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sábado, 22 de julio de 2023

EL POLÍTICO QUE SÍ LEÍA LA PRENSA

 

EL POLÍTICO QUE SÍ LEÍA LA PRENSA

Si Alfonso Rueda, presidente de Galicia y “delfín” de Feijóo, ha abierto la boca sobre la cuestión de Marcial Dorado, puede ser porque ha venteado un atisbo de peligro

XOSÉ MANUEL PEREIRO

Alberto Núñez Feijóo junto a Alfonso Rueda en un acto del PP gallego. Junio de 2023. / Twitter (@AlfonsoRuedaGal)

Si esta recta final de la campaña no tuviese más curvas que los guiones de las películas de Christopher Nolan y más puntos de giro que Juego de tronos, una escueta declaración del presidente gallego, Alfonso Rueda, estaría en todos los titulares. Fueron apenas 15 segundos en la rueda de prensa habitual de todos los jueves al finalizar el Consello de la Xunta, y como respuesta a la pregunta de si él había oído hablar de Marcial Dorado como narcotraficante a mediados de los años noventa. “Yo acababa de terminar la carrera, hacía un par de años… y conocí las noticias que conoció todo el mundo. Creo que en eso no hay ninguna diferencia, me informaba igual que se informaba todo el mundo de todo lo que pasaba”, dijo con su habitual tono sosegado, entre continuos encogimientos de hombros que simbolizaban la escasa importancia del asunto.

 

Como sabrán, ese “todo el mundo” es una generalización inexacta. Que Marcial Dorado Baúlde (“contrabandista, emprendedor y narcotraficante”, según la Wikipedia) se dedicaba al import-export de productos que atentaban contra la salud pública posiblemente lo supiesen todos los gallegos y buena parte de los españoles que leían periódicos (en aquellos tiempos, mediados de los noventa, muchos más que ahora), que escuchaban los informativos de la radio, que veían los de la televisión o que comentaban la actualidad en los bares, en los lugares de trabajo o en la intimidad del hogar y, desde luego, era de dominio público de todos los habitantes de las Rías Bajas y gran parte de las Altas. Pero no lo sabía su antecesor en la presidencia, Alberto Núñez Feijóo, que en aquella época (y en años posteriores) pasaba las vacaciones, a menudo con su pareja de entonces, en la lancha de Dorado, en su casa o en lugares de los que sólo recuerda que “había nieve”. Lo sorprendente de la incapacidad de Feijóo para detectar malas compañías es que el actual candidato conservador a la presidencia de España era secretario general del Servizo Galego de Saúde (SERGAS), y responsable del Plan Antidrogas. Las posibles compras de combustible del Sergas a las gasolineras del narco no se pudieron acreditar porque los archivos de las facturas se habían quemado, o inundado. A Dorado se lo había presentado a Feijóo Manuel Cruz, aka “Manolo Cruz Gamada”, un chófer y testaferro de su protector, el ministro guadiana y expresidente del Consejo de Estado Romay Beccaría.

 

Que Marcial Dorado se dedicaba al import-export de productos que atentaban contra la salud pública posiblemente lo supiesen todos los gallegos

 

Pero no nos refocilemos en el pasado. Volviendo al emocionante presente, los que no estamos al tanto de los grandes temas de la agenda mediática (dónde y cómo se operó las cicatrices Pedro Sánchez, por ejemplo) nos preguntamos a qué vino la caída de caballo de Rueda. La respuesta más sencilla es que, en estos momentos en que las mentiras e incluso las inexactitudes cotizan a la baja, negar algo que sabían cierto todos los lectores etc. es meterse en un jardín innecesario. No obstante, el principio de la navaja de Ockham no siempre funciona. A veces, y sobre todo en Galicia, lo obvio no deja de ser un atajo para mentes holgazanas.

 

Para entender la postura de Alfonso Rueda hay que conocer la figura de la política gallega conocida como “el delfín” (o “golfiño”). Su modelo, más que el extinto cargo de príncipe heredero del trono de Francia es el del príncipe de Gales, en el caso de Carlos de Inglaterra. El “delfín” es un segundo de a bordo, reconocido como tal o no, que año tras año ve pasar su tren. El primero fue Xosé Cuíña, que le armó el partido a Fraga, y después de cuatro legislaturas ni siquiera logró ser nombrado vicepresidente, antes de ser defenestrado. El de Feijóo era Rueda, un señor de Pontevedra (de Pontevedra-Pontevedra, no como Mariano Rajoy, que es un señor de Pontevedra que nació en Santiago), un hombre discreto a pesar de ser segundo desde la “restauración popular” de 2009. Estaba tan a la sombra que, siendo ya presidente, una revista del corazón le pixeló la cara en la imagen de una visita de las infantas en el convencimiento de que era un escolta.

 

Feijóo había dicho en 2012 que aquel sería su último mandato (una inexactitud que achacó al cariño que le profesaba Galicia), y en 2018 amagó con candidatarse como sucesor de Rajoy. O sea, que Rueda se quedó dos veces, callada y disciplinadamente, con la miel en los labios. Si ahora ha abierto la boca –aunque sea por 15 segundos y como quitándole importancia al asunto–, descartada la opción Ockham, puede ser porque ha venteado un atisbo de peligro. Él todavía no es formalmente el candidato del PP a la presidencia de la Xunta para las elecciones autonómicas previstas a comienzos del año que viene, y no vaya a ser que venga alguien, escaldado, aduciendo trienios de mayorías absolutas. Las sucesiones siempre son traumáticas, desde el rey Lear (con quien, por cierto, compararon en su día a Fraga) acá. El mejor ejemplo es la provincia de Ourense. Allí gobernó siempre un partido que no era exactamente el PP. A veces era lo mismo y otras lo contrario. El fundador cedió el timón por enfermedad, y el sucesor pactó la alianza con Fraga a cambio de presidir el Parlamento. Al intentar volver, se encontró que a quien había dejado en la silla, José Luis Baltar, no pensaba levantarse (y tanto no pensaba que se la cedió después a su hijo). Cuando le preguntaron por qué se había negado a devolver el favor, Baltar no gastó ni 15 segundos en responder: “Los favores no se deben siempre”.

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