LA DERECHA MIENTE
MEJOR QUE
LA IZQUIERDA
JUAN CARLOS MONEDERO
¡Que te he dicho que pienses en un elefante!
La campaña que ha puesto en marcha la derecha en España ha sido ridícula, hablando de ETA cuando hace más de una década que no existe, agitando otra vez el fantasma de Venezuela, mintiendo sin pudor sobre hechos y datos, agitando la xenofobia para que el rezagado odie al que vino en patera o diciendo estupideces como que si la gente pone una planta en la ventana el cambio climático verá agostar su impacto.
Es a veces desesperante la resiliencia del votante de
derechas (que ya no es un votante conservador sin más, sino que tiene maneras
de animal acorralado). Al votante de las derechas le da igual que le corten la
cabeza a su secretario general por denunciar las fechorías del hermano de Díaz
Ayuso o que la portavoz de VOX, Rocío Monasterio, se pasee con una imputada por
tráfico de drogas y posesión de armas (también les da igual que falsificara la
firma del colegio de arquitectos o que su marido no pagara a los obreros que
reformaron su vivienda).
El votante de derechas perdona que sus dirigentes
roben, se saquen títulos universitarios haciendo trampas, que tengan decenas de
cargos condenados a prisión por robar de las cuentas públicas -es decir, por robar
a España-, que hayan hundido el mercado de alquileres liberalizando el suelo
para que se enriquecieran las inmobiliarias, que regalen a fondos buitres donde
trabajan familiares las viviendas de protección social, que dejen nuestras
ciudades sin árboles para que sus amigos vendan cemento, que mueran 7290
ancianos en las residencias porque dieron la orden de no llevarles al hospital
y se negaron también a medicalizarlas o que un hermano de la máxima dirigente
del PP se embolse una comisión de 286.000 euros con un contrato con una empresa
fantasma por vender a un precio abusivo mascarillas.
También les perdonan que hayan matado el Mar Menor en
Murcia con sus políticas ecocidas o que estén acabando delante de nuestros ojos
con Doñana, uno de nuestros últimos humedales. Les perdonan que la derecha robe
y que luego lo celebren con un "volquete de putas" o comprándose
artilugios obscenos, igual que perdonan que sus dirigentes sean idiotas y
saluden confundiéndose de lugar porque nunca han salido de su pueblo, o que
piensen sinceramente que el sol de Cádiz te dilata las pupilas. Les perdonan
que sean borrachos, que sean asiduos clientes de prostitución, que tengan
asuntos con drogas y con pederastia y hasta que tengan la oficina en un
prostíbulo. Unos porque desearían hacer lo mismo -es esa frase tan hispánica
"¡Ese es un monstruo, hace lo que le sale de los huevos!", cuando en
otros sitios la frase sería "¡Ese es un monstro! ¡Da miedo!!-. Y otros
porque lo relevante no es como sean los suyos, sino que los suyos son garantía
de que no vengan los demonios.
Podría parecer una paradoja, pero no lo es, que en la
derecha, quien paga un precio es quien desde dentro denuncia esos
comportamientos. El gran argumento de la derecha es que es bastante probable
que encuentren algo cercano -nunca igual, porque no es verdad que en el
comportamiento sean iguales aunque compartan similares políticas de lo que
llaman "Estado"- en el PSOE, y con eso ya creen que está el problema
solventado.
Son una basura, pero son "tu" basura
Lo relevante para el votante de derechas es que
gobierne alguien que les deje seguir su vida tal cual como la llevan o como
querría vivirla en un mundo ideal donde nadie le pidiera cuentas. Porque al
votante de derecha le han hecho creer que el mundo es como es, es bueno tal y
como es y, además, no tiene alternativa. O que la alternativa es peor y que,
por eso, el mejor refrán es el que dice "Virgencita que me quede como
estoy". Que es muy propio de un país donde ganada la guerra los
franquistas fusilaron a 200.000 españoles, exiliaron a 500.000 y metieron en la
cárcel a 350.000, muchos de ellos para que se murieran, como le pasó a Miguel
Hernández.
El votante de derechas tiene un mundo cercenado,
pequeñito, lleno de vulgares seguridades pero que son muy importantes para
ellos. En su inseguridad, quieren, como postre, que los demás también acepten.
No es que la izquierda no tenga seguridades, a menudo en sitios parecidos, sino
que las tiene sin que signifiquen una cárcel para ellos o los demás y, sobre
todo, su manera de vivirlas no implica que exijan a los demás que también lo
hagan. Hay un mundo entre el modelo de familia de la derecha y el de la
izquierda, pero la derecha quiere imponer su modelo de familia y la izquierda
en modo alguno. Hay una espiritualidad distinta, a veces religiosa -el otro día
decían en un programa de televisión de la extrema derecha refiriéndose a
Bergoglio "ese que ahora se está haciendo pasar por Papa"- y a veces
laica -como una espiritualidad sin dioses-. Pero nunca pretendiendo que todo el
mundo comulgue con sus ideas. Mientras que la derecha, en
España, literalmente, nos ha llevado a misa a hostias.
Es importante entender que al votante de derechas todo
eso le da lo mismo porque lo importante para ellos no es la virtud de sus
dirigentes -que nunca la han tenido- sino el miedo o el odio hacia la izquierda
que han construido todos los dispositivos ideológicos de la dictadura y de la
convalecencia, hoy repetidos en los medios de comunicación, en los usos y
costumbres de muchas instituciones y en amplios centros de enseñanza. El
votante de derecha no sabe nada de los programas de sus partidos, no quieren
saber nada de sus dirigentes (solo les interesa el glamour o la sordidez de las
revistas y programas del corazón), salvo que les den certezas de que hacen lo
correcto (por eso les gusta escuchar las mentiras de la derecha, leen, escuchan
y ven los medios de la derecha y colaboran en las redes a propagar esas
mentiras).
Las campañas de la derecha en este momento de crisis
del modelo, son una enorme campaña de prestidigitación que solo se sostiene
porque los medios les cubren las espaldas. En esta campaña, Beatriz Fanjul, la
dirigente de Nuevas Generaciones del PP, que debe ser una de las políticas más
descerebradas de la derecha española -y eso que el listón está alto escuchando
a muchos líderes de VOX- decía que la izquierda crecía por tener el apoyo de
todos los medios de comunicación. Por supuesto, leía el discurso.
Pero a la derecha le da todo lo mismo, porque las
elecciones son momento de maximización del voto y esas campañas de mentiras,
como las más cutres de detergentes, siempre les funcionan. Propio de un país al
que le fusilaron a 200.000 españoles, le encarcelaron a 350.000 y exiliaron a
500.000. Y que volvió a exiliar a españoles en los años 60 y otra vez en la
crisis de 2009.
¿Y después de las elecciones?
La izquierda tiene que hacer una reflexión. ¿Sirve
para algo ir cediendo a los presupuestos ideológicos de la derecha?
Electoralmente no, porque, de no mediar algún imprevisto, la derecha puede
ganar las elecciones, haga lo que haga y diga lo que diga. La moderación de la
izquierda en Madrid solo ha servido para perder el Ayuntamiento de Madrid y no
ganar la Comunidad. Y en la batalla cultural, tampoco, pues la hegemonía la
tiene ahora mismo la derecha, escorándose hacia la extrema derecha. Si no
defiendes el fuerte ideológico, los soldados te desertan.
La otra gran enseñanza tiene que ser la de la unidad.
Pero no va a ser nada fácil. Porque a los procesos de diálogo hay que ir con los
principios de la justicia transicional -la propia que sucede a un conflicto
violento- cumplidos: verdad, justicia y reparación (precisamente los que
incumplió Bildu presentando a candidatos con delitos violentos que,
necesariamente, iban a ofender a las víctimas). Los que incumple esa izquierda
que incumplió sus obligaciones y que todavía no se ha disculpado (Manuel
Carmena pidió perdón por su candidatura que le costó a la izquierda la alcaldía
de Madrid, algo que todavía no ha hecho ni Errejón ni el errejonismo).
La unidad va a ser la gran asignatura para las
generales de diciembre de 2023. Unidad a la que se han negado los dirigentes de
Más Madrid y de Compromís, aun sabiendo que es en estas dos comunidades donde
se juega simbólicamente que tenga más fácil llegar en diciembre la derecha del
PP con VOX al gobierno de España. Unidad complicada cuando los medios de
comunicación han ocultado a las candidaturas de Podemos con Izquierda Unida con
el aplauso de la izquierda que sí sale en La Sexta. Y también complicada por el
bochorno de periodistas y pensadores de la izquierda que han contribuido al
mensaje de que hay que acabar con los restos de Podemos (pese a la
incongruencia de sostener al tiempo que la franja morada está ya muerta). Sea
cual sea el resultado electoral este domingo, es bastante probable que el
resultado en votos totales de las listas de Podemos de una sorpresa. Por tanto,
insistir en la muerte de Podemos solo sirve para intentar hacer desde la
izquierda la tarea que no ha sido capaz de hacer la derecha.
Después de las municipales y autonómicas comienza el
obligatorio diálogo. Quien no quiera dialogar debiera salirse del debate
político de la izquierda. La ausencia de encuentro es un suicidio que van a
pagar las mayorías, como está pasando en Italia, en Hungría o en Polonia. Los
asesores que susurran en los oídos de los partidos políticos que no necesitan a
los demás partidos, son como el mafioso infiltrado en la sala de máquinas. Hay
que discutir de política, contrastar los puntos de vista, acercar estrategias.
Hay que disentir, pero solo para que el encuentro sea posible, no para
marcharse.
Podemos acertó desde el primer momento en apuntar
hacia la unidad y postular la necesidad de construir un Frente Amplio. Sigue
siendo el objetivo. Y sigue siendo cierto que, si hay un único partido que
tiene en solitario al menos la mitad de los votos que todos los demás juntos,
algo tendrá que decir en ese Frente Amplio. No hay izquierda sin voluntad, sin
coraje, sin claridad ideológica, sin generosidad y sin buenos diagnósticos.
Ojalá todo el mundo lea el resultado de las elecciones con estos principios.
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