UN INSOPORTABLE ESTADO DE MALESTAR
El candidato
Feijóo, con absoluta banalidad, afirma que va a derogar también la Ley de
Memoria Democrática. En la Nueva Siracusa, y como escribió Walter Benjamin: “Ni
siquiera los muertos estarán a salvo”
MANUEL
RIVAS
Sección del infierno del tríptico El jardín de las delicias
(1500-1505). / El Bosco
“¿Qué tal tu viaje a Siracusa?”. Esta es una de las mejores preguntas de la historia de la filosofía. Se la hizo a Martin Heidegger un irónico colega de docencia, cuando el ya célebre autor de Ser y tiempo interrumpió su colaboración directa con el nazismo como rector de Friburgo. El suyo no había sido precisamente un viaje de vacaciones. Llegó a escribirle un telegrama a Hitler proponiendo que el partido tomase el control directo de las universidades en base al Führerprinzip, el principio de obediencia absoluta. Y la tarea principal con el alumnado era definir y “confrontar el enemigo”. ¿Por qué Siracusa? El doctor teutón se consideraba depositario de los clásicos griegos. Así que sabía muy bien de lo que le hablaban. A Siracusa se había ido Platón como asesor del mandón Dionisio y con el propósito de hacer de él un rey filósofo. Iba con la intención de salvarle la cara al déspota y suerte tuvo él de salvar el pellejo.
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Es curiosa la
cantidad de gente que se va estos días de viaje a Siracusa. No hablo de la
ciudad italiana, que es hoy un parque arqueológico digno de visitar. La otra
Siracusa, la del viaje colaboracionista de Heidegger, ya quedó como infierno
histórico, aunque el escurridizo sabio nunca se retractó de la experiencia. Las
excursiones que yo veo digamos que van a una Nueva Siracusa, con viajes
contratados en una franquicia del Partido Popular de Génova. Fundamentalmente,
una peligrosa y divertida experiencia virtual en la “realidad alternativa” con
el regalo de un pack de enemigo. Según este espejismo, España está mal, más que
mal. Un país en ruinas, en manos de okupas, sobrevolada por un Falcon marroquí
y donde gobierna de facto, entre rejas, un tal Txapote. ¿Quién viaja a
Siracusa? Se ven intelectuales a los que les duele España, sea por la ciática o
el colesterol, y periodistas de lo “políticamente correcto” que encontraron por
fin el lugar “correcto”. Y un verdadero líder que va con la verdad de frente, o
viceversa.
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Es cierto que Pedro
Sánchez no se parece a John Fitzgerald Kennedy, pero también lo es que Alberto
Núñez Feijóo tiene bastante parecido con Tricky Dick, alias Richard Nixon.
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En el debate vimos
cómo la lengua de la campaña es el mejor ejemplo de lo que el filólogo Víctor
Klemperer detectó en los años treinta, con el crescendo de la brutalidad
autoritaria. Una lengua intoxicada, empobrecida y mutilada. Convertida toda
ella en “apelación, arenga, incitación”. Con las debidas distancias, hay en eso
una cierta semejanza ambiental entre la vieja y la nueva Siracusa: el lenguaje
se utiliza para asfaltar el odio. Gran parte del mundo mediático conservador
está pavimentando la ruta a esa Nueva Siracusa, la del régimen del odio. La
democracia exige un mínimo de confianza básica. Esa confianza está siendo
destruida cuando la derogación de leyes es un eufemismo de la destrucción de
valores que son el código de barras de la democracia. Es significativo que la
rampante derecha española de hoy no se identifique como conservadora, liberal o
socialcristiana. La identidad es derogar al enemigo. El Todo Vale. Referentes
de la mejor derecha democrática y europeísta como Angela Merkel o Simone Veil
son ahora, para esta derecha descivilizada, como brujas de Salem.
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Los de la Nueva
Siracusa no se atreven a clausurar la democracia, pero traen un gran surtido de
candados con la marca común de la excitación destructiva. El candado Machismo,
el candado Racismo, el candado Homofobia, el candado Censura, el candado
Recentralismo… Lo que caracteriza un ecosistema democrático es la diversidad.
Es una palabra tan feraz e inclusiva que desquicia al pensamiento reaccionario
porque desmonta la maquinaria del vacío. El programa pánico de la Nueva
Siracusa consiste en vaciar de diversidad la democracia. En la naturaleza no
hay “malas hierbas”. En la política y en la prensa, sí. Cuando vacías un
ecosistema democrático, se va a llenar de uniformismo. Bioperversidad en lugar
de biodiversidad. Por eso, el primer candado de la Internacional del Gran
Retroceso se destina para el ecofeminismo.
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En Vox niegan el
cambio climático e incluso culpan a los meteorólogos del incremento de las
temperaturas. Un trazo de humor pánico: culpar a los forenses de las muertes
que investigan. Hay otro negacionismo climático, el propio de nuestro Tricky
Dick. El negacionismo cínico. El silencio. Mirar hacia otro lado, pero a la vez
consentir en el programa pánico de la Nueva Siracusa: “Un cazador negacionista
del cambio climático gestionará Medio Ambiente en Mallorca” (La Vanguardia,
11/7/2023). No se puede prohibir la estupidez, pero sí debería establecerse,
por seguridad pública, la inhabilitación de los pirófilos para la lucha contra
los incendios.
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Vivimos un tiempo
de emergencia. El dilema es: o comunidad o caos. Esta derecha turbia solo puede
traer inseguridad. Más sequía, más desertización. El primer y más grave
incendio es negar la realidad. Tensión y conflictos en las nacionalidades
históricas. Impunidad para la corrupción. Censura cultural y adoctrinamiento
educativo. Fractura social. Xenofobia y aislamiento. En resumen: un
insoportable estado de malestar.
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En la Nueva
Siracusa se pretenderá implantar otro inquietante negacionismo. Esa obsesión
por sepultar la memoria histórica. El recuerdo y la reparación de las víctimas
del fascismo y de la dictadura, ese pueblo de las cunetas y las fosas comunes.
Pasadas décadas y décadas, todavía hay familias que tienen que explicar por qué
buscan a sus padres, madres o abuelos. Es algo insólito en todo el orbe. El
candidato Feijóo, con insoportable banalidad, afirma que va a derogar también
esta ley de mínima moral. Si es así, en la Nueva Siracusa, y como escribió
Walter Benjamin: “Ni siquiera los muertos estarán a salvo”.
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