¡HIJO, CUELGA YA!
QUICOPURRIÑOS
Correría el año 1976 o 1977 y yo vivía en la misma casa en la que he vuelto a vivir, solo que entonces la calle se llamaba “Dieciocho de Julio” y ahora, por lo de la memoria histórica, es “Juan Pablo II”. La manía de rebautizar tiene su gracia, porque, antes del lanzamiento, se llamaba calle de “La República”, y antes de ese fugaz periodo republicano, vaya Vd. a saber. El caso es que donde vivía con mi familia existían, no uno sino tres teléfonos. El primero en la sala de entrada, incómodo pues tenías que hablar de pie al no existir silla o sillón cercano, otro en la cocina, pegado a la pared y muy concurrido a esa hora por aquello de la cena y el tercero en el despacho de mi padre, todos ellos modelo heraldo, de color gris claro los de sobremesa y verde flojo el de pared, proporcionados por la única compañía operadora de telefonía de la época, que no era otra que Telefónica de España. A eso de las nueve y cuarto venía llegando a casa, tras haber dejado ya en la suya a la que era mi novia, a la hora oficial señalada que no era, como alguno recordará, las nueve de la noche, pues pasada esa franja horaria toda soltera que se preciara no podía andar sola y menos acompañada por las calles, por aquello del que dirán los vecinos, que tanto daño hizo a muchas generaciones que hoy pintan canas, usan sonotones y recurren a la viagra sin rubor, en el mejor de los casos.
Dadas las buenas noches de rigor, a
eso de las nueve y veinte cada día y como parte del protocolo del noviazgo
levantaba el auricular y llamaba al 244555 que, tras un timbrazo, era al
instante descolgado por la piba a la que a las nueve en punto acababa de
depositar en su domicilio familiar. Entonces comenzaba la conversación de cada
noche, mismo guión, mismo te quiero, me quieres, cuelga ya, te extraño mucho,
colgamos los dos a la de tres, uno dos y, no colgaste ¡je, je, je! En medio de
tan trascendente conversación, mi padre, en su papel de fiel preceptor de la economía
familiar, me daba, como en los toros, el primer aviso, al son del cuelga ya.
Cinco minutos después, sonaba el segundo aviso casi a toque de clarín, este ya
mucho más perceptible que el primero y más sonoro, a la voz de tú y tus
hermanos me van a arruinar con tanta llamadita. Por qué no llama tu novia y que
paguen sus padres el teléfono, digo yo, decía él. El tercer aviso llegaba pocos
minutos después, ya como un ruego, como dando pena, con un por favor cuelga que
estoy esperando una llamada importante de negocios de Barcelona. Y yo, después
de un otra vez el cuelga ya, cuelga tú, colgamos los dos, hacía descansar el auricular
sudado en su lugar aunque pensando, qué inocente mi padre, vamos que en Barcelona es una hora más, quién
le va a llamar a éstas horas para un negocio, es que no se acuerda que ayer
también lo llamaban de fuera, aunque dijera que desde Zaragoza o desde Madrid
el pasado lunes.
Recordando esto
durante el café de ayer con mi amiga Mercedes Caballero que es de mi quinta, se
reía al escuchar mis reflexiones, pues ella vivió exactamente lo mismo, su
padre daba las mismas insólitas explicaciones y también terminó poniendo
candados en los discos de los teléfonos de casa me contó la buena de Mer. Para
desgracia de mi progenitor, la llave del candado del teléfono del despacho, el
más preciado por mí y mis hermanos para esas llamadas por la intimidad de su
ubicación, la perdió a saber dónde un buen día mi padre, por lo que tuvo que
romperlo, quedando el disco del heraldo seriamente dañado, con el consiguiente
riesgo de arañazo si introducías el dedo en la secuela dejada por la torpe
retirada del candado.
Lo que mi padre
no sabía, como tampoco lo intuyó nunca el padre de Mercedes, es que, con o sin
candado, seguíamos llamando al haber desarrollado un método, a base de golpes
en la parte del teléfono donde se colgaba, que permitía la marcación manual,
nunca mejor dicho.
Y ya termino
porque tengo que hacer una llamada por el móvil, no sé si por wsap, video
llamada o qué, pero añorando el heraldo gris de sobremesa, con o sin
candado de mi casa, desde el que cada
noche, a eso de las nueve y veinte, marcaba el 244555.
quicopurriños a 23 de mayo de
2023
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