UNA ESCRITURA PARA
VÍCTOR RAMÍREZ
POR CARLOS PINTO GROTE
Conocerlo, sí lo conocía. Uno lee, pero, como los libros de los
compatriotas se reparten mal, pues no todo lo que había escrito Víctor me era
costumbre en la memoria que tengo, que no es mala.
Y cuando nos
encontramos, pues empezamos a decir cosas y resultó que Víctor Ramírez, el más
optimista de los dos -y miren que yo lo soy, aunque no tanto-, y yo estábamos
de acuerdo en mucho. Y así las cosas, vaso de vino va, vaso de vino viene, pues
entramos en confianza; estábamos más cerca de lo que creíamos en eso de que las
cosas van mal porque cuatro tiestos se empeñan en amargarnos la existencia, que
es buena si le quita uno las aulagas que se nos enredan en la lengua por mor de
no caer mal a los contertulios. Bueno, a mí sólo, porque a Víctor no se le
enredan ya. Y eso aprendí de él cuando prosiábamos en el Tecina de La Gomera.
A ti no te importará, Víctor, que yo coja tu lenguaje para escribirte;
pero, como me gustó tanto y a estas cosas les toma uno los güiros, pues se goza
intentando hacerlo como tú, que es más difícil que coger una misa tarde, cuando
ya pasó el cura el misal pa barlovento y ni con cinco linas la coges.
Déjame decirte entonces
que cuando principié a leer el libro que me regalaste ("De aquella zafra"), se me enyugó
el corazón como cuando uno come gofio en polvo y se te va por el camino viejo.
Y así estuve durante toda la lectura, recordando memoria de la inocencia, el
habla primeriza que yo perdí sin saber por qué. Así son las cosas, mi amigo. Y
haciendo un acto de contrición, a lo mejor ni me perdono el olvido y aquí lo
dejo, en el alma, como uno de los tantos pecados que en la vida cometemos.