martes, 23 de mayo de 2023

¡HIJO, CUELGA YA!

 

¡HIJO, CUELGA YA!

  QUICOPURRIÑOS

          Correría el año 1976 o 1977 y yo vivía en la misma casa en la que he vuelto a vivir, solo que entonces la calle se llamaba “Dieciocho de Julio” y ahora, por lo de la memoria histórica, es “Juan Pablo II”. La manía de rebautizar tiene su gracia, porque, antes del lanzamiento, se llamaba calle de “La República”, y antes de ese fugaz periodo republicano, vaya Vd. a saber. El caso es que donde vivía con mi familia existían, no uno sino tres teléfonos. El primero en la sala de entrada, incómodo pues tenías que hablar de pie al no existir silla o sillón cercano,  otro en la cocina, pegado a la pared  y muy concurrido a esa hora por aquello de la cena y el tercero en el despacho de mi padre, todos ellos modelo heraldo, de color gris claro los de sobremesa y verde flojo el de pared,  proporcionados por la única compañía operadora de telefonía de la época,  que no era otra que Telefónica de España. A eso de las nueve y cuarto venía llegando a casa, tras haber dejado ya en la suya a la que era mi novia, a la hora oficial señalada que no era, como alguno recordará, las nueve de la noche, pues pasada esa franja horaria toda soltera que se preciara no podía andar sola y menos acompañada por las calles, por aquello del que dirán los vecinos, que tanto daño hizo a muchas generaciones que hoy pintan canas, usan  sonotones y recurren a la viagra sin rubor, en el mejor de los casos.

Dadas las buenas noches de rigor, a eso de las nueve y veinte cada día y como parte del protocolo del noviazgo levantaba el auricular y llamaba al 244555 que, tras un timbrazo, era al instante descolgado por la piba a la que a las nueve en punto acababa de depositar en su domicilio familiar. Entonces comenzaba la conversación de cada noche, mismo guión, mismo te quiero, me quieres, cuelga ya, te extraño mucho, colgamos los dos a la de tres, uno dos y, no colgaste ¡je, je, je! En medio de tan trascendente conversación, mi padre, en su papel de fiel preceptor de la economía familiar, me daba, como en los toros, el primer aviso, al son del cuelga ya. Cinco minutos después, sonaba el segundo aviso casi a toque de clarín, este ya mucho más perceptible que el primero y más sonoro, a la voz de tú y tus hermanos me van a arruinar con tanta llamadita. Por qué no llama tu novia y que paguen sus padres el teléfono, digo yo, decía él. El tercer aviso llegaba pocos minutos después, ya como un ruego, como dando pena, con un por favor cuelga que estoy esperando una llamada importante de negocios de Barcelona. Y yo, después de un otra vez  el cuelga ya, cuelga tú,  colgamos los dos, hacía descansar el auricular sudado en su lugar aunque pensando, qué inocente mi padre,  vamos que en Barcelona es una hora más, quién le va a llamar a éstas horas para un negocio, es que no se acuerda que ayer también lo llamaban de fuera, aunque dijera que desde Zaragoza o desde Madrid el pasado lunes.

          Recordando esto durante el café de ayer con mi amiga Mercedes Caballero que es de mi quinta, se reía al escuchar mis reflexiones, pues ella vivió exactamente lo mismo, su padre daba las mismas insólitas explicaciones y también terminó poniendo candados en los discos de los teléfonos de casa me contó la buena de Mer. Para desgracia de mi progenitor, la llave del candado del teléfono del despacho, el más preciado por mí y mis hermanos para esas llamadas por la intimidad de su ubicación, la perdió a saber dónde un buen día mi padre, por lo que tuvo que romperlo, quedando el disco del heraldo seriamente dañado, con el consiguiente riesgo de arañazo si introducías el dedo en la secuela dejada por la torpe retirada del candado.

          Lo que mi padre no sabía, como tampoco lo intuyó nunca el padre de Mercedes, es que, con o sin candado, seguíamos llamando al haber desarrollado un método, a base de golpes en la parte del teléfono donde se colgaba, que permitía la marcación manual, nunca mejor dicho.

          Y ya termino porque tengo que hacer una llamada por el móvil, no sé si por wsap, video llamada o qué, pero añorando el heraldo gris de sobremesa, con o sin candado  de mi casa, desde el que cada noche, a eso de las nueve y veinte, marcaba el 244555.

                                                

  quicopurriños a  23 de mayo de 2023

 

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