… Ni tampoco
del uso de fondos reservados para el espionaje político y la guerra sucia
contra Podemos y los independentistas catalanes. ¡Pero si hasta la reforma de
la sede del partido se pagó con dinero negro! En cuanto a los ajustes,
recuerden la ley de pensiones que aprobó el PP en 2013, diseñada para evitar
que las pensiones pudieran revalorizarse al ritmo de la inflación, y compárenla
con la actual reforma. Recuerden también la reforma del mercado de trabajo de 2012,
calificada por el propio ministro Guindos como “muy agresiva”, y compárenla con
la reforma de Yolanda Díaz. Y recuerden los recortes brutales en educación,
sanidad y dependencia, y comparen todo ello con las inversiones sociales de la
presente legislatura.
El segundo: porque
frente a esos precedentes, el Gobierno de coalición, con sus errores y
vacilaciones, ha conseguido hacer de España un país más decente. Imitando a
Zapatero, “sí, lo digo, lo afirmo”: España es hoy un país más decente que en
2018. Hemos dejado los escándalos de corrupción atrás y se han aprobado
numerosas reformas en muchos ámbitos que, si bien no resuelven los problemas de
la desigualdad y el medioambiente, han supuesto un paso adelante y una
rectificación importante con respecto a las políticas que se realizaron en la
década posterior a la gran crisis de 2008.
Las crisis
económicas siempre afectan más a España que al resto de países europeos. Cuando
en Europa se pilla un resfriado, aquí se convierte en neumonía. Siempre ha sido
así, con el PSOE o con el PP, en las crisis de 1979, 1993, 2008 y 2020. La
economía se contrae más que las de nuestros vecinos. Además, la tasa de paro se
dispara y se sitúa muy por encima de la media europea… Salvo en esta última
crisis, la de la pandemia, cuando se pusieron en marcha los ERTEs y se evitó
una destrucción masiva de empleo. En esta última crisis, sin duda porque la
situación había cambiado en Europa, se ha salido de la misma con políticas
sociales e inversiones. Ya era hora.
En fin, creo que
frente a las críticas que puedan hacerse, por muchas que sean, no puede negarse
que el Gobierno de coalición ha tenido, en conjunto, más aciertos que errores.
España, en todos los sentidos, es hoy un país mejor, más decente, más digno,
más abierto y más solidario que en 2018.
Hay muchas maneras
de expresar la crítica y el reproche al Gobierno de coalición, pero no tienen
que pasar necesariamente por el voto. No se trata de ir a votar con la nariz
tapada, como dicen los guardianes de las esencias, sino de votar con rabia y
cierto orgullo, para no dejarnos avasallar por la ofensiva reaccionaria. Se
trata de ir a votar con convicción y de transmitir esa convicción en los días
que quedan a familiares, amigos y conocidos, para que no cunda la impresión de
que nos limitamos a ponernos a cubierto frente a una victoria que algunos
medios presentan como inevitable.
Votar no son las
últimas voluntades, ni una declaración de amor. No hace falta idolatrar a Pedro
Sánchez o a Yolanda Díaz para votar al PSOE o a Sumar. Votar significa
simplemente otorgar una confianza a unos representantes para que gobiernen de
una cierta manera durante un cierto tiempo. La pregunta para cualquier persona
con convicciones progresistas, igualitaristas y ecológicas es: ¿merecen seguir gobernando
PSOE y Sumar o es mejor que lo hagan PP y Vox?
Todo lo que no sea responder a esa pregunta en este momento son, me
temo, virguerías.
Yo no voy a votar
por miedo a Vox, sino porque quiero que España siga siendo un país decente y
porque el Gobierno, pese a los desaciertos que haya tenido, ha sido uno de los
mejores desde la llegada de la democracia. ¡Espabilemos de una vez!
No hay comentarios:
Publicar un comentario