LAS VACACIONES VASCAS DEL INCREÍBLE
PEDRO SÁNCHEZ
JONATHAN MARTÍNEZ
Tres mujeres caminan frente a la lona que colocaron las juventudes del
PP en las inmediaciones de la sede del Partido Socialista, a 29 de diciembre de
2022, en Madrid (España). Eduardo Parra / Europa Press (Foto de ARCHIVO)
29/12/2022
En junio de 2011, unos días después de las elecciones municipales, las cámaras de televisión tomaron por asalto la villa vizcaína de Elorrio. No es un municipio que ofrezca titulares ruidosos y sus 7.000 habitantes llevan una vida más o menos calma entre casonas de piedra parda y un paisaje bucólico de pinares y praderas. Aquel día de primavera, sin embargo, la prensa oficial encontró un cuento de hadas que confirmaba todos sus prejuicios. El héroe de la leyenda se llamaba Carlos García y era el único concejal del Partido Popular en una localidad dominada por vecinos, qué digo vecinos, bestias, hordas proetarras, aborígenes sedientos de sangre.
Carlos García era
natural de Bilbao y estaba unido a Elorrio por un vínculo meramente electoral.
Lo que se dice un paracaidista. Pero los números, que son antojadizos, lo
pusieron por unos días en el ojo de la ventolera. Resulta que Bildu había
ganado la contienda a quince votos de la mayoría absoluta y el PNV los igualaba
en ediles. El único concejal del PP se prestó a resolver el desempate. "Lo
importante es sacar a Bildu". Ana Otadui, entonces parlamentaria jeltzale,
aceptó con gusto el regalo y se abalanzó a por el bastón del consistorio entre
abucheos de protesta. Y allí estaban las cámaras, el héroe y los villanos. La
tormenta perfecta.
El PP no volvió a
obtener representación en Elorrio. EH Bildu ha regentado la alcaldía desde 2015
gracias al apoyo lateral de Elkarrekin Podemos en una entente izquierdista que
se ha reproducido por otras latitudes como Ordizia o Errenteria. Los independentistas
han encabezado un pacto plural también en Durango, pero esta vez sus aliados
han presentado candidaturas separadas y las fuerzas se han dispersado. Aunque
EH Bildu crece, la suma de PNV y PSE abre ya una rendija al poder. ¿Sabéis
quién va a decantar la balanza? Exacto, el PP. ¿Sabéis quién es el concejal del
PP en Durango? En efecto, el paracaidista Carlos García.
Todo este enredo
pertenecería al exclusivo dominio del anecdotario municipal si no tuviera
además implicaciones en el conjunto de la política vasca y hasta en la futura
configuración del Gobierno de España. No por azar, Miguel Ángel Rodríguez ha
integrado la lista popular de Durango en una posición simbólica y ha arropado
al candidato con un sermón naftalinado sobre la ausencia de libertades, la
extinción de la lengua castellana, los precarios valores de Occidente y el
sonajero estropeado del terrorismo que tan buenos dividendos le ha
proporcionado a Díaz Ayuso en Madrid. Y es que ETA, apostilla Carlos Iturgaiz,
aún "manda a través de sus secuaces de EH Bildu".
Dice el profesor de
Ciencias Políticas, Igor Ahedo, que las elecciones municipales y forales vascas
van a quebrar el viejo abanico de alianzas también en España. Las urnas han
debilitado tanto al PNV que ya no le bastan sus amarres con el PSE sino que
necesita el concurso del PP en las investiduras. Se repetirá el desorden de
Elorrio al menos en los ayuntamientos de Durango y Gasteiz y en la Diputación
de Gipuzkoa. Una gran aportación al contragolpe ultraderechista justo cuando el
PP y Vox embisten las puertas de la Moncloa. Feijóo ha despejado ya todas las
dudas: "Pongo los votos de mi partido al servicio del constitucionalismo
para retirar a Bildu cualquier posibilidad de Gobierno".
En Navarra el
trabalenguas se retuerce aún con más desatino. Hace cuatro años, la candidata
del PSN en Iruñea celebró la caída del cuatripartito que gobernaba el
consistorio bajo la batuta de EH Bildu y Joseba Asiron. "¡Agur, Asiron,
agur, agur!", gritaba eufórica Maite Esporrín a sabiendas de que el mando
pasaría a UPN, PP y Ciudadanos. EH Bildu, al contrario, entregó sus votos al
PSN en el parlamento foral con la única condición de que las derechas no
pisaran moqueta. Ahora, con esas mismas derechas en minoría y Asiron en cabeza
de la oposición en Iruñea, el PSN ha anunciado que dejará gobernar a UPN con
tal de que EH Bildu no regrese a la alcaldía.
Pedro Sánchez, que
debe su gobernabilidad al independentismo vasco, ha leído los últimos
resultados electorales en clave de castigo y se dispone a afrontar los comicios
generales bajo el marco de discusión que le impone la derecha. Desde hoy hasta
el 23 de julio, la carraca inagotable de ETA se multiplicará en todos los
discursos públicos del PP, que cree haber encontrado no solo las cosquillas del
Gobierno sino también la perfecta coartada para homologar a los ultras de Vox
como socios legítimos y leales compañeros de trinchera. La estrategia de
Sánchez se percibe a la legua: reprobar los acuerdos de Feijóo con Vox y
abjurar de sus propios acuerdos con EH Bildu.
Habrá quien
interprete el adelanto electoral como un astuto regate que le niega a Feijóo
seis meses de rearme y que sorprende con el pie cambiado a las tropas de
Yolanda Díaz. Pero si el objetivo es evitar que el debate se embarre con lemas
zombi sobre ETA, el calendario es poco propicio. El 17 de junio, el día de las
investiduras, las cámaras volverán a los municipios vascos igual que moscas a
la miel para pintar a los candidatos del PP como heroicos demócratas en tierra
de barbarie. El 27 de junio, Feijóo rentabilizará el Día de las Víctimas del
Terrorismo. Y entre el 10 y 13 de julio, en plena campaña electoral, exprimirá
el aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco.
¿Quién podrá hablar
del derecho a la vivienda, la sanidad o las condiciones laborales cuando todas
las cadenas mareen la perdiz de ETA en un calculado unísono? ¿Quién prestará
atención a los alardes izquierdistas de Sánchez cuando veamos al PSOE recoger
los votos del PP en las instituciones vascas? Ayer Arnaldo Otegi dejó flotando
un mensaje: "Tú no le puedes decir a la gente que llevas cuatro años
firmando acuerdos con EH Bildu pero que ahora no te gusta nada EH Bildu. No es
creíble y resta crédito a la política". A lo mejor ese es el gran problema
de nuestra democracia: cada vez es más grande el abismo entre aquellos que no
creen en nada y aquellos que están dispuestos a creer en cualquier cosa.
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