RELATO TRANSLÚCIDO
Por Eduardo Sanguinetti, filósofo,
poeta
y performer, especial para NOVA
"Existir es la única manera de
existir que conozco, me aferro a esta existencia, porque no puedo imaginar, una
manera de existir fuera de la existencia.
Escribo para mostrar lo que nadie ignora
y para confirmarme a mí mismo lo que siempre he sabido: lo único e insólito de
este universo.
Un universo finito es inimaginable,
inconcebible.
Un universo infinito es inimaginable,
inconcebible.
Por ende, no puedo dejar de aseverar, que el universo no es finito, ni infinito, siendo finitud e infinitud más que formas humanas de pensarlo.
De todos modos, que la finitud e
infinitud, no sean más que formas de pensar y de decir, es también
inconcebible, inimaginable." (Fragmento de mi libro "Alter Ego",
Ediciones Corregidor)
Se ha perdido o esfumado en este milenio
la tonalidad de los acontecimientos, el pequeño efecto singular y prodigioso,
que hacía de alguno de ellos una situación paradójica, original, cuándo no
explosiva.
Las décadas de los sesenta y setenta,
han ofrecido una multiplicidad de indicios, de peripecias dotadas de un
carácter espiritual paradójico, una transversalidad, un carácter enigmático. El
mayo del /68 francés fue un acontecimiento de ese tipo: enigmático, poco
histórico, pero con la fuerza del "non-sens", un efecto puro, de
cristalización repentina, de consecuencias casi nulas, pero intenso, un buen
momento, al fin de cuentas, de una singular tonalidad.
Indudablemente este cariz un poco
prodigioso ha desaparecido por completo, los acontecimientos ya no tienen
consecuencias enérgicas, no tienen elasticidad... ¿Será porque el suelo se ha
hecho demasiado esponjoso, o porque nuestras pantallas de control absorben de
antemano todas las radiaciones?... La caja de resonancia de la historia ya no
funciona, sólo resuenan las cámaras artificiales, en las que el acontecimiento
es concebido y codificado de antemano, entregado con las instrucciones para su
uso: precesión de la historia muerta sobre la historia viva. Creo que nadie
podría citarme algún acontecimiento que haya sorprendido en los últimos años,
que no forme parte de una rutina cruel o de una solidaridad no menos ritual.
El terrorismo ya no inquieta, la
disidencia tampoco, sólo es un informe más de los miles que se promocionan en
medios corporativos de manipulación, para instalar discusiones vacuas,
simuladas, entre imbéciles, sin conocimiento alguno sobre estos temas, que
desconocen, para luego replicarlos hasta el cansancio y llevar a un 'no aquí,
un no ahora' a una audiencia de espectadores en estado de laxitud inquietante.
El intelectual crítico era el heraldo de
la negatividad, y se ha convertido en el bufón de la disidencia, en este juego
especular que es la vida, en instancia lúdica, limitándose falsas respuestas a
problemas auténticos. En fin, sobre un fondo de indiferencia extrema,
recomenzamos a confiar en la menor diferencia. De este modo es como plantea hoy
todo el mundo la cuestión de la propia identidad… Trátese de lo que sea,
incluso de los partidos políticos, tan despolitizados o los sindicatos, cada
cual esgrime en contra o a favor del Estado que encarna actualmente la
indiferencia (Las democracias procedimentales sólo se distinguen de los
regímenes totalitarios en que estos sólo ven la solución final en el
exterminio, mientras que las democracias virtuales la realizan en la
indiferencia), cada cual plantea su pequeña, su más pequeña diferencia.
La edad de oro de la diferencia ha
pasado, incluso en filosofía. Ha comenzado la edad de oro de la indiferencia:
enfriamiento del espíritu público, indiferenciación de la escena política,
reivindicación exacerbada de la identidad sobre un paisaje de indiferencia
general. Ya no existe el orgullo pleno de dignidad de una diferencia basada en
en las cualidades rivales sino la forma 'publicitaria' de la diferencia, la
promoción de la diferencia como efecto especial y cómo "gadget". Eso
también es cierto en el caso de la esfera política: cada personaje devenido en
político, cada partido, cada discurso, cada "frasecita", es en primer
lugar su propio objeto publicitario, todos los mecanismos de la obscenidad
(pues ahí está el mismo movimiento de la obscenidad de nuestra sociedad) que
fueron inicialmente puestos a prueba sobre los objetos para pasar actualmente a
las ideas y los hombres.
Esta obscenidad, producto de la
'cosificación' de la humanidad, es irreversible. Puede adoptar tonalidades
ligeras y revestir cualidades estéticas, celebrándose en la carnadura de las
hordas de mujeres y hombres sublimando en estado de celo simulado, lo que la
translucidez de la moda impone. ¿Qué otra cosa es, si no, el look que
representa una identidad translúcida y barroca, la mortificación del ser y del
adorno en el mero juego de los efectos especiales?... Obras de arte del cine se
han convertido en objetos publicitarios, una subcultura emocionada hasta las
lágrimas por su propia convivialidad, estremecida de "business",
enriquecida como el uranio, embellecida por unos vestigios de la autogestión y
los prestigios de la comunicación, todo esto pasa por el bello rostro de Jean
Seberg y por el estilo de un Jean-Luc Godard, distanciado de la Nouvelle Vague,
apropiado por este milenio de boatos fúnebres, empedernido en la eliminación de
un pasado abolido.
Y bien, en una sociedad entregada a la comunicación,
ya no queda posibilidad de callarse, de encontrar un destino... En una sociedad
entregada al intercambio simulado de las diferencias, ya no queda la
posibilidad de un auténtico desafío, consolidando nuestro ser y estar en este
mundo... Permanecemos en una balada medieval, con toques surrealistas, tiempo
impertinente este que nos ha tocado experimentar... Esa sensación de presentir
que nada importa se hace cada día más palpable... Los denominados algoritmos,
basados estos en cálculos que nivelan a todos en una misma plataforma...
¿Democrático?, ¿Creativo?: por y para nada, el mandato tendencia streaming es
negociar con y por lo que sea.
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