ESCLAVITUD MODERNA
POR
JORGE MAJFUD
Fuentes: Rebelión - Imagen: © Trafficking in Persons Office USA
No es que el sagrado mercado no pueda pagar mejor a los trabajadores, sino que no conviene. Una persona en estado de necesidad (atado a deudas o a su pobreza) es un esclavo moderno, dócil, manipulable, funcional. Exactamente como los países endeudados―los endeudados pobres, no los endeudados ricos.
¿Por qué los campesinos en Colombia, responsables de la producción de casi el 80 por ciento del mercado mundial de cocaína, ganan mil dólares por año y solo un kilo de cocaína se vende a 150.000 dólares en Estados Unidos? La respuesta dogmática es una de las mayores estafas del mundo capitalista que se repite en otros rubros, desde el agropecuario, el industrial hasta el profesional: los salarios responden a “la Ley de la oferta y la demanda”.
Si los salarios en
cualquier cadena productiva estuviesen dictados únicamente por esta ley, los
trabajos más duros en la base de la pirámide (donde la oferta laboral es menor
que en niveles más altos) o los especialistas en las elites académicas o
científicas serían, por lejos, los puestos mejor remunerados. La razón radica
en la misma pirámide de poder, justificada por una plétora de excusas
propagandísticas que emanan de la micro clase en el poder y se reproducen en
sus eslabones funcionales, desde gerentes, subgerentes, expertos en relaciones
públicas, comunicadores, propagandistas, políticos, mercenarios, mayordomos,
jornaleros hasta mendicantes. Todo fosilizado en instituciones (gobiernos,
congresos, medios de comunicación, escuelas, universidades, iglesias, clubes, ejércitos,
policías) que garantizan la sacralidad de la propiedad privada como si la
existencia de un palacio y una chabola fuesen la demostración de la
universalidad de este derecho.
Aparte de la razón
capitalista que presiona siempre por una reducción de costos abajo y la
maximización de las ganancias arriba, existe una necesidad de mantener a los
grupos marginales en estado de perpetua producción a través de la necesidad,
como el endeudamiento o la misma pobreza. Este estado perpetuo de necesidad
deshumaniza hasta el grado de aleccionar al esclavo para convertirse en
esclavista como premio a su propio sacrificio, algo que con suerte el uno por
ciento logra y luego es destacado en las tapas de revistas y en las lecciones
del os padres a sus pequeños hijos―no porque todos los padres se creen esta
ficción histórica, sino porque deben preparar a sus hijos para sobrevivir en un
mundo deshumanizado.
Si esos
trabajadores semi esclavos de Colombia tuviesen remuneraciones más altas y
mejores condiciones de vida, probablemente se educarían y migrarían a otros
sectores de producción y servicios―la misma ilegalidad que hace que el producto
sea caro, también hace que los productores sean baratos.
Lo mismo ocurre
(sólo por poner un ejemplo más) con el trabajo esclavo en diferentes regiones
de Asia, África y en América Latina. En muchos casos, los esclavos sin salario
del siglo XIX estaban mejor alimentados y menos envenenados que los actuales
trabajadores africanos, desde las minas de cobalto del Congo a las montañas de
desechos electrónicos de Gana y Tanzania, o a los madereros nativos de
Mozambique, con los cuales conviví en los años 90s. Sin duda, en el siglo XIX
la diferencia social entre los esclavos y sus amos, aunque obscena, no era tan
grande como la que existe hoy entre los productores (llamados hombres y mujeres
libres) y los amos de las corporaciones transnacionales.
Como lo expuso el
profesor británico Siddharth Kara en su reciente libro Cobalt Red (2023),
actualmente cientos de miles de congoleños y decenas de miles de niños son
sometidos a las peores formas de esclavitud conocidas para que extraigan
cobalto con una pala o con sus manos desnudas. Por un salario de siete dólares
diarios cuando tienen suerte (y de dos dólares cuando es un día normal) estos
hombres, mujeres y niños desarrollan diferentes enfermedades debido a que el
cobalto es toxico al solo contacto con la piel. Sin considerar que esos siete
dólares apenas le permite a una familia alimentarse de una forma insuficiente,
al tiempo que el largo y doloroso trabajo les impide a sus niños ir a la
escuela o tener una infancia digna.
El cobalto es
esencial para las baterías recargables de teléfonos, computadoras y automóviles
en todo el mundo y el 75 por ciento se extrae del Congo, país que no sólo posee
uno de los peores récords de matanzas imperialistas sino de dictaduras brutales
seguidas al asesinato del gran Patrice Lumumba por parte de los belgas en
complicidad de la CIA, como no podía ser de otra forma. Todo en nombre de la
noble defensa del capital, la propiedad privada (de los ricos) y el progreso de
los países desarrollados.
Actualmente, los
primeros beneficiados de esta nueva violación del Congo son las corporaciones
como como Apple, Tesla, Samsung y los inversores chinos que se dieron cuenta del
gran negocio hace más de una década. Luego siguen los consumidores globales,
que en su mayoría ignoran o prefieren ignorar la existencia de esclavos
modernos. Los primeros perjudicados son los cientos de miles de congoleños
esclavos y el ecosistema global, ya que para que esta actividad minera ocurra
se han eliminado y se continúa eliminando grandes áreas de bosques
naturales―las clásicas externalidades que nunca entran en la ecuación de ningún
negocio exitoso.
El solo hecho de
que la minería artesanal sea ilegal, como lo es la producción de cocaína, es
irrelevante. A los efectos de este análisis, debemos volver a hacernos la misma
pregunta del comienzo: si los esclavos congoleños son esenciales en la cadena
de comercialización del cobalto y son esenciales en el funcionamiento de
nuestro mundo digital, ¿por qué sus salarios están por debajo de las
condiciones mínimas de sobrevivencia y sus derechos por debajo de los derechos
de los esclavos de siglos pasados?
Porque la
deshumanización es un negocio redondo: deshumanización de los productores y
deshumanización de los consumidores. ¿Y después se asustan de que la
Inteligencia Artificial llegue un día a apoderarse del mundo? ¿No es un pánico
del Primer Mundo, como lo es la idea de que dejarán de ser imperios parasitarios?
¿Cuál es la diferencia para un esclavo moderno, incluso para la clase media
global, entre ser dominada por los robots o continuar siendo dominadas y
explotadas por las elites humanas de siempre?
Habrá que volver a
la misma explicación: mantener una masa de población en estado de necesidad es
esencial para mantener el poder en la cima de pirámide. Cada tanto esta
brutalidad se encuentra con algún límite legal, producto de años de activismo
social, pero estos límites no son parte de la lógica que gobierna el mundo sino
la razón por la cual no todos se han olvidado de que existe algo llamado
dignidad humana que, no por mera casualidad, siempre tiene que luchar contra
los inconmensurables poderes (económicos, políticos y mediáticos) de los de arriba―y
con la complicidad, la indiferencia o la amnesia de unos cuantos de los de
abajo.
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