PROGRAMA CORTO Y A TRABAJAR
CONTEXTO
La convocatoria de elecciones ha cogido a todo el mundo por sorpresa. A toro pasado, la incapacidad para anticipar el movimiento de Pedro Sánchez deja paso a una prolija lista de argumentos que le dan sentido: 1) cambia el relato y corta el discurso triunfalista del PP; 2) incentiva la movilización de sectores de la izquierda que este domingo se quedaron en casa, sectores que ahora le ven las orejas al lobo; 3) hace coincidir las negociaciones PP-Vox con la campaña y con el inicio de la presidencia europea; 4) acalla la disidencia interna en el PSOE y, por último, 5) obliga a las fuerzas a la izquierda del PSOE a coordinarse en los próximos diez días bajo pena de desaparecer o asumir el coste de un gobierno PP-Vox investido de facto por su incapacidad para poner de lado sus diferencias.
El adelanto
contribuye también a achicar el espacio al más que probable circo de luchas
internas, reproches, primarias, declaraciones, despechos y miserias varias con
las que Sumar, Podemos y los demás obsequiarían a un electorado potencial cuya
paciencia parece haberse agotado (y con toda la razón).
Algunas de estas
argumentaciones parecen a priori más sólidas que otras. Por ejemplo, el
supuesto cambio de relato, de la derrota a la audacia, parece haber sido
internalizado rápidamente por los partidos de derecha: el Gobierno de coalición
“ha caído” y ahora solo toca “terminar de derogar al sanchismo” (como si fuese
un decreto). Tampoco parece muy claro que la movilización de esos votantes de
izquierda y centro-izquierda desencantados esté garantizada. Lo que sí es claro es que el movimiento de
Sánchez obliga al espacio a la izquierda del PSOE a tomar decisiones en un
período breve. Parafraseando a la policía franquista, el mandato es claro:
“Coordínense sin manifestación”. Y de cómo se aborde ese proceso dependerá
todo. La primera decisión, crear un partido instrumental que agrupe a las
fuerzas políticas y a personas independientes, ha sido consensuada por todos.
Es un primer paso.
Para algunos
analistas, este es el momento ideal para desembarazarse por fin de Podemos, un
lastre cada vez más pesado. Según los defensores de esta estrategia, Podemos
camina hacia la desaparición y renunciar a sus votos es un coste menor para
garantizar la coherencia interna de Sumar. Por tentador que parezca, creemos
que es un error enorme que aumentaría las probabilidades de una mayoría
absoluta de las derechas. Solo un resultado ajustado entre PSOE y PP y un Sumar
potente como tercera fuerza evitaría la victoria de la derecha trumpista. Al mismo
tiempo, algunos discursos de candidatos derrotados y simpatizantes del espacio
de Podemos muestran una preocupante incapacidad para abandonar un discurso que
puede tener parte de verdad (“la culpa es de los medios” o “la falta de
valentía del bloque progresista”) pero que solo conduce a la autocomplacencia y
a la melancolía estéril. Echar balones fuera, sea en modo paranoide o cambiando
el sujeto, no ayudará en nada.
Hace falta ya mismo
un proceso organizado de integración de toda la sopa de siglas bajo el paraguas
del Movimiento Sumar, dejando a un lado los personalismos, los agravios y las
obsesiones, y centrándose en pactar un programa común –corto, como sugiere Pepe
Mujica–; es tan viable como necesario. No se trata de pasarse ahora diez días filosofando
y asumiendo la derrota para cumplir las peores profecías imaginadas, aunque
siendo realistas ese sea el escenario más plausible. Ya no hay diferencia entre
el qué y el cómo. Se trata de eliminar fobias, castigos mecánicos y
autolesiones para poder centrarse en lo que importa. Los votantes de izquierdas
llevan pidiendo unidad a sus líderes desde Vistalegre II, y eso era en 2017.
Hoy ya no hay más excusas: es hora de sentarse a trabajar, pactar un programa
de mínimos ambicioso que incluya el 90% de las ideas de todos, repartirse los
papeles con inteligencia y salir a patear con alegría los barrios del país
entero.
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