MAGREB: DESPLAZADOS SIN PERMISO
PARA SOÑAR CON SER FELICES
POR GUADI CALVO
La Unión Europea (UE) sigue intensificando sus operaciones en el Mediterráneo para evitar la llegada de más refugiados al continente, imprime mayor presión política y aporta millones de euros para que los países emisores contengan en sus territorios a los miles de desplazados que sueñan con la oportunidad de llegar finalmente a algún punto de la costa europea. Más allá de estos esfuerzos, que representan miles de millones de euros, el 2022 ha sido el año que mayor cantidad de migrantes llegaron desde 2016.
Estos refugiados
alcanzan la costa sur de Mediterráneo a riesgo de absolutamente todo, de ello
son testigos los muertos que con frecuencia son descubiertos en las dunas del Sáhara.
Muchos de ellos después de haber transitado miles de kilómetros desde sus
países de origen, en muchos casos a un alto precio económico y de seguridad,
poniéndose en manos de traficantes que, frente a cualquier contingencia, los
abandonan con escasa oportunidad de sobrevivencia en medio del desierto,
alejados de las rutas más transitadas, dado que lógicamente los carteles del
tráfico humano buscan escapar del control de las autoridades locales.
Ignorando esta
realidad, la UE solo se preocupa de evitar la llegada de más refugiados a sus
costas, prueba de esto son los mil millones de euros que acaba de otorgar a
Túnez para “luchar contra el tráfico y apuntalar la economía en crisis del
país” tras haber fracasado, apenas unos días atrás, otro acuerdo entre el cada
vez más díscolo presidente tunecino Kais Saïed y la UE. (Ver: Túnez, naufragios
en el mar y en la arena).
Túnez en estos
últimos meses, y en particular el puerto de Sfax, se convirtió en el principal
centro de irradiación del tráfico de personas de todo el Magreb -superando
incluso a Libia- a donde han llegado millones de desplazados debido al desorden
provocado por la guerra civil como resultado del “éxito” de las operaciones
occidentales contra el coronel Gadafi, guerra que desde 2011 no se acalla.
En el marco de la
crisis migratoria lejos de apaciguarse se incrementa cada día con el
correspondiente aumento de naufragios y obviamente de muertos y desaparecidos,
de los que es prácticamente imposible calcular una cifra cierta. Aunque
oficialmente se reconocen más de 27.000 desde que se inició la crisis en 2014,
solo calculado los producidos en las tres grandes rutas del Mediterráneo: el
eje Marruecos a España o ruta occidental, la central: Libia o Túnez hacia
Italia -la más transitada- y finalmente la ruta del este: hacia Grecia desde
Turquía.
Estos números
parciales tampoco tienen en cuenta la cada vez más frecuente travesía desde el
sur de Marruecos, Mauritania y Senegal hacia el archipiélago español de las
Canarias, ruta donde se vienen produciendo constantes naufragios que van
dejando cientos de muertos. El último de estos accidentes se registró el 1 de
julio por el hundimiento de una embarcación que había partido desde el puerto
de Tan-Tan, en el sur del reino alauita, que produjo una cincuentena de muertos
cuyas nacionalidades todavía se ignoran. En otros dos hechos similares habían
desaparecido, el 11 del mes pasado, unos 50 marroquíes provenientes de la
ciudad de Agadir. Y el día 21 de ese mismo mes otro naufragio del que fueron
rescatados dos cuerpos y otros 40 viajeros siguen desaparecidos. El 4 de julio
fueron rescatadas 159 personas que habían partido una semana antes desde Mbour
(Senegal) rumbo al archipiélago canario, las que de no ser por el rápido
accionar de las autoridades isleñas, estaríamos hablando de una nueva tragedia.
A esta cuenta atroz
de muertes hay que sumar el número insondable de los desaparecidos en las
arenas del Sáhara, perdidos y abandonados por los cárteles de traficantes.
Respecto a las
cifras del Mediterráneo son extremadamente discutibles, ya que si bien el
Proyecto Migrantes Desaparecidos de la Organización Internacional para las
Migraciones (OIM) registra hasta fines de junio unos 25.000 muertos en los
naufragios, estos datos se basan en cifras oficiales de entidades europeas
ignorando en verdad el número real. Al ser, obviamente, esta actividad ilícita,
no existen precisiones de las embarcaciones ilegales que parten de los
diferentes puertos o incluso de playas desoladas a escondidas de las
autoridades, por lo que se desconoce también el número que transportan y
tampoco se reportan los posibles naufragios de esos viajes.
Así, el número de
muertos y desaparecidos sólo en el Mediterráneo podría ser ostensiblemente
superior al dado por la OIM, ya que en muchos casos esos cuerpos nunca se
encuentran o las propias autoridades disimulan las cifras para evitar mayores
cuestionamientos. Hasta el punto de que se ha registrado, en más de una
oportunidad, que las naves destinadas a controlar los desplazamientos ilegales en
el Mediterráneo se han negado a contestar los pedidos de ayuda frente a un
inminente naufragio, como se cree que sucedió el pasado junio en cercanías de
las costas griegas, donde murieron 73 personas tras hundirse una embarcación
que había partido del puerto libio de Bengasi con cerca de 200 pasajeros.
Argelia se suma a
la campaña del desprecio
Negada la
posibilidad de continuar los viajes ilegales hacia Europa de los que muchos
funcionarios locales se benefician dejando hacer a los traficantes con los
obvios “agradecimientos”, ya que según se presente la oportunidad cada pasaje
en algunas de esas naves puede cotizarse entre 800 y 5.000 euros, cifras para
las que los interesados deben trabajar durante años o embargar a sus familias
en préstamos usureros que demorarán años en terminar de pagar devastando las
economías familiares.
Con el intento de
evitar la llegada de más refugiados y para “sacarse de encima” a los que ya se
encuentran en sus países, los gobiernos magrebíes han iniciado campañas de
mayor control fronterizo y redadas y expulsiones masivas de refugiados,
concentrado sus acciones fundamentalmente en ciudadanos subsaharianos.
Al igual que Túnez,
también Argelia se encuentra resolviendo la cuestión migratoria de manera
brutal. Mientras tanto aumenta el racismo contra los negros alentada desde los
medios de comunicación y convertido en una política de Estado por los gobiernos
locales. La vida de los refugiados, especialmente la de los subsaharianos, se
ha convertido en una pesadilla todavía peor de la que tenían, sabiéndose blanco
de hordas xenófobas que nada tienen que envidiar a las camisas pardas o
Sturmabteilung (S.A.) de Ernst Röhm.
En el distrito de
Safsafa, en los suburbios del sur de Argel -la capital del país- donde se han
instalado miles de refugiados, las razzias policiales, que van en constante
aumento, ya ha desmantelado gran parte de los refugios improvisados donde miles
de personas viven hacinaban, sin ninguna posibilidad de acceder a controles
médicos mientras sus condiciones de salud se agravaban, dadas paupérrimas
condiciones sanitarias, sin baños ni agua potable, mientras están a la espera
de poder continuar su viaje o conseguir algún trabajo.
En estos sitios
viven miles de malíes, nigerianos y burkineses, entre otras nacionalidades, que
han llegado escapando fundamentalmente de la violencia terrorista de sus
países, que tiene a la población masculina joven como un objetivo clave, para
ser reclutados a la fuerza, por las poderosas khatibas terroristas que operan
en esos países, como Jama’at Nasr
al-Islam wal Muslimin o GSIM (Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes) tributario
de al-Qaeda en el Estado Islámico para el Gran Sahara, o los nigerianos Boko
Haram o el Estado Islámico en África Occidental (ISWAP), entre tanto otros
grupos que se extienden en una gran cantidad de países del continente.
Los migrantes,
recién expulsados de Safsafa, han vuelto a instalar sus chabolas en Hasnaoua,
en los suburbios del sur de Tizi-Ouzou, sabiendo que la próxima relocalización,
muy posiblemente, sea a Tamanrasset, en el extremo sur de Argelia, y desde allí
llevados a la frontera con Níger, desde donde para llegar al primer sitio
poblado, que es Assamakka, tendrán que caminar unos 15 kilómetros en medio de
la nada, con temperaturas ecuatoriales, donde serán clasificados y a
continuación deportados a sus países, ya que Argelia no discrimina por
nacionalidades y expulsa sin ningún orden a cualquier inmigrante hacia
Tamanrasset. (Ver: Níger: Los fantasmas de Assamakka)
Por un acuerdo
entre Argel y Niamey Argelia ya ha devuelto a Níger a más de 11.000 personas
entre enero y abril de 2023, operaciones que se venían realizando desde 2018, a
un transporte semanal y que, dada las presiones europeas, estos traslados se
han reactivado de manera exponencial.
De todas formas
muchos de los expulsados, pasado un tiempo intentan, llegar primero a Assamakka
para seguir rumbo al norte. En junio último en esa ciudad nigerina ya se
contabilizaban cerca de 10.000 subsaharianos con la intención de volver a
Argelia, una vez más, para intentar conseguir el permiso de soñar con la
felicidad.
Guadi Calvo es
escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en
África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook:
https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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