jueves, 5 de diciembre de 2019

"NOS DEJARON EL MUERTO" DE VICTOR RAMIREZ: UN DIAMANTE EN BRUTO



"NOS DEJARON EL MUERTO" DE VICTOR RAMIREZ: UN  DIAMANTE EN BRUTO
POR JOSÉ LUIS GALLARDO
CON el lenguaje no se juega; mejor dicho, se puede jugar... pero su juego es trágico. Víctor Ramírez con esta novela nos demuestra que el lenguaje, lo que se dice la lengua común con la que todos nos entendemos, es como un carretón que cuando se suelta cuesta abajo y coge velocidad -como el carrito con el niño inválido y tolete absoluto dentro, al que Máximo Florián en un descuido quitó el freno en la pendiente de la calle Doctor Chil- ya no se detiene hasta que se dé el toletaza con cualquier furgón que asome por el cruce de los Reyes Católicos.

         Víctor Ramírez no ha hecho otra cosa, no se ha andado con melindres. Es lo que siempre -de resultas- hace. Agarra y pega a escribir y la escritura se enracima como una enredadera. Mientras haya agua y sol, tierra para echar raíces y muro donde agarrar, crece y crece sin parar. Pero, ¡cuidado!, en este mar de hojas encrespadas muchos -los más- naufragan, y pocos, muy pocos -¡tan pocos que se pueden contar con los dedos de una mano!- consiguen llegar a buen puerto.


Nuestro cantor del Risco tiene una brújula singular. Para él no hay cuidado de perderse. Como se dice de los indios de la pradera, pega el oído al habla de la calle y escucha el "ruido de los cascos de los caballos que el blanco imprudentemente espolea creyendo que el indio es tonto y no se da cuenta".
         El autor de "Bala de goma" cuando se pone a escribir se olvida del mundo para no acordarse más que del lenguaje. Éste es como una gran memoria donde cada cosa tiene su adecuado lugar, cuando no varios a la vez o varias cosas un mismo sitio.
         El lenguaje es un fenómeno cultural e histórico, de eso no cabe duda, pero también quizá -¡tal es la fuerza de su uso!- de todas las instituciones sociales la del lenguaje ha llegado a constituirse en parte de la herencia biológica del hombre, de tal forma que se podría decir que el propio hombre (el sujeto) no sólo no existe fuera de él. sino que más bien es su producto. Ser primero su siervo para mejor ser su dueño, ése es el secreto que Víctor Ramírez -con muy pocos escritores más- comparte.

La novela comienza con un acontecimiento en una situación concreta pero en tiempo indefinido. Un «Nos» plural compromete de un solo golpe a lector, narrador y lo narrado.
         En la rotundidad de «Nos dejaron el muerto un sábado a mediodía» se condensa gran parte de lo que vendrá después. El autor impone así su marca. Por lo que respecta a elementos estructurales, se muestra muy parco -se podría hablar aquí de un arte «povera»- pero, eso sí, les saca hasta lo máximo el jugo.

Contrariamente a lo que ocurre con la novela picaresca -con la que "Nos dejaron..." tiene algunos y significativos puntos de contacto- el narrador ramireziano casi no tiene protagonismo, es algo más bien difuso. Permanece por lo común pegado a la "estera de palma amarillentara" donde convalece del misterio de una supuesta enfermedad ("lo mío") sobre la que no poseemos sino algún que otro indicio.
         No obstante, como indica Francisco Rico de Lazarillo (en "La novela picaresca y el punto de vista"), un punto de vista singular selecciona la materia, fija la estructura, decide la técnica narrativa, preside el estilo, y viceversa. En otra cosa (aparte, por supuesto, del lenguaje) también se aleja Víctor Ramírez del Lazarillo.
Según explica el mismo Francisco Rico, todos los elementos de la famosa novela anónima del siglo XVI son solidarios entre sí y los unos aparecen como figuras de los otros, tal como ocurre con la caja china -continúa- que encierra en su interior muchas otras cajas simétricas, cada vez de menor tamaño.
         En "Nos dejaron... " el crecimiento se manifiesta vegetal y por tanto asimétrico. Los episodios -si se pueden llamar así- se suceden por contigüedad, quizás orientados por un parentesco lejano, presente sólo en el inconsciente del narrador.

Una última confrontación -en esta reseña de urgencia- con la novela más popular de toda la literatura española nos lleva derecho al contenido. Siempre según el profesor Rico, el Lazarillo, debido a la pluralidad de significados, la ambigüedad y la ironía (sin descartar el humor, que igualmente abunda en "Nos dejaron...") segrega un resto de escepticismo sobre las posibilidades humanas de conocer la realidad (Cervantes -cita Rico- diría: "Saber la verdad segura, y presto).
         El «yo» del narrador en Víctor Ramírez, en cambio, se reserva para sí una "sabiduría» (por lo mismo que más que protagonista es observador, refugiado o parapetado en «lo mío») que supone una distancia comprometida con lo real. La ausencia de narratario (destinatario de la narración) bien definido, señala la diferencia principal con Lázaro (en "Nos dejaron..." el protagonista no tiene nombre).

El protagonista del Lazarillo sí apela constantemente al destinatario (de ahí la figuración epistolar. La epístola es ya la mitad de un coloquio, recuerda Rico). El punto de vista (la perspectiva) del narrador en Víctor Ramírez es más una coartada que una toma de posición.
         Su «yo» -repito- se escuda de continuo en la enfermedad ("lo mío") para justificar la marginación: "Me asomaba en la puerta que separaba los dos patios de recreo, yo no podía jugar bruto, y cuando alcanzaba a distinguir a uno de ellos sentía una rara emoción aquí, en lo alto del pecho» (Pág. 26, el subrayado es mío).

No puedo aquí extenderme más. Sólo señalar que hacia el final la novela, un poco, decae. Da la sensación de que el autor tiene prisa por acabar. Afloran algunas incongruencias y episodios forzados.
         Eso -de todas formas- no resta méritos a esta magistral hechura de lenguaje que demuestra que basta un solo motivo ("Nos dejaron el muerto»), un solo espacio ("el portón" y el barrio que lo alberga) y un narrador avisado, para darnos una radiografía válida del mundo. Y no es que haya exceso de personajes, lo que abundan son eso: nombres. Podría estar más elaborada, pero no añadiría demasiado a sus grandes méritos intrínsecos.

Se confirma -con esta que llamamos novela sin más- que estamos ante un narrador valiente y arriesgado en primerísima línea de los de Lengua española. Es por eso que hablamos de "diamante en bruto": vale más esto que una falsa joya. Cuestión de pulirlo un poco, no más.

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