SÁNCHEZ CON LOS VENDEDORES DE CRECEPENES
ANÍBAL MALVAR
Ana Rosa Quinta y Pedro
Sánchez en el programa
de Ana Rosa Quintana.-
MEDIASET
Siempre he luchado por no sentir vergüenza de nuestra clase política. Por supuesto, en los más de 30 años que como reportero llevo engañando a directores y directoras de periódico con mi falso y perezoso talento, he asistido a escenificaciones y declaraciones sonrojantes por parte de nuestros representantes públicos, muchas risibles, otras despreciables y hasta mugrientas de crueldad, zafiedaz y odio.
Sin embargo, por muy anarco-poeta que haya nacido, nunca he dejado de valorar a esa mayoría más silenciosa de políticos inteligentes, currantes, brillantes, generosos y honrados que he frecuentado en todos los espectros políticos, salvo en Vox.
Ahora, ese respeto que me quedaba se va desgastando como una roca plantada en los siglos de un desierto. Y la culpa la tiene la televisión.
En las últimas décadas, nuestra clase política
ha ido jugueteando todas las normas antimonopolio hasta crear dos gigantes,
Atresmedia y Mediaset, que acaparan el 80% del mercado publicitario (dígito
abajo o dígito arriba, dependiendo de los años). Eso les otorga una cantidad de
pasta que les permite ofrecer productos mucho más atractivos que cualquier
competidor.
Atresmedia está dirigida por unos señores que
se autocalifican como "La Mafia" y, entre risas, se jactan de cómo
hundieron la reputación de Juan Carlos Monedero hasta hacerlo dimitir, o de que
podrían inventarle una cuenta falsa a Pablo Iglesias en cualquier paraíso
fiscal "con el rabo" (y lo hicieron: vaya rabo). En cuanto a Mediaset, no me cabe la menor
duda de que la sigue dirigiendo Silvio Berlusconi desde el infierno. Tengo allí
fuentes.
En ese duopolio fueron floreciendo programas de
entretenimiento y se crearon ridículas estrellas que hacían reír (Pablo Motos)
o marujear (Ana Rosa) al respetable. Después, cuando fue necesario porque
venían los rojos, aquellos programas inicuos e inocuos y con unas audiencias
inexplicables se metieron en política. A estos niños ricos del PP y del PSOE,
cuando les preguntaron, ante la llegada de las hordas podemitas, si querían más
a papá PSOE o a mamá PP, no dudaron. La teta derecha siempre ha sido más
nutricia.
En estos días estamos viendo a Pedro Sánchez
pasear sus viriles encantos por los platós de estos monstruos que él mismo, y
su partido, contribuyeron tanto a crear.
Se cree Sánchez que entrando en la guarida del
Príncipe Casals de Las Tinieblas y del tocaniñas Berlusconi va a arañar votos.
Como soy periodista y mis jefes me mandan y a mi edad hay que ser obediente,
tomé una sobredosis de antieméticos y me vi las actuaciones de Pedro Sánchez en
El Hormiguero y en Ana Rosa, o como se llame esa bazofia de programa con más
bótox que guionistas.
Estos engendros mediáticos son los que han
alimentado y blanqueado a nuestro fascismo moderno, y nuestra izquierda
responde blanqueando a los engendros con su presencia estelar en sus programas.
Brillante, presidente. Vuecencia les habrá multiplicado las audiencias, pero
seguramente no habrá cosechado ningún voto.
El marujerío fascista macho y hembra se habrá
podido reír muchísimo cuando vio que Ana Rosa tenía la apostura de callar,
cuando le convenía, a todo un presidente del Gobierno, de la Internacional
Socialista y de la Unión Europea. Esa mujer se ha colgado unas medallas.
Considero a Pedro Sánchez un neoliberal
sensible muy inteligente, muy bien fabricado para el poder, y estoy seguro de
que, como José Luis Rodríguez Zapatero, llegará a ser un encantador ex
presidente.
También lo veo arrogante, lo que no considero
censurable si esa arrogancia no te deshumaniza. Por eso no entiendo que mi
presidente, el tipo que me representa, tan inteligente y arrogante, se
arrodille ante la zafiedad, inmundicia, incultura, mendacidad, estulticia,
griterío y bestialidad de estos íncubos intelectuales que campean en la
televisión privada.
Piensa el PSOE que, para ganar votos por la
izquierda, es mejor pasear a Jorge Javier que a Noam Chomsky.
Aquí, como no leemos ni sabemos nada, nos
creemos inevitablemente los más listos del mundo. Por eso nos reíamos de Hugo
Chávez cuando se dirigía por la tele a su pueblo cada tanto, como si fuera un
telepredicador. No. Era dueño de su programa, de su discurso al pueblo que lo
había elegido. No se plegaba a un vendedor de crecepenes como Pablo Motos.
Cuando aun no había nacido Podemos, tras el
15-M, las teles de ultraderecha como Intereconomía llevaban a Pablo Iglesias
porque lo consideraban un friki inofensivo que hablaba de un tal Gramsci, un
monigote con coleta que les daba mucha audiencia, su particular Trancas y
Barrancas. Ellos eran los normales, aunque uno luciera un parche en el ojo
robado de la tumba de Millán-Astray.
El muñeco de la coleta, las citas eruditas y la
sinceridad solo era un pobre doctor en Ciencias Políticas al que le gustaba
dormir y quizá fumar porros en la Puerta del Sol del 15-M, en lugar de irse a
follar por las noches, como la gente cristiana y de bien, en los volquetes de
putas que regalaba Francisco Granados cuando celebraba mordidas para el PP
madrileño.
Esa fue la obra maestra de Pablo Iglesias para
su promoción política y personal. Admirable, porque no era presidente de un
gobierno y ni siquiera líder de un partido. Le dieron más los fachas a Pablo
Iglesias, que Pablo Iglesias a los fachas. Que suene la música de El Golpe.
Si una sociedad se idiotiza, mi presidente
tiene el implícito mandato de enfrentar esa situación, no de hacerse unas risas
con los que nos han idiotizado. O, más bien, permitirles que se hagan unas
risas contigo, presi. Hasta lo de Risto.
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