OTEGI LEHENDAKARI
JONATHAN
MARTÍNEZ
El coordinador general de EH Bildu, Arnaldo Otegi, durante el
seguimiento de la jornada electoral de los comicios generales en sede de EH
Bildu, a 23 de julio de 2023, en San Sebastián, Guipúzcoa, País Vasco (España).
Unanue / Europa Press
Con los últimos datos electorales en la mano, algunas voces se preguntan si el PNV podría perder la lehendakaritza en las elecciones autonómicas de 2024. Tras los comicios de mayo, EH Bildu se convirtió en la primera fuerza municipal mientras el PNV adelgazaba y entregaba la primera posición en plazas tan significativas como las Juntas de Gipuzkoa o el Ayuntamiento de Gasteiz. Los comicios generales han agravado la tendencia. El pasado domingo, los jeltzales comparecían ante la prensa con cara de circunstancias y 103.000 votos menos. Dicen que la polarización les ha pasado factura, pero EH Bildu crece cuatro puntos en la misma coyuntura.
¿Qué está pasando
entonces? La primera hipótesis, la más inmediata y razonable, nos llevaría a
pensar en un votante descontento con sus gestores. Es una idea lógica pero
insuficiente. El PSE, socio minoritario del Gobierno vasco, no solo salió
indemne de los comicios municipales y forales sino que además ha sido la fuerza
más votada en las elecciones a Cortes Generales. Parece que el electorado vasco
sí ha premiado de algún modo a Pedro Sánchez o, al menos, ha visto en el PSE y
el PSN un dique sólido frente a la amenaza de Núñez Feijóo con Santiago Abascal
de copiloto. Podría decirse que el votante catalán ha llegado a las mismas
conclusiones.
Los errores de
gestión y comunicación, no obstante, salpican las hemerotecas del Gobierno
vasco. En 2020, una violenta avalancha de tierra y basura se desprendió del
vertedero de Zaldibar. Toda la comarca quedó envuelta en una nube de humo
tóxico. Mientras los equipos de emergencia buscaban a dos personas
desaparecidas, el portavoz del Ejecutivo, Josu Erkoreka, practicaba senderismo
y publicaba un selfi desde la cima del Anboto. En una rueda de prensa, un
periodista le preguntaba a Iñigo Urkullu si no sentía la necesidad de acudir al
lugar de los hechos. "Por las campañas que se hagan en Twitter, no",
respondía el lehendakari.
Cinco meses
después, tres de ellos bajo confinamiento, Urkullu ganaba sus terceras
elecciones autonómicas. En una cita enrarecida por la alta abstención, el PNV
sumaba tres escaños y rozaba la mayoría absoluta al tiempo que perdía un 12% de
sus votantes. La segunda fuerza, EH Bildu, también sumaba tres escaños pero
además crecía un 11%. En la anterior legislatura, Urkullu había necesitado no
solo los apoyos del PSE sino también los del PP. Desde 2020 hasta hoy, el PNV y
el PSE han reinado con holgura gracias a un acuerdo de gobierno que se extiende
desde los despachos del Congreso hasta el más remoto ayuntamiento.
Si hay un recinto
de gestión que ha minado al PNV ha sido el lento desmoronamiento de Osakidetza,
la joya de la corona, el servicio público de salud del que todos nos hemos
sentido alguna vez orgullosos. Allá por 2018, la sospecha de unas oposiciones
amañadas terminó con un rosario de ceses y un manchón de descrédito en los
procesos de selección. Después fueron quedando en evidencia los recortes, las
privatizaciones, las deficiencias en la atención, las listas de espera, la
sobrecarga de trabajo, el empleo precario y externalizado, la ausencia de
médicos, el cierre de ambulatorios, un goteo de agravios que recuerdan a la
deriva neoliberal de Díaz Ayuso.
No ha habido hasta
este año un solo error, una sola torpeza, que se haya traducido en un castigo
electoral notorio contra el PNV. Todo cambió en mayo con un tropezón en las
urnas que terminó desatando un indigesto malabarismo poselectoral. El PNV y el
PSE ya no se bastaban por sí solos para superar a EH Bildu en Gipuzkoa, Gasteiz
o Durango. Ahora necesitaban el concurso del PP, que volvía a resultar tan
determinante como en el pasado. La alianza con los vástagos de Feijóo no ha
dañado al PSE pero parece que al PNV sí ha podido salirle caro. Ahora, en la
sede de Sabin Etxea, evalúan la crisis con un ojo en las próximas autonómicas.
El pasado 6 de
julio, Alfredo de Miguel ingresaba en el penal de Zaballa para cumplir una
condena de nueve años como líder de una vasta trama de corrupción que salpica
al PNV alavés. En cuatro meses, los nacionalistas vascos han pasado de gobernar
la capital de Araba como primera fuerza a ocupar la cuarta posición en las
generales. En Gasteiz, en las oficinas de Lakua, Iñigo Urkullu contempla un
paisaje que se desmorona y atisba una fecha en el horizonte. El próximo 9 de
junio, las elecciones al Parlamento europeo podrían coincidir con las
elecciones al Parlamento vasco. Siempre queda, claro está, un resquicio de
posibilidad para un adelanto.
Aunque cada cita
electoral tiene sus particularidades, resulta tentador trasladar los resultados
de mayo y julio a la futura composición de la cámara vasca. Los diarios
publican ya simulaciones que dejan malparado al PNV en beneficio de EH Bildu y
el PSE. Cábalas, en definitiva, que tienen mucho de ciencia-ficción y que
resultan tan aventuradas como algunas de las encuestas que amenizan las
tertulias preelectorales. Lo cierto es que a día de hoy ni siquiera conocemos
los nombres de los candidatos a la lehendakaritza. La continuidad de Urkullu,
que algunos tal vez den por sentada, suena ahora mismo a incógnita.
Durante muchos años
se ha especulado con la posibilidad de que Arnaldo Otegi llegara alguna vez a
proclamarse lehendakari. En 2016 llegó incluso a encabezar las listas de su
formación hasta que una inhabilitación extemporánea lo puso fuera de juego. ¿Es
factible el sorpaso en las próximas elecciones? ¿Podría EH Bildu formar
gobierno? La primera posibilidad parece más que realista. Si las tendencias se
consolidan, la izquierda independentista podría ganar en escaños y hasta en
votos a la formación jeltzale ahora que sus fuerzas flojean y hasta su feudo
vizcaíno se resiente.
¿Podría EH Bildu
formar gobierno como primera fuerza? ¿Podría alcanzar la mayoría con el PSE y
tal vez Sumar? Me temo que a corto plazo no. El PSE debería pegar un volantazo
drástico en su política de pactos y hasta la fecha ni siquiera el PSN se ha
atrevido a sumar sus votos con Joseba Asiron para desalojar a UPN de la
alcaldía de Iruñea. Es más probable, sin embargo, que la debilidad del PNV
termine devolviendo el protagonismo al PP en la política vasca. Que los de
Iturgaiz tengan de nuevo capacidad de negociación y bloqueo. Y que el PNV
quiera pintar a EH Bildu como una fuerza melliza de la derecha española en la
oposición. Vienen tiempos nuevos, pero siempre se cuenta la misma historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario