ESPAÑA, ESTERCOLERO DE CULTURAS
DAVID TORRES
En su cuenta de twitter Rocío De Meer se proclama orgullosa de todos los que limpian piscinas y votan a Vox, de la España que madruga y la España del pladur, de las manos encallecidas y los corazones limpios. Es pasmosa la facilidad con que la ultraderecha se ha apropiado de los símbolos tradicionales de los trabajadores: desde la ruina generalizada de la conciencia de clase, los señoritos de toda la vida son los únicos que saben lo que son, pero aún así rebañan las migajas de los parias de la tierra y salen a montar caceroladas sin que se les fundan los cables. En esta continua fiesta del travestismo político, no sólo son capaces de hacer pasar la mercromina por sangre o un Swatch por un Rólex, sino también de identificarse con ciertos detalles -los madrugones, el pladur, los callos, las cacerolas- que siempre les han dado un asco universal. Es como si el señorito Iván, después de pegarle dos tiros a la milana de Azarías, se pusiera a cuatro patas a olisquear el terreno y quitarle protagonismo a Paco, el Bajo.
En su entusiasmo
por probarse uno por uno todos los disfraces de la tienda (empleada del hogar,
limpiadora de piscinas, cajera de supermercado, mártir portátil), Rocío De Meer
no suele presumir del que mejor le sienta: el de nazi cinco estrellas. A la
buena mujer no le falta de nada para completar el uniforme de las SS, desde
convocar a los militares a un golpe de estado a compartir videos de propaganda
racista de la ultraderecha polaca, sin olvidar sus aseveraciones de que las
feministas no son mujeres o de que la peor discriminación que hay en España son
los cien mil niños a los que no les dejan nacer porque miden sólo unos
milímetros.
En el mismo mercadillo
intelectual donde un feto de varias semanas viene a ser lo mismo que un niño en
miniatura, De Meer ha encontrado otro viejo filón ideológico del fascismo: el
de los millonarios de izquierdas (antes los llamaban "judíos" o
"masones") que pretenden condenar a la gente humilde a vivir en
estercoleros multiculturales. Se trata de un torpe cambalache que intenta
camuflar la xenofobia bajo el ropaje de los usos y costumbres, aunque esté más
que demostrado que no existe ninguna relación directa entre la inmigración y
las estadísticas criminales. Sin embargo, para quienes tanto alardean de
españolismo y de identidad cultural, resulta francamente penoso que desconozcan
el hecho de que España, como producto histórico, es una suma de culturas, un
perro de mil leches que mezcla la sangre íbera con la celta, la griega con la
romana, la visigoda con la árabe, la hebrea con la cristiana.
La
multiculturalidad que tanto repugna a la limpiadora de piscinas de Vox es
precisamente lo que hizo posible el legado inmenso de nuestro Siglo de Oro, el
Lazarillo y el Quijote, las jarchas y los cantares de gesta, la Escuela de
Traductores de Toledo y la Universidad de Salamanca, la enciclopedia de
Averroes y los descubrimientos de Miguel Servet, la Alhambra y la Mezquita de
Córdoba. Probablemente Rocío De Meer lo desconozca, pero el estiércol tiene
propiedades muy útiles en lo que se refiere al abono de la tierra. Sin el
mestizaje, sin el laborioso cóctel de religiones, culturas y razas que abonaron
la península ibérica (y muy especialmente los ocho siglos de influencia
islámica) serían impensables logros tan netamente hispánicos como el arte
mudéjar, la poesía de Lorca o la música flamenca. Pero qué se puede esperar de
una gente que ni siquiera sabe que está invocando a Alá cuando grita
"Olé" en una corrida de toros.
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