MEDIOS MERCANTILES PARA
EMBRUTECER AL PUEBLO
FERNÁN MEDRANO
Las «narconovelas»,
las telenovelas (o «telebobelas») turcas, la sección de farándula de los
noticieros, la televisión chatarra y los programas de risas de los medios de
comunicación poderosos dan rabia, porque les hace falta rigor, calidad,
compromiso y pasión por la verdad, que dijo el filósofo mexicano Fernando Buen
Abad. Las cosas importantes de la sociedad las tratan con demasiada
mediocridad. Quizá pretenden trivializarlo todo para luego hacerlo trizas.
No pocas veces los medios comercializadores de
noticias suprimen la esencia para hinchar la apariencia de los hechos (algo
equiparable con la posverdad). Con frecuencia los comerciantes de la
información proveen verdades a medias, realidades fuera de contexto o
distorsionadas, o exprimen al extremo la tan cacareada equidistancia
periodística, que, como advierte el periodista español Pascual Serrano,
consiste en ponerles micrófonos a dos versiones enfrentadas, para ahorrar el esfuerzo
que exige la investigación de la autenticidad de los acontecimientos o
–sencillamente– para no granjearse enemigos y fingir equilibrio informativo.
Con todo eso, la equidistancia del periodismo no deja de ser una actitud de
gallina y mojigata.
Ya sabemos que una verdad mal divulgada,
retocada y manoseada corre el riesgo de convertirse en una falsificación de la
realidad; digo más, se convierte en una falsa noticia, sobre todo cuando se
ansía influir en la opinión pública y ganar audiencia. Ya sabemos que el deseo
de impactar y lograr la conversión de más seguidores, modelándolos para
determinados fines conlleva el peligro de tejer y difundir embustes. Quien se
aplica a la orfebrería del engaño se constituye en un embustero manipulador de
sucesos. El que deliberadamente repite mil veces una mentira es mil veces un
mentiroso.
Las enormes corporaciones mediáticas adquieren
cada vez más la misma forma y estilo de las fábricas de noticias falsas.
Sostienen abundantes puntos de comparación entre sí, dada la similitud
manifiesta entre lo que informan y el fenómeno de las noticias falsas,
comparable con los procedimientos usados por la comunicación estratégica de
guerra en la falsificación de los hechos objetivos, lo cual es semejante a las
mentiras encubiertas. Por ejemplo, los medios mexicanos transmitieron para el
mundo durante 16 horas la noticia de la niña Frida Sofía atrapada bajo
escombros que resultó falsa.
La razón de ser de cualquier empresa comercial
normal es la misma: producir, vender y obtener ganancias financieras a través
de la combinación de las más efectivas tácticas de mercadeo de su producto,
mercancía y/o servicio. Así también ocurre con la cadena de producción de la
mercancía informativa. La validez de la analogía tiene lugar toda vez que las
agencias distribuidoras de noticias fundaron el mercado de la información, y
son precisamente ellas las que atienden la demanda de los clientes. ¡Vaya
negocio redondo!
Los medios de comunicación mercantiles poseen
el desafío de abstraerse de la realidad planteada por el negocio de traficar
con noticias si no desean incurrir en el menoscabo de la veracidad de la
información. Personalmente, tengo la curiosidad de saber cómo ejercen su
compromiso con la verdad, pues no es fácil excluirse del envolvente círculo
vicioso de la narrativa engañosa, luego de que se ha entrado en ella.
En ese mismo orden de ideas, vale la pena
traer a cuento lo que el canal RCN obró con la memoria del asesinado periodista
y humorista colombiano Jaime Garzón. Lo que efectuó el canal no tiene nombre.
Conviene someter su producción a un examen de rigor, a fin de descartar una
posible revictimización de este hombre gigante. La vida de esta gran alma la
han reducido a menudencias. Presentí que la susodicha telenovela iba a estropear
tanto la memoria de Jaime como la mía, es decir, maltrataría la genialidad que
recuerdo de él, pues él vive en el corazón y el imaginario de las gentes.
A uno le duele la razón cuando mira ese
chambón producto televisivo que lo único que tiene de Jaime es su nombre; sufre
cantidad. La vida de Jaime merece otro epílogo, ya que él pensó el país y se
rió del poder en Colombia; y en un país intolerante eso es un peligro. El mejor
tributo que se le puede realizar a Jaime es honrarlo, especialmente ahora que
él mismo no puede defenderse.
Pero no. Ahí quedó pintada la industria de la
televisión residual. Es como si tuviera derechos, pero ningún deber. Su
responsabilidad social de honrar la verdad de los hechos sufre de desnutrición
crónica, en tanto que su libertinaje de expresión padece de obesidad mórbida.
La libertad de expresión no es un cheque en blanco. Nadie puede creerse con
salvoconducto para mentir.
La «elefantiasis» de los medios de
comunicación dominantes es espantosa. No deberían hacerse los de la vista gorda
delante de la voladura del tejido social, ni propiciarlo. Su libreto tiene que
ser algo más que distraer con rumores. El espacio de entretenimiento lo
rebajaron para hablar exclusivamente de los chismes de la farándula. El arte
también tiene derecho a la vida.
Tampoco nosotros podemos encogernos de hombros
ante la erosión social. El negocio de embrutecer a la gente merece el rechazo
social total.
Pongamos por caso
el fantasma de las series de televisión mexicanas que recorre América Latina.
Presentan a los padres como a unos malvados cuando ellos no les complacen a sus
hijos todos sus caprichos.
La enorme mayoría de los adolescentes adolecen
de las destrezas para tomar decisiones cruciales. A tan temprana edad muchos no
saben tomarlas todavía, porque no están lo suficientemente entrenados para
ello. Sé que hay personas que llaman experiencia a los 80 años de estar
repitiendo los mismos errores de toda la vida. Pareciera que la televisión
estimulara la mala crianza y tuviera el interés de hacer añicos el tejido
social.
Sería espléndido que sus actuaciones
desdijeran la idea de que los medios opulentos justifican el fin del tejido
social. Sería maravilloso que colaboraran en algo para que la sociedad no
continuara pudriéndose, revelando la verdad. Vamos a crear cultura entre todos
y para todos. Si hay un público exigente y formado con calidad, ganamos todos,
puesto que la calidad exige esmero, dedicación y persistencia, además de ser un
hábito, no un acto.
Despertemos la crítica, porque toda crítica
justa es solidaria, un acto humanitario, un gesto de generosidad cuando se
parte del principio de que el criticado cuenta con el talento de ser mejor y
ubicarse en otro nivel superior. Por eso, exijamos calidad y verdad. Ayudemos a
los medios de comunicación que no estén comprometidos con la verdad a que se
quiebren, no viéndolos, ni oyéndolos ni leyéndolos. Volvámosles la espalda a
sus chambonadas y el engaño. No más mentiras ni posverdad. ¡Basta ya de
manipulación y tergiversación
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