ESCUADRONES FASCISTAS EN LA CAMPAÑA ELECTORAL
MIQUEL RAMOS
Protesta de Desokupa en la
Bonanova
El circo de la pasada semana en Barcelona no fue casual. Dos edificios okupados que hasta ahora habían pasado prácticamente desapercibidos en la ciudad y con los que los vecinos de la Bonanova convivían sin problemas, se convirtieron de repente en el escenario de una batalla provocada por políticos, empresas y medios de comunicación.
Hay que reconocer la habilidad que ha tenido una empresa para colarse en la campaña electoral y ser la protagonista el día que esta arrancaba. Desokupa se ha servido de medios de comunicación, redes sociales y políticos para promocionar sus servicios y afianzar su imagen. Algo que no han conseguido los principales partidos con puestas en escena y salidas de tono bien medidas, lo ha hecho una empresa. Los hechos, sin embargo, sí que merecen algunas líneas para tratar de leer donde estamos y hacia donde vamos.
Medir la
rentabilidad política del circo de Desokupa en la Bonanova es todavía atrevido,
pero aquí hay varios buitres intentándolo, y que son quienes empezaron a
fabricar el relato. Las televisiones hicieron caja (audiencia) con el circo,
pero pocos medios se preocuparon por averiguar quiénes eran esos ‘vecinos
indignados’, y ni siquiera si lo que contaban era verdad o no. Me enteré hace
unas semanas por la Directa, y luego, tras ver el asunto por Twitter,
rastreando la prensa catalana, donde se daba ya cierto contexto del asunto, e
incluso entrevistaban a vecinos que desmontaban la versión criminalizadora de
los okupas que estaban ofreciendo la mayoría de los medios.
En algunas de estas
crónicas y en varios videos subidos a las redes pude escuchar los gritos que
esos ‘vecinos’ (unas pocas decenas), lanzaban a los okupas, y que la mayoría de
medios ocultaba: ratas, escoria, guarros y todo el repertorio habitual de
cualquier akelarre ultra que deshumaniza a aquellos colectivos en los que pone
la diana. Un mensaje que muy peligrosamente recogieron (y en cierto modo
avalaron) los mismos políticos y periodistas que siempre enarbolan la bandera
de la legalidad cuando quien quebranta la ley son otros.
Se temía desde hace
meses que la anunciada y recién aprobada Ley de Vivienda tocase algunos
privilegios de los grandes tenedores, bancos y fondos buitre en plena orgía
especulativa, y había que preparar el terreno. Y aunque la Ley finalmente no
toca prácticamente nada (y así lo denuncian los sindicatos de inquilinos y las
organizaciones sociales), el ruido acumulado sigue siendo rentable para meter
en la ecuación varios de los temas favoritos de algunos políticos, medios y
empresas. Y es que este tándem, esta combinación, es la que suele darse en
múltiples asuntos para garantizar el statu quo y poner el foco donde interesa.
El problema de la vivienda se ha convertido en el problema de los okupas, como
el problema de la pobreza siempre se convierte en el problema de la
inseguridad, que no es quedarte sin casa y sin trabajo, sino que un día te
roben el móvil. La estrategia siempre es que las consecuencias sean el
problema, para evitar así ir al origen.
Aunque llevamos
años con el runrún de la ocupación, con el que se trata de desviar el foco del
problema de la vivienda hacia una de sus consecuencias, lo de estos últimos
meses está siendo descarado y tremendamente peligroso. Ya no por omitir el
problema de fondo, el estructural, sino en los medios que utilizan para ello.
Esto es: un grupo de matones popularizado por medios rendidos al espectáculo y
a quienes algunos políticos han intentado rentabilizar, se ha convertido en un
actor inesperado de imprevisibles consecuencias. Lo explicaba bien Enric
Juliana hace unos días en una columna: "Las escuadras fascistas empezaron
así en los años veinte del siglo pasado", advirtiendo que "volveremos
a ver mercenarios en los conflictos sociales".
La historia se
repite, sin ninguna duda, y las bandas de fascistas, los mercenarios de los
poderosos no solo siguen existiendo, sino que tienen CIF y página web,
monetizan sus redes sociales y son entrevistados por los grandes medios.
Encima, si el escenario es Catalunya, siempre hay un bonus extra para el
relato.
Finalmente, todo
quedó en un desfile de ultras gritando ‘Puta Ada Colau’ y ‘Sieg Heil’ brazo en
alto, y una carga policial contra un grupo de okupas que se acercaba al lugar.
No pasó nada más, y la cosa, hasta hoy, quedó ahí. Eso sí, muchos niñatos
vieron en estos justicieros anabolizados un modelo a seguir, unos aliados, una
masculinidad anhelada, perdida entre tanta mariconada woke y tanta diversidad
impuesta.
Aunque a la mayoría
de la gente le pareció ridículo y patético, a una parte le sedujo, y a otra le
pareció que era un mal necesario para un fin superior, que es defender la
propiedad privada ante esas cucarachas que okupan y esos políticos comunistas
que las protegen. Lo mismo que conseguían los videos del ISIS: horrorizar y
asustar a la gran mayoría, y seducir a una minoría acomplejada, perdida o
fanatizada. Y lo mismo que consiguen hoy algunos políticos presentando no solo
a la extrema derecha y sus discursos de odio como actores democráticos
respetables, sino a sus escuadrones ejecutores como un recurso más cuando sea
necesario.
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