EL ENCANTADOR
José Rivero Vivas
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(40)
José Rivero Vivas
TILDE – Obra: NC.15
(a.89) – Novela-
Ilustración de la
cubierta:
Detalle Place Belle
Alliance
Óleo
sobre lienzo de Ernst Ludwig Kirchner.
(ISBN: 978-84-16759-19-4) D.L. TF 727 - 2016
Ediciones IDEA. Islas Canarias. Año 2016.
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José Rivero Vivas
TILDE
Fragmento:
Cap. XIII; Págs.
139-142
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Un mal trae
el otro, por donde los efectos secundarios, a imitación de los especiales en el
cine actual, suelen ser de grave incidencia en la salud del paciente; ello lo
pone fuera de combate, lo cual lo entristece y lo hace reflexionar como nunca
antes le hubo sucedido.
Melancólico
y vagaroso, apesadumbrado inquiere:
¿Cómo
librarse de las consecuencias de un mal paso?
He aquí el
dilema que por doquier se presenta a quien actúe con descuido.
Hoy,
mintiéndose a sí mismo, el hombre se ha propuesto enmendar el atroz yerro
cometido, por considerar haber roto el compromiso con la madre tierra,
depravada conducta que lo lanza al abismo, donde irremisible cae en lo
insondable de la sima profunda que rodea su lar insignificante. Sin embargo,
atrofiada su sensibilidad y roma su perspicacia, yace ajeno a debate y
controversia, por donde pudiera descubrir el perverso reclamo, exhibido
impunemente en la valla publicitaria que otrora cercara el ámbito municipal
bienhadado.
Los medios
de comunicación desoyen la llamada de socorro lanzada por el ser más poderoso
de la región. Pudo templar su efectividad porque, en su seno, el hombre apunta
más lejos, cual logro infinito para el entendimiento, entre partes contratantes
de empresas magnas.
Lo de más
allá apenas concierne a quien desestima el esfuerzo de alguien que cultiva
flores, cumpliendo su oficio de jardinero. Acaso sus amigos de siempre estén a
la altura de las pruebas, lo que facilitaría su intervención en la lid que a
Pausidio inquieta. Sin más preámbulos, Artemio comenta:
-Tierra de
calor excesivo, donde la orilla del mar se anticipa a quien llora por el
desastre ocurrido, ruina de todos aquellos que, sin temor ni recelo, se
afincaron en el sentimiento que el dolor del prójimo despierta en torno.
-Aterrados
-dice Damián- escuchan el horrísono aldabonazo de las fuerzas telúricas desplegadas
en sísmica catástrofe alrededor del globo terráqueo.
-¿De dónde
arranca el suspiro embaucador del desastre?
- ¡Quién
sabe en qué lugar reside el quid desatendido!
Vayan todos
a doblar la rodilla frente al sol de amanecida. Su lenta ascensión hacia su
cenit es impresión que empequeñece al ser humano, petulante criatura que,
ensoberbecido por su pretendida sabiduría, osa desafiar el numen envuelto en el
misterio de la divinidad omitida.
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José Rivero Vivas
EL ENCANTADOR
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Pablo
Rodríguez halló su felicidad en el mundo del trabajo, y, con orgullo, decía:
-Soy un
encantador.
Rosario, su
mujer, sabiamente le corrige:
-Eres un
limpiador.
-Limpio,
adecento y abrillanto: pisos, muebles, lunas y espejos, en salones de actos y
banquetes, en pasillos y recepción; en definitiva, proveo, en su interior, al
hotel, con maquillaje y afeites, sanidad y buen olor, disimulando las miserias
que el mundo deja detrás.
Satisfecho
de su labor, en un pequeño hotel, lujoso y de alto rango, no lejos de Lancaster
Gate, Pablo se aplica en ella de firme, provocando la admiración de sus jefes y
la inquina entre sus colegas, que ignoraban el motivo de aquel afán en
destacar, realizando una tarea inferior; no hallaban lógica su dedicación, ni
la busca de fortuna, a través de su rendimiento productivo, les suponía válida
explicación. Pablo, por su parte, actuaba sin complejos, atento a su misión de
mantener aquellas dependencias aireadas y en pleno fulgor.
Los clientes,
recién llegados, miraban con asombro el decoro, y quedaban fascinados con el
esplendor en torno, el aroma expelido en habitaciones, baños y corredores,
salas de juego y de general diversión.
Sin embargo, no era Pablo Rodríguez quien
recibía la enhorabuena, la felicitación ni fabuloso pourboire. A la hora que los huéspedes transitaban arriba y abajo
del hotel, él residía en el subsuelo, prolongando su acción decorativa hasta
extenuado acabar su jornada.
Sus
compañeros en la brega, restantes empleados, camareros y doncellas, reunidos en
la cantina, durante la pausa del lunch, con acritud maleva y aviesa
mordacidad, comentaban su fidelidad y devoción a la empresa: no faltaba un día,
no hacía novillos, no mataba la araña ni le daba vuelta al aire, sino firme,
industrioso, esforzado y leal, totalmente aficionado al desarrollo de su
cometido diario, lo convertía en paradigma de acción y entrega.
Como
consecuencia de la fecha fatídica, anunciada en el calendario de las naciones,
tras punto de inesperado declive, grave y desastroso, para la economía global,
la cadena hotelera se vio asimismo afectada por el tremendo desbarajuste, y,
poco después empezó a escasear la clientela. Así, ante el riesgo de cierre
total, hubo perentoria necesidad de clausurar algunas dependencias, medida que
produjo regulación de plantilla, con lo cual, unos fueron a reciclaje y, otros,
quedaron cesantes; en especial, aquellos desprovistos de cualificación, o de
aval, que les permitiese continuar en activo. De modo que, Pablo Rodríguez fue primero
en quedar parado.
Inmerso en
finiquito y papeleo, con objeto de acogerse al subsidio por desempleo, hasta
pasadas varias semanas, no tomó este hombre conciencia de su nueva situación.
Una mañana,
al levantarse, sin sufrir ningún tipo de metamorfosis, cayó en la cuenta de no
importar a nadie ni estar ya para nada, y se hundió en honda depresión. Así,
pues, quedó sonado, como sonámbulo, yendo y viniendo dentro del reducido
espacio de su casa –apenas una habitación, con derecho a baño y cocina-, aun
cuando, lo más del tiempo, lo pasara sentado.
Rosario,
comprensiva y cariñosa, no lo tiranizaba; al contrario: lo sacaba de paseo, lo
acompañaba al bar, lo introducía en grupos de amigos y conocidos... Pero Pablo
se hubo desmoronado: se vino abajo, quedó derruido y hecho un guiñapo.
La buena de
Rosario no hallaba a mano nada que despertara su entusiasmo y le devolviera sus
ansias de vida, aunque sólo fuera para seguir en su fiel propensión al trabajo,
ya que no era capaz de disfrutar su actual estado, que suponía completo
abandono de su mismo ser.
*
Los más
avispados de entre sus compañeros y sus vecinos, suelen aventurar que son gajes
aprendidos en el oficio de vivir. Lo cierto es que, arrumbado, por inepcia, en
el borde del camino, sufre el hombre el golpe de gracia que lo sume en pérdida
de conocimiento, lo deja trastornado, insomne, nulo, vacío, incapaz de
reflexión y pensamiento, relativamente anonadado frente al destino, que le
impone su huella y aciaga abdicación.
Luego, Pablo
Rodríguez, pese a su mudez, confirma que, el esfuerzo de cada cual, se ve
menguado por falta de estímulo en el ejercicio de su facultad, se trate de
escribir un libro, de pintar un cuadro o de vender vinagre, como vino afamado
de gran reserva.
No obstante
la complejidad del momento, hoy se percibe mejor disposición y mayor eficacia
en la actividad general, pues, se advierte cómo las personas de menos edad, al
estar mejor preparadas -más alta programación, tal vez-, se lanzan al mercado
laboral con un potencial negado a sus padres y abuelos, acaso por suspicacia de
quienes regían entonces el cúmulo maltrecho, al par que, por propia iniciativa,
se erigieron en directores de un insoportable concierto inacabado.
En la
actualidad, estos jóvenes aparecen rebosantes de genio, compostura, efectividad
y determinismo, ante un escenario que, sin ser de ampuloso límite, no entraña
tampoco necesidad de abrumarse por despejar incógnitas que, de improviso,
lleguen a presentarse en un horizonte, acaso iluminado.
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