PODEMOS Y LOS MEDIOS
JUAN TORTOSA - CANAL RED
La aparición en escena de Podemos les rompió los esquemas y desde entonces no se han repuesto. El nacimiento, hace ahora nueve años, de una formación política fresca, osada y resuelta pilló al universo mediático de nuestro país claramente con el pie cambiado. Acostumbrados como estaban a negociar a diario con sus fuentes de siempre, la súbita irrupción de una serie de jóvenes profesores universitarios que conectaban con la gente sin pedirles permiso a ellos, vacas sagradas de la comunicación habituadas a manejar el material informativo como les daba la gana, les desconcertó, no lo pudieron soportar. O sí, pero no estaban dispuestos a que el obsceno tinglado que tenían organizado desde hacía ya décadas corriera peligro.
El asunto venía
viciado desde muy atrás. En la banca había una inercia tácita que garantizaba
el sometimiento de los partidos políticos merced a préstamos que pocas veces se
cobraban y la prensa, por su parte, sabía qué tenía que decir y qué callar si
quería seguir mamando de esas sabrosas tetas llamadas publicidad y
subvenciones. Nunca se hizo un reportaje, por ejemplo, sobre por qué los
dependientes de El Corte Inglés no llevaban barba, ni se osaba jamás cuestionar
el funcionamiento de empresas como Iberdrola, compañía que durante años
financió generosos viajes a primeros espadas de muchos medios de comunicación.
Para formar parte
de aquella obscena mesa de juego y poder sentarse a echar una partida parecía
necesario pagar el correspondiente peaje y Podemos, la formación de aquellos
jóvenes políticos recién llegados, no parecía dispuesta a hacerlo. Insoportable
desvergüenza, como eso de negarse a pedir préstamos a los bancos, pero qué se
habían creído.
Se decretó pues sin
excesiva demora la caza y captura de la nueva formación política, “el tiro al
podemita” podríamos llamarlo, y desde entonces no han parado. Cuando el Psoe
descubrió que se les había acabado el chollo de vivir pareciendo de izquierdas
sin serlo recurrieron a los medios que les debían favores para que le pusieran
inmediatamente la proa a aquellos insolentes recién llegados que amenazaban una
parte del pastel electoral. El PP, por su parte, no tuvo que esforzarse mucho
para que sus incondicionales turiferarios de siempre se dispusieran también a
ello. Y en cuanto a los sindicatos, pelín aturdidos ellos para variar,
decidieron ponerse de perfil, sobre todo los mayoritarios. Ahí siguen.
«No hubo ni un solo
medio público o privado que no considerara una amenaza la aparición de Podemos»
Les costaba
entender que pronto alguien llevara la iniciativa en campos que hasta entonces
habían sido un suculento y rentable coto cerrado. No tardarían en organizarse
tertulianos, columnistas y directores de periódico para cerrar filas contra
aquellos atrevidos jovenzuelos ¿Qué hicieron los periodistas en nómina de
periódicos, radios y televisiones cuando vieron el panorama? Pues la mayoría
someterse a los dictados de sus jefes y vender su dignidad por un plato de
lentejas. Debieron entender que sus puestos de trabajo, o sus privilegios,
estaban en juego si no se dedicaban a demonizar a conciencia a esos recién
llegados, a los “radicales” de Podemos. Lo de los puestos de trabajo no era
verdad, pero lo de la pérdida de privilegios era posible.
Años y años
recibiendo cajas de vino y jamones por navidad en las secciones de Economía,
discos y libros todo el año en las de Cultura, generosos sobres los cronistas
de toros o viajes de ensueño en secciones de moda, deportes o motor, por poner
solo algunos ejemplos, no es algo a lo que se pueda renunciar de la noche a la
mañana porque aparezca una formación política predicando la decencia.
Cuando en 2016
Podemos se plantó en el Congreso de los Diputados con 69 escaños acabaron
saltando todas las alarmas, y tanto políticos como periodistas se revolvieron
visiblemente incómodos, llevaban dos años intentando cargárselos y habían
fracasado. Intentaron entonces sin éxito colocarlos en el gallinero para
quitarles visibilidad, y políticas como Celia Villalobos o periodistas como
Pilar Cernuda llegaron incluso a decir que los nuevos diputados olían mal. Les
molestaba su desenvoltura, su indumentaria, les fastidiaba en definitiva su
existencia. Eran como agentes extraños que, para los periodistas y políticos
que tan cómodamente habían coexistido por los predios parlamentarios durante
cuarenta años, no encajaban en aquel plácido y alcanforado ecosistema.
Abdicó el rey, hubo
golpes de estado internos en los partidos, del PP se desgajó una facción
ultraderechista, nació y murió Ciudadanos, ese “Podemos de derechas” con el que
bancos, eléctricas y petroleras quisieron contrarrestar el impacto de los
morados, se repitieron elecciones generales en dos ocasiones, jueces por un
lado y medios digitales fachas que se reproducían por esporas por otro pusieron
en marcha un implacable lawfare al que acabaron sumándose los medios de
siempre… Había no solo que diluir la capacidad de seducción del mensaje de un
partido que al final había logrado calar hasta propiciar que fuera posible
formar el primer gobierno de coalición en ochenta años, sino que había también
que dedicarse a desprestigiarlo a toda costa hasta conseguir acabar con él.
El Gobierno de
coalición cumplió en enero su tercer año de existencia y la gota malaya contra
Podemos continúa. Contrarrestar sus efectos exige un esfuerzo enorme pero no es
imposible. Saludo con todo mi afecto la aparición de Canal Red, me gusta mucho
su trabajo y hago votos porque su manera de hacernos ver la otra cara de la
luna permita, a tanta gente como la echa de menos, contar con una información a
la que tiene derecho y que, a día de hoy, resulta muy difícil, por no decir
imposible, encontrar en ninguna otra parte.
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