ZETAS Y SETAS
JAVIER AROCA
El académico de la RAE Pedro Álvarez de Miranda ha dicho que él no pondría a un ceceante a presentar el telediario. Ya ocurre, bien lo saben los jóvenes periodistas andaluces. Será porque los telediarios son el santa santorum de la lengua española normalizada. En otras ventanas televisivas, y sobre todo en las radiofónicas, sí te pueden dar lor buenor días o ponerte al tanto de que son lar tres, lar dos en Canarias, y si estamos ante un partido de fútbol, el periodista insistirá en que la pega con la izquierda y la pegó a la escuadra, sin que añada, como información complementaria, qué tipo de pegamento usa el pelotero.
Pues nos lo
perdemos. Manuel Clavero Arévalo nunca hubiera presentado un telediario, qué
pena, eso sí, el insigne sevillano fue Catedrático de Derecho, Rector de la
Hispalense y ministro del Reino de varias carteras, sin que fuera su bendito
ceceo un inconveniente. Inolvidables sus clases y su esfuerzo para que no nos
confundiéramos de institución: una cosa es el consejo y otra, el concejo,
insistía.
La prédica del
académico ha coincidido con el hallazgo en la Universidad de Cambridge de unos
textos de Maimónides, cordobés, glosados en romance andalusí. Es decir, la
lengua que se hablaba por estas tierras -poco estudiada por la vagancia
académica patriótica-, coexistiendo con el árabe, el árabe andalusí y la propia
suya de los hebreos. La verdad es que desconocemos cómo pronunciaban mis
antepasados pero parece que en Andalucía siempre hubo matices.
Tampoco sabemos
cómo sonaba el castellano en tiempos de Antonio de Nebrija, autor de la primera
gramática de la lengua castellana, que fue criticado en su tiempo, negándole
autoridad para tal obra por ser andaluz y hablarlo. Eso sí, como dato, en
Lebrija se cecea.
Los senadores
romanos se cachondearon a carcajadas de él, por su acento. Claro que cuando más
tarde fue emperador, uno de los mejores, a sus señorías les pareció que hablaba
el mejor de los latines.
Pero podemos ir
hasta más atrás. Cicerón criticó abiertamente la manera de hablar latín de los
poetas béticos cordobeses, decía que era un hablar seboso y sonaba a
extranjero. En Vita Hadriani, se cuenta, por otra parte, la anécdota de una
intervención en el Senado de Adriano, bético hispalense de madre gaditana, cuando
desempeñaba el cargo de cuestor. Los senadores romanos se cachondearon a
carcajadas de él, por su acento. Claro que, cuando más tarde fue emperador, uno
de los mejores, a sus señorías les pareció que hablaba el mejor de los latines.
En Andalucía ceceamos
y seseamos, es nuestra riqueza. Cuando era chico, en la escuela, el hermano
Secundino emprendió una cruzada particular para que los niños no viviéramos en
el extravío del seseo sevillano. Nos ponía en fila y teníamos que pronunciar de
manera salmódica una larga lista de palabras que empezaba siempre por Zaragoza,
Zamora… perdió la batalla y no recuerdo si él, que era leonés, acabó seseando.
No sé cuándo
empezamos a cecear ni a sesear, la glotogénesis es ciencia difícil, tampoco
cuándo el castellano, camino de ser español, acumuló tantas zetas y las
esparció por sus dominios. Por aquí cayeron un montón aunque no las
pronunciamos, mira por donde: Cádiz, Vélez, Zahara, gazpacho, alcuzcuz,
Guadajoz, andaluz, zalamero, zambra, zahón, zaino, los aznal y los izna… sin
que haya rastro de tantas zetas antes de su llegada.
Los académicos
pueden preferir lo que quieran pero la lengua hablada es indomable y, como el
citado sostiene, no hay una manera mejor que otra de hablar, en todo caso, los
andaluces hablamos un perfecto andaluz con múltiples variantes y no un español
degradado. No entenderlo así es utilizar la lengua para otras cosas que para
comunicarse o crear. La glotofobia o el hablismo existen en todas partes y no
deja de ser una manera sutil pero muy eficaz de inferiorización del otro y
xenofobia.
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