sábado, 1 de julio de 2023

EL TERROR

 

EL TERROR

SILVIA COSIO

 “El miedo es el camino hacia el lado oscuro,

 el miedo lleva a la ira,

la ira lleva al odio,

el odio lleva al sufrimiento,

el sufrimiento al lado oscuro”.

Maestro Yoda

¿No pretenderás que nos tomemos en serio un artículo que comienza con una frase que suelta un muñeco verde en una película, verdad?

Pues es exactamente lo que pretendo. Y date con un canto en los dientes si no acabo el artículo citando Parque Jurásico, así que déjame continuar.

Una ola reaccionaria recorre el mundo. Y no es algo que suceda solo en lugares tan improbables como Florida, lo estamos viviendo también en nuestras casas. Es la alegría con la que el PP se ha echado en brazos de los ultras para afianzar gobiernos autonómicos y municipales. Pero esto, en el fondo, no es más que el síntoma, la enfermedad son sus millones de votantes, gente a quien le da igual que se pacte y se gobierne con los que niegan la violencia de género, el cambio climático y que escupen sin pudor sobre los derechos LGTBI, aquellos que directamente votan a la extrema derecha precisamente por estas cosas.

Es cierto que el mundo ahora puede parecernos un lugar aterrador, pero olvidamos que siempre lo ha sido

Una ola reaccionaria recorre el mundo y encima nos está vapuleando. Un montón de señores, y alguna señorona, muy enfadados están marcando –de nuevo, ¡cómo no!– la agenda política. Vivimos y respiramos sus bulos, sus fobias, sus obsesiones, sus nostalgias, su miedo a envejecer y sus guerras culturales. Es cierto que el mundo ahora puede parecernos un lugar aterrador, pero olvidamos que siempre lo ha sido. El ser humano se ha tenido que enfrentar a lo largo de los siglos a guerras, pandemias, catástrofes naturales, a cambios de paradigma, a nuevas tecnologías y descubrimientos científicos que hacen que se nos mueva la tierra bajo nuestros pies, que ponen patas arriba certezas. A estos clásicos intemporales tenemos que añadirles, en las últimas décadas, además, el cambio climático, las mujeres y el hecho de que cada vez haya más gente sin miedo a expresar su identidad de género o su orientación sexual. Y nos dicen que no solo tenemos que aceptar todo esto, que hay que incorporarlo a nuestra cotidianidad, sino que también se nos exige que modifiquemos nuestros hábitos y nuestro lenguaje para que se puedan adaptar a todos estos cambios y cosas diferentes. ¿Y todo esto para qué? ¿Qué gano yo? ¿Que haya menos coches, que un niñato con los ojos pintados me corrija cuando me dirijo a él? ¿Por qué tengo que ser yo la que está equivocada, la que se tiene que adaptar? ¿Por qué no el resto? Mejor que todo siga como siempre, como antes. A mi lo de antes me venía bien.

Espera un poco, guapa, que te está saliendo esto un poco simplista, un poquito caricaturesco, ¿no crees?

Déjame pensar un rato. Uhmm, estaría tentada a darte la razón pero es que resulta que en mi ciudad, en la que gobierna el trifachito Foro-PP-Vox, las primeras medidas que ha tomado la nueva corporación han consistido en incorporar más carriles para coches en el paseo marítimo, en eliminar esas vías de contagio comunista que son los carriles bici y en volver a subvencionar las corridas de toros y, por lo que leo por ahí, es norma común en todos los ayuntamientos en los que las derechas han pactado con los ultras. Es más, los empresarios asturianos, al olor de la posible victoria de Feijóo, ya andan pidiendo que se quiten los euros de la sanidad y la educación para dárselos a ellos y el representante de los hosteleros de Xixón, en un concurso de pinchos, aplaudió el regreso de las corridas porque Francisco Alegre y olé.

En Murcia todo un inspector de policía ha tenido a bien amenazar primero, gritar después y sancionar a Rocío Saiz por enseñar las tetas en el escenario, y se han retirado banderas del Orgullo por doquier porque cada uno que haga lo que quiera en la intimidad pero que no nos lo restrieguen por la cara. Así que no sé quién es el que caricaturiza aquí a quién, querida. Todo este ruido, todo este barullo que montan los del miedo y el enfado perpetuo ha condenado a las fuerzas progresistas y a las izquierdas a reaccionar a golpe de susto ante cada nuevo episodio de esta narrativa carca de rosario, sacristía y hombría Old Spice de toda la vida. Ir chupando rueda de la reacción nos ha alejado de la posibilidad de contrarrestar los efectos de esta algarabía con propuestas que escapen de la falsa dicotomía que plantean, según la cual reconocer derechos a una parte de la sociedad implica quitárselos a otra. Propuestas que muestren que, más allá de las incertidumbres y los desafíos, es posible elaborar políticas pensadas para mejorar la vida de todos y todas, pensadas para construir en común un futuro vivible y agradable. De lo contrario, lo que nos van a dejar a su paso por pueblos y ciudades no será más que un enorme montón de mierda.

 

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