EL POLÍTICO QUE SÍ LEÍA LA PRENSA
Si
Alfonso Rueda, presidente de Galicia y “delfín” de Feijóo, ha abierto la boca
sobre la cuestión de Marcial Dorado, puede ser porque ha venteado un atisbo de
peligro
XOSÉ
MANUEL PEREIRO
Alberto Núñez Feijóo
junto a Alfonso Rueda en un acto del PP gallego. Junio de 2023. / Twitter
(@AlfonsoRuedaGal)
Si esta recta final de la campaña no tuviese más curvas que los guiones de las películas de Christopher Nolan y más puntos de giro que Juego de tronos, una escueta declaración del presidente gallego, Alfonso Rueda, estaría en todos los titulares. Fueron apenas 15 segundos en la rueda de prensa habitual de todos los jueves al finalizar el Consello de la Xunta, y como respuesta a la pregunta de si él había oído hablar de Marcial Dorado como narcotraficante a mediados de los años noventa. “Yo acababa de terminar la carrera, hacía un par de años… y conocí las noticias que conoció todo el mundo. Creo que en eso no hay ninguna diferencia, me informaba igual que se informaba todo el mundo de todo lo que pasaba”, dijo con su habitual tono sosegado, entre continuos encogimientos de hombros que simbolizaban la escasa importancia del asunto.
Como sabrán, ese
“todo el mundo” es una generalización inexacta. Que Marcial Dorado Baúlde
(“contrabandista, emprendedor y narcotraficante”, según la Wikipedia) se
dedicaba al import-export de productos que atentaban contra la salud pública
posiblemente lo supiesen todos los gallegos y buena parte de los españoles que
leían periódicos (en aquellos tiempos, mediados de los noventa, muchos más que
ahora), que escuchaban los informativos de la radio, que veían los de la
televisión o que comentaban la actualidad en los bares, en los lugares de
trabajo o en la intimidad del hogar y, desde luego, era de dominio público de
todos los habitantes de las Rías Bajas y gran parte de las Altas. Pero no lo
sabía su antecesor en la presidencia, Alberto Núñez Feijóo, que en aquella
época (y en años posteriores) pasaba las vacaciones, a menudo con su pareja de
entonces, en la lancha de Dorado, en su casa o en lugares de los que sólo
recuerda que “había nieve”. Lo sorprendente de la incapacidad de Feijóo para
detectar malas compañías es que el actual candidato conservador a la
presidencia de España era secretario general del Servizo Galego de Saúde
(SERGAS), y responsable del Plan Antidrogas. Las posibles compras de
combustible del Sergas a las gasolineras del narco no se pudieron acreditar
porque los archivos de las facturas se habían quemado, o inundado. A Dorado se
lo había presentado a Feijóo Manuel Cruz, aka “Manolo Cruz Gamada”, un chófer y
testaferro de su protector, el ministro guadiana y expresidente del Consejo de
Estado Romay Beccaría.
Que Marcial Dorado
se dedicaba al import-export de productos que atentaban contra la salud pública
posiblemente lo supiesen todos los gallegos
Pero no nos
refocilemos en el pasado. Volviendo al emocionante presente, los que no estamos
al tanto de los grandes temas de la agenda mediática (dónde y cómo se operó las
cicatrices Pedro Sánchez, por ejemplo) nos preguntamos a qué vino la caída de
caballo de Rueda. La respuesta más sencilla es que, en estos momentos en que
las mentiras e incluso las inexactitudes cotizan a la baja, negar algo que
sabían cierto todos los lectores etc. es meterse en un jardín innecesario. No
obstante, el principio de la navaja de Ockham no siempre funciona. A veces, y
sobre todo en Galicia, lo obvio no deja de ser un atajo para mentes holgazanas.
Para entender la
postura de Alfonso Rueda hay que conocer la figura de la política gallega
conocida como “el delfín” (o “golfiño”). Su modelo, más que el extinto cargo de
príncipe heredero del trono de Francia es el del príncipe de Gales, en el caso
de Carlos de Inglaterra. El “delfín” es un segundo de a bordo, reconocido como
tal o no, que año tras año ve pasar su tren. El primero fue Xosé Cuíña, que le
armó el partido a Fraga, y después de cuatro legislaturas ni siquiera logró ser
nombrado vicepresidente, antes de ser defenestrado. El de Feijóo era Rueda, un
señor de Pontevedra (de Pontevedra-Pontevedra, no como Mariano Rajoy, que es un
señor de Pontevedra que nació en Santiago), un hombre discreto a pesar de ser
segundo desde la “restauración popular” de 2009. Estaba tan a la sombra que,
siendo ya presidente, una revista del corazón le pixeló la cara en la imagen de
una visita de las infantas en el convencimiento de que era un escolta.
Feijóo había dicho
en 2012 que aquel sería su último mandato (una inexactitud que achacó al cariño
que le profesaba Galicia), y en 2018 amagó con candidatarse como sucesor de
Rajoy. O sea, que Rueda se quedó dos veces, callada y disciplinadamente, con la
miel en los labios. Si ahora ha abierto la boca –aunque sea por 15 segundos y
como quitándole importancia al asunto–, descartada la opción Ockham, puede ser
porque ha venteado un atisbo de peligro. Él todavía no es formalmente el
candidato del PP a la presidencia de la Xunta para las elecciones autonómicas
previstas a comienzos del año que viene, y no vaya a ser que venga alguien,
escaldado, aduciendo trienios de mayorías absolutas. Las sucesiones siempre son
traumáticas, desde el rey Lear (con quien, por cierto, compararon en su día a
Fraga) acá. El mejor ejemplo es la provincia de Ourense. Allí gobernó siempre
un partido que no era exactamente el PP. A veces era lo mismo y otras lo
contrario. El fundador cedió el timón por enfermedad, y el sucesor pactó la
alianza con Fraga a cambio de presidir el Parlamento. Al intentar volver, se
encontró que a quien había dejado en la silla, José Luis Baltar, no pensaba
levantarse (y tanto no pensaba que se la cedió después a su hijo). Cuando le
preguntaron por qué se había negado a devolver el favor, Baltar no gastó ni 15
segundos en responder: “Los favores no se deben siempre”.
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