"NOS DEJARON EL MUERTO" DE VICTOR RAMIREZ: UN DIAMANTE EN BRUTO
POR JOSÉ LUIS GALLARDO
CON el lenguaje no se juega;
mejor dicho, se puede jugar... pero su juego es trágico. Víctor Ramírez con
esta novela nos demuestra que el lenguaje, lo que se dice la lengua común con
la que todos nos entendemos, es como un carretón que cuando se suelta cuesta
abajo y coge velocidad -como el carrito con el niño inválido y tolete absoluto
dentro, al que Máximo Florián en un descuido quitó el freno en la pendiente de
la calle Doctor Chil- ya no se detiene hasta que se dé el toletaza con
cualquier furgón que asome por el cruce de los Reyes Católicos.
Víctor
Ramírez no ha hecho otra cosa, no se ha andado con melindres. Es lo que siempre
-de resultas- hace. Agarra y pega a escribir y la escritura se enracima como
una enredadera. Mientras haya agua y sol, tierra para echar raíces y muro donde
agarrar, crece y crece sin parar. Pero, ¡cuidado!, en este mar de hojas
encrespadas muchos -los más- naufragan, y pocos, muy pocos -¡tan pocos que se
pueden contar con los dedos de una mano!- consiguen llegar a buen puerto.
Nuestro cantor del Risco tiene
una brújula singular. Para él no hay cuidado de perderse. Como se dice de los
indios de la pradera, pega el oído al habla de la calle y escucha el
"ruido de los cascos de los caballos que el blanco imprudentemente espolea
creyendo que el indio es tonto y no se da cuenta".
El
autor de "Bala de goma" cuando se pone a escribir se olvida del mundo
para no acordarse más que del lenguaje. Éste es como una gran memoria donde
cada cosa tiene su adecuado lugar, cuando no varios a la vez o varias cosas un
mismo sitio.
El
lenguaje es un fenómeno cultural e histórico, de eso no cabe duda, pero también
quizá -¡tal es la fuerza de su uso!- de todas las instituciones sociales la del
lenguaje ha llegado a constituirse en parte de la herencia biológica del
hombre, de tal forma que se podría decir que el propio hombre (el sujeto) no
sólo no existe fuera de él. sino que más bien es su producto. Ser primero su
siervo para mejor ser su dueño, ése es el secreto que Víctor Ramírez -con muy
pocos escritores más- comparte.
La novela comienza con un
acontecimiento en una situación concreta pero en tiempo indefinido. Un «Nos»
plural compromete de un solo golpe a lector, narrador y lo narrado.
En
la rotundidad de «Nos dejaron el muerto un sábado a mediodía» se condensa gran
parte de lo que vendrá después. El autor impone así su marca. Por lo que
respecta a elementos estructurales, se muestra muy parco -se podría hablar aquí
de un arte «povera»- pero, eso sí, les saca hasta lo máximo el jugo.
Contrariamente a lo que ocurre
con la novela picaresca -con la que "Nos dejaron..." tiene algunos y
significativos puntos de contacto- el narrador ramireziano casi no tiene
protagonismo, es algo más bien difuso. Permanece por lo común pegado a la
"estera de palma amarillentara" donde convalece del misterio de una
supuesta enfermedad ("lo mío") sobre la que no poseemos sino algún
que otro indicio.
No
obstante, como indica Francisco Rico de Lazarillo (en "La novela picaresca
y el punto de vista"), un punto de vista singular selecciona la materia,
fija la estructura, decide la técnica narrativa, preside el estilo, y
viceversa. En otra cosa (aparte, por supuesto, del lenguaje) también se aleja
Víctor Ramírez del Lazarillo.
Según explica el mismo Francisco
Rico, todos los elementos de la famosa novela anónima del siglo XVI son
solidarios entre sí y los unos aparecen como figuras de los otros, tal como
ocurre con la caja china -continúa- que encierra en su interior muchas otras
cajas simétricas, cada vez de menor tamaño.
En
"Nos dejaron... " el crecimiento se manifiesta vegetal y por tanto
asimétrico. Los episodios -si se pueden llamar así- se suceden por contigüedad,
quizás orientados por un parentesco lejano, presente sólo en el inconsciente
del narrador.
Una última confrontación -en esta
reseña de urgencia- con la novela más popular de toda la literatura española
nos lleva derecho al contenido. Siempre según el profesor Rico, el Lazarillo,
debido a la pluralidad de significados, la ambigüedad y la ironía (sin
descartar el humor, que igualmente abunda en "Nos dejaron...")
segrega un resto de escepticismo sobre las posibilidades humanas de conocer la
realidad (Cervantes -cita Rico- diría: "Saber la verdad segura, y presto).
El
«yo» del narrador en Víctor Ramírez, en cambio, se reserva para sí una
"sabiduría» (por lo mismo que más que protagonista es observador,
refugiado o parapetado en «lo mío») que supone una distancia comprometida con
lo real. La ausencia de narratario (destinatario de la narración) bien
definido, señala la diferencia principal con Lázaro (en "Nos
dejaron..." el protagonista no tiene nombre).
El protagonista del Lazarillo sí
apela constantemente al destinatario (de ahí la figuración epistolar. La
epístola es ya la mitad de un coloquio, recuerda Rico). El punto de vista (la
perspectiva) del narrador en Víctor Ramírez es más una coartada que una toma de
posición.
Su
«yo» -repito- se escuda de continuo en la enfermedad ("lo mío") para
justificar la marginación: "Me asomaba en la puerta que separaba los dos
patios de recreo, yo no podía jugar bruto, y cuando alcanzaba a distinguir a
uno de ellos sentía una rara emoción aquí, en lo alto del pecho» (Pág. 26, el
subrayado es mío).
No puedo aquí extenderme más.
Sólo señalar que hacia el final la novela, un poco, decae. Da la sensación de
que el autor tiene prisa por acabar. Afloran algunas incongruencias y episodios
forzados.
Eso
-de todas formas- no resta méritos a esta magistral hechura de lenguaje que
demuestra que basta un solo motivo ("Nos dejaron el muerto»), un solo
espacio ("el portón" y el barrio que lo alberga) y un narrador
avisado, para darnos una radiografía válida del mundo. Y no es que haya exceso
de personajes, lo que abundan son eso: nombres. Podría estar más elaborada,
pero no añadiría demasiado a sus grandes méritos intrínsecos.
Se confirma -con esta que
llamamos novela sin más- que estamos ante un narrador valiente y arriesgado en
primerísima línea de los de Lengua española. Es por eso que hablamos de
"diamante en bruto": vale más esto que una falsa joya. Cuestión de
pulirlo un poco, no más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario