NO ERES TÚ, ALBERTO, SON ELLOS
XOSÉ
MANUEL PEREIRO
A todos los deportivistas, a algunos que no lo son, e incluso a gente agnóstica, se nos apareció Arsenio Iglesias la noche del 23J con su profética advertencia previa al final de la Liga de 1994: “Cuidado con la fiesta, que en un momento… te la quitan de los fuciños (hocicos, en galego)”. La lista de todos aquellos, grandes y pequeños, que llevaban tiempo vendiendo la piel del oso de La Moncloa antes de cazarlo es ingente, y la de quienes lo hacían hociqueando en busca de recompensa (hasta el cerdo más ruin encuentra una buena castaña, dice un viejo proverbio gallego) para no acabar encontrando nada, desmedida. (Mi gorrino preferido es aquel que, dado que los medios progres –al parecer hay dos– ejercían una gran influencia a la hora de obnubilar el correcto entendimiento de las buenas gentes, le proponía públicamente a Feijóo un plan para captarlos y hacerlos suyos, similar al que había ejecutado Aznar).
Los hozadores
habituales enseguida se procurarán otros estímulos, pero el principal
damnificado, el que se ha quedado sin la castaña gorda, es el candidato
conservador a la presidencia. Y, al contrario del común de los políticos, no
estaba acostumbrado. Lo habitual en estos tiempos es que los políticos germinen
en el caldo de cultivo de las organizaciones juveniles o las asesorías de nivel
medio antes de florecer en los escaños, pero Feijóo fue inseminado ya en cargos
de responsabilidad (Mariano Rajoy también había sido depositado, recién sacada
la oposición, en la presidencia de una Diputación).
El principal
damnificado, el que se ha quedado sin la castaña gorda, es el candidato
conservador a la presidencia
La primera elección
que tuvo que ganar fueron las primeras primarias (y las últimas) que se
convocaron en el PP de Galicia para suceder a Fraga, y lo hizo habiendo sido su
vicepresidente y con el apoyo de Génova por tierra, mar y aire. La segunda, ya
con fuego real de urnas, para la presidencia de la Xunta, y las posteriores,
las superó con los métodos que han podido ver en las campaña del 23J y del 28M.
Tampoco es desdeñable el detalle de que la Xunta de Galicia es uno de los
mayores anunciantes publicitarios (en 2022 fue la segunda marca en prensa, por
encima de bancos, eléctricas y telefónicas) y que los trabajadores de la radio
y la televisión públicas se manifiestan semanal y puntualmente contra la
manipulación desde hace 271 viernes.
Sin quitarle mérito
a sus cuatro victorias posteriores por mayoría absoluta, hay que recordar que
sólo el PSdeG ha repetido una vez en el liderazgo de la oposición, y en ninguna
de las cuatro ocasiones el candidato socialista ha sido el mismo. Y que las
victorias tenían que ser necesariamente por mayoría absoluta, o no lo serían,
porque el pacto entre socialistas y nacionalistas sería inmediato. De esa
necesidad viene lo del gobierno de la lista más votada, que Feijóo siempre
predica y nunca ha puesto en práctica.
En resumen, con
excusas o sin ellas, Feijóo nunca había perdido unas elecciones –él
personalmente, el partido en Galicia sí–. En la anterior ocasión en que pudo haber
optado a la presidencia del PP, para suceder a Rajoy, se retiró de la carrera
cuando ya estaba en el cajón de salida, y todo apunta a que fue porque no tenía
garantizada la victoria. Cuando finalmente accedió a ocupar el despacho grande
de la calle Génova, no tenía rivales a la vista. Es normal que ahora
experimente una considerable frustración, por mucho que en su fuero interno
reitere el mantra de que es el vencedor de las elecciones y en el fuero externo
se invoque la aceptación de la lista más votada como animal constitucional de
compañía.
Además, por primera
vez en su vida política, Alberto Núñez Feijóo no controla su entorno. En
Galicia podría tener rivales incómodos, que solía despachar con displicencia,
pero salvo los díscolos del PP de Ourense, tenía el partido más pacificado de
lo que lo tuvo nunca Manuel Fraga. A sus espaldas no pasaba nada, ni siquiera
un tirón muscular. Sin embargo, pese a lo espectacular de su llegada, sobre una
alfombra roja demoscópica, Madrid, España, Génova (o Huelva, lo que sea), fue
de entrada un avispero. Y al contrario que en Galicia, cada avispa tenía sus
terminales mediáticas donde inocular su veneno. El antídoto para calmar los
ánimos era aquel que describió magistralmente Alfonso Guerra, aquel socialista
entonces díscolo y hoy sensato: el que se mueva no sale en la foto (ni cargos,
ni sinecuras, ni nada de nada). Pero las urnas no se lo concedieron, al menos
de momento.
Pese a lo
espectacular de su llegada, Madrid, España, Génova, fue de entrada un avispero
Así que un día el
derogador del sanchismo le concede al PSOE la dignidad de “partido de Estado” y
Espinosa de los Monteros comenta que los votantes del PP ya eran conscientes de
que Feijóo había tendido la mano a los socialistas durante toda la campaña. Al
siguiente las guardianas de las esencias/erinias conservadoras le enmiendan la
plana y Abascal se permite vender caros sus votos, como si tuviese otro
comprador.
Nada más revelador
que el semblante del candidato del PP en los actos del Día de Santiago, en donde
ignorante de lo que el destino había determinado para sus fuciños, él se había
reservado un papel estelar. En 48 horas se convirtió en un verso suelto en el
protocolo (el líder de uno de los grandes partidos, pero en el día de autos un
mero senador por designación autonómica, ¿precede o antecede a la alcaldesa de
la ciudad, al presidente del Parlamento?). Y en el paseo por el Obradoiro, la
plaza de las coronaciones civiles de Galicia, iba, como el duque de Edimburgo,
un par de pasos detrás del presidente que él había designado, saludando con
cara de circunstancias a una mezcla de curiosos, turistas de autocar e
indígenas entusiastas.
Ahora, hasta le
apean la tilde del apellido. En Galicia siempre se ha dicho que se escribe
“Feijoo”, pero allá cada cual con su nombre. (Antes del político, los “Feijoos”
tradicionalmente conocidos eran un circo y una marca de gaseosa, además del
fraile benedictino que nació a muy pocos kilómetros de Alberto Núñez). Pero
alguien con tanto pedigrí conservador como Juan Manuel de Prada acaba de
proclamar, nada menos que en ABC que debe ser “Feijoo”, “porque es palabra
llana y no aguda, como es llano y no agudo el hombre que no consiguió derogar
el sanchismo y se conformó con derogar la ortografía”.
Liberado por el
ejemplo de Soledad Gallego-Díaz, que el otro día concatenaba dos citas, me
permito hacerlo también. El código moral del fin del milenio no condena la
injusticia, sino el fracaso, dijo Eduardo Galeano. Desde el rincón opuesto, el
publicista Maurice Saatchi matizó: en general, no nos basta con tener éxito;
los demás deben fracasar. Al candidato conservador a l la presidencia del Gobierno le falta calle, es cierto. Pero no
es él. Son ellos.
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