EL GRAN POETA QUE MURIÓ EN LA CÁRCEL
DANIEL CAMPIONE
Este año se cumplieron ochenta de la muerte en prisión del gran poeta hispano Miguel Hernández, por defender a la República en la guerra y por sus ideas comunistas
Se me permita empezar con un apunte personal. Miguel Hernández fue para mí, como para millares, un regalo de Joan Manuel Serrat, con “Para la libertad”, “Elegía para Ramón Sijé”, “Nanas de la cebolla”, “Niño yuntero”, “Llegó con tres heridas” y otras bellas adaptaciones.
No mucho después vendría la lectura de la Antología que de sus poemas hizo la Editorial Losada, trinchera de difusión de autores asesinados, presos y exiliados por el franquismo. Y a poco andar la de alguno de sus libros, como El rayo que no cesa, de inspiración amorosa y recorrido por el afecto hacia varias mujeres, como su novia Josefina Manresa y la pintora Maruja Mallo. Y el militante Viento del pueblo, producto de su actuación política y la experiencia de la guerra.
Del campo a Madrid, a través de la poesía.
Ese joven de origen
pueblerino había nacido en 1910 en Orihuela, provincia de Alicante. Y trajinado
como pastor de cabras desde su adolescencia, al servicio de la explotación
ganadera de su padre. Con poca educación formal, pudo elaborar tempranamente
una obra que lo colocó en el selecto grupo de poetas algo mayores que él,
reconocidos como “generación de 1927”.
Vicente Aleixandre,
Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre, entre otros, trabaron relación con él.
Además de dos sudamericanos por entonces en tierras españolas: Pablo Neruda y
Raúl González Tuñón, a quienes dedicó en su momento sendos poemas.
Su formación
ideológica inicial se dio dentro del catolicismo, al que lo empujaba la
beatería de su ciudad natal, llena de iglesias y monasterios. Amén de su
círculo de amistades inicial, en particular Ramón Sijé, poeta y amigo dilecto,
de pensamiento católico y conservador, junto al que impulsaría una publicación
literaria titulada El gallo crisis.
Ya establecido en
Madrid, conocido por poemas publicados allí y vinculado al ambiente literario
de la ciudad capital, rompió con el pequeño mundo provinciano impregnado de
clericalismo y de poesía de inspiración religiosa. Estimulado por la floración
intelectual de izquierda, conmovido por la pobreza y la desigualdad, comenzó a
cultivar una poesía más signada por las resonancias sociales y políticas.
Y a poco andar se
decantó por la militancia, opción no ajena a la definición comunista de algunos
de sus amigos. Se afilió al comunismo español en enero de 1936. Nada
casualmente fue después de sufrir una detención acompañada de maltratos por
parte de la guardia civil. Confesó a su amigo Alberti que después de vivir esa
vicisitud le habían quedado las cosas más claras en política.
Casi al mismo tiempo
publicó en el diario El Sol, de Madrid, a modo de comentario sobre Residencia
en la Tierra, de Pablo Neruda, un claro pronunciamiento en contra de la llamada
“poesía pura”. Su pronunciamiento poético se acompasaba con su opción
militante.
Por esas épocas se
había incorporado a las llamadas “misiones pedagógicas”, una línea de acción
educativa y cultural sobre el terreno, creada por el gobierno de la República.
Se desenvolvían
sobre todo en áreas
rurales, con representaciones teatrales, proyecciones cinematográficas,
recitales de poesía. El poeta tomó parte de una misión que recorrió varios
pueblos de la provincia de Salamanca.
En la guerra
Luego del golpe
militar, Miguel se enroló en septiembre de 1936 en el Quinto Regimiento, la
unidad por excelencia del partido al que pertenecía. No ocupó un puesto de
retaguardia, como otros intelectuales y artistas, sino que marchó al frente. Se
inició como zapador, cavando trincheras en la línea de combate. De allí lo
convocaron para ser afectado al comisariado de diferentes unidades.
Colaboró con
figuras militares de fama, como “El Campesino” y Vittorio Vidali (alias
“comandante Carlos”). Y entre otros sitios de combate estuvo en el frente de
Madrid, en el cerco al santuario de Santa María de la Cabeza y en la batalla de
Teruel.
Durante parte de la
guerra estuvo en el frente sur, en Jaén, como redactor de un periódico
destinado a los combatientes de ese frente, Altavoz del Sur y en el rol de
responsable de tareas de alfabetización entre los soldados.
Famosa imagen hablándole a las tropas republicanas.
Desde allí produjo
una vibrante prosa periodística y de propaganda. Su paso por la guerra se
proyectó asimismo en poesía de combate, como la volcada en su libro Viento del
pueblo. Entre los poemas incluidos en ese volumen se encuentra “Sentado sobre
los muertos”, de desgarrada identificación con trabajadores y pobres de la
sufriente España:
Canto con la voz de
luto,
pueblo de mí, por
tus héroes:
tus ansias como las
mías,
tus desventuras que
tienen
del mismo metal el
llanto,
las penas del mismo
temple,
y de la misma
madera
tu pensamiento y mi
frente,
tu corazón y mi
sangre,
tu dolor y mis
laureles.
Antemuro de la nada
esta vida me
parece.
Aquí estoy para
vivir
mientras el alma me
suene,
y aquí estoy para
morir,
cuando la hora me
llegue,
en los veneros del
pueblo
desde ahora y desde
siempre.
Varios tragos es la
vida
y un solo trago es
la muerte
Producida la
derrota de la república y sin apoyos que le facilitaran preservar su libertad
logró salir de España por la frontera portuguesa. Fue denunciado poco después
de traspasarla y la policía al servicio de la dictadura de Antonio de Oliveira
Salazar lo detuvo y deportó a las tierras que ya dominaba Francisco Franco.
En las cárceles de Franco
Una vez detenido en
Huelva sufrió graves torturas y allí comenzó un penoso periplo por varias
cárceles. Sus frecuentes traslados abarcaron buena parte del territorio
español. Fue un itinerario que parecía diseñado para empeorar su ya muy
dolorosa situación.
Sus estadías carcelarias
no se diferenciaron de las de cientos de miles de españoles apresados por los
vencedores. Malos tratos, hambre, hacinamiento, pésimas condiciones de higiene.
En uno de los
arbitrarios juicios de la época fue condenado a muerte en marzo de 1940 por
“adhesión a la rebelión militar”. Luego le fue conmutada la pena capital por la
de treinta años de prisión, la que le seguía en la escala. Hubo recursos para
la revisión de la condena que los tribunales de la dictadura se ocuparon de
rechazar.
En la prisión no
tardó en enfermarse. Se contagió fiebre tifoidea. Pero fue la tuberculosis la
que terminó de minar su organismo. Transcurrió su dolencia en la enfermería de
un penal, en la que faltaban hasta los insumos más elementales para
suministrarle un tratamiento.
Mientras atravesaba
esos padeceres algunos franquistas lo presionaban de continuo para que se
mostrara “arrepentido” y conseguir así mejor trato y hasta su libertad. No
claudicó ante ellos y preservó así su libertad interior y sus ideas.
En las cárceles
prosiguió con su escritura, sobre todo antes de que su enfermedad se agravase
en extremo. De su etapa en prisión datan parte de los poemas recogidos en su
libro Cancionero y romancero de ausencias y sus últimos poemas, no reunidos en
un volumen.
Al compás del
encierro sus versos retomaron una veta más intimista, sin excluir la protesta
contra sus carceleros. Ejemplo de este período es uno de sus poemas más
famosos, titulado “Antes del odio”, cruzado por el encierro y el amor a su
mujer. Vale la pena transcribir su estrofa final:
No, no hay cárcel para el hombre.
No podrán atarme,
no.
Este mundo de
cadenas
me es pequeño y
exterior.
¿Quién encierra una
sonrisa?
¿Quién amuralla una
voz?
A lo lejos tú, más
sola
que la muerte, la
una y yo.
A lo lejos tú,
sintiendo
en tus brazos mi
prisión,
en tus brazos donde
late
la libertad de los
dos.
Libre soy. Siénteme
libre.
Sólo por amor.
Entre sus
sufrimientos estuvo el de enterarse que su esposa y su hijo estaban sumidos en
la miseria, mientras que desde su encierro él no podía auxiliarlos. Sólo tenían
cebolla y pan para comer. Su respuesta fue una vez más la escritura poética.
Escribió los bellos y doloridos versos de “Nanas de la cebolla”, de los cuales
reproducimos algunos:
La cebolla es
escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus
días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y
escarcha
grande y redonda.
En la cuna del
hambre
mi niño estaba.
Con sangre de
cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de
azúcar,
cebolla y hambre.
Su muerte fue un crimen, su poesía habita hasta los taxis de
Cuba
La enfermedad de
sus pulmones lo llevaría a la muerte, la que sobrevino el 28 de marzo de 1942,
en la prisión de Alicante. El poeta tenía 31 años. Lo sobrevivían su esposa
Josefina, su hijo Manuel y una obra que lo colocó entre los más destacados
poetas españoles de su generación y de todo el siglo XX.
Su prematura
muerte, directo resultado de los malos tratos que se le infligieron,
constituye, junto con el de Federico García Lorca, uno de los asesinatos de
grandes poetas cometidos por el franquismo. El de Federico fue a mano armada,
el de Miguel por la vía apenas más solapada del maltrato, la tortura y el
abandono.
El pueblo español
se vio privado de su poesía durante el franquismo, que lo repelía por “rojo”,
luchar por la República y generar una poesía incompatible con los objetivos de
la dictadura. Recién en 1949, previa censura, fue editado en la península El
rayo que no cesa. La mencionada Antología de Losada fue prohibida para circular
en toda España, sobre todo a raíz de que incluía el poema militante Viento del
pueblo.
Nada de eso
menoscabó en lo más mínimo la valoración y difusión de la poesía hernandiana
dentro y fuera de España. Un significativo ejemplo al respecto: Se dice que muchos
taxistas de La Habana, Cuba, saben de memoria algunos de sus poemas, gracias a la
sostenida presencia de las composiciones de Hernández en las escuelas de la
isla.
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