JM AIZPURUA
¿Pero por qué los
derechistas ponen mala cara? Salen sus líderes al estrado con cara de
agobiados, de encabronados, echando sapos y culebras, y mintiendo e insultando
a los asombrados miembros de la izquierda y nacionalistas periféricos. ¡Encima!
Pero si el
capitalismo ondea en su país, los obispos son los suyos, las empresas también,
y como cantaba Atahualpa; “las penas son de nosotros, las vaquillas son
ajenas”. ¿A qué viene esa cara de vinagre permanente y con los montapollos
naranja en plena actuación provocativa y victimista? No acabo de comprenderlo.
Los que, reine
quien reine, siempre estamos perseguidos y marcados vivimos muy felices y en
muchas chabolas he encontrado los valores humanos mejor vividos, con alegría en
medio de la necesidad apremiante. Con ellos he visto la auténtica generosidad.
Por ellos no se tensionan esos líderes avinagrados; otros son sus motivos.
Y debemos
plantearnos que, en esa actitud de tensión, es la guerra la conclusión.
La tensión
congresual, el ardor dialéctico insultante y zafio, traerá la consecuencia que
un fanático a la vista de otro fanático de signo contrario caerá en la agresión
y tendremos las primeras víctimas mortales. ¿Objetivo cumplido?
El mantener esa
postura derechista de a ver quién es más insultante e intransigente, es un
error mayúsculo en un Estado plural y plurinacional, con más de 3 millones de
parados y una inmensa deuda. Lo adecuado es una dirigencia tolerante y
negociadora para que nadie se sienta marginado. Parece sencillo pero la
corrupción y falta de talla de la dirigencia política no les permite
practicarlo en este país de Florentimo; que ni sabe poner un ladrillo ni
rematar un córner.
El Estado en los
últimos siglos siempre estuvo dividido por la mitad, una mitad con los
poseedores y la otra con los desposeídos. La derecha y la izquierda. Los azules
y los rojos. Los franquistas y antifranquistas. Los “constitucionalistas” y los
progresistas. Pero ahora en los tiempos de la transversalidad y la opinión
publicada y manipulada, las cosas se diluyen, las imágenes substituyen al
modelo, y la victoria electoral depende de cuestiones nimias que hacen a muchos
abjurar de sus posiciones ideológicas.
Los debates
congresuales no contribuyen a la formación ciudadana. Los actores partidistas,
repiten argumentarios prefabricados, llenos de mentiras e insultos al oponente.
Nadie sale convencido del nuevo camino que proponen, pues la victoria se mide
por las “zascas” (¿qué coño es eso?) que lanzó su candidato a diestro y
siniestro.
Un mal teatro, con
malos actores y actrices, con objetivo perverso de confundir y levantar la
falda de la contrincante, aplaudido con las orejas por únicamente los miembros
del partido entre los bostezos y faltas de educación del resto. ¡Patético!
Y ahora que el
congreso debería debatir e ilustrar al Pueblo, sobre Cataluña, calla, pues ya
el Poder decidió aplicar el tradicional método español de toga y palo, que le
llevó a perder Cuba, y Filipinas. No estamos en el buen camino. Cataluña, los
precarios, los jubilados, las mujeres, las empresas pequeñas, los parados y los
con mal trabajo, y Canarias, también Canarias, merecerían que desde el congreso
se hablase de lo suyo, y vieran los análisis y las ofertas que sobre ello
harían los partidos y se enriquecería su conocimiento político viendo caer
muchas caretas y carotas.
Pero eso sería la
Democracia y no la democracia78 que sufrimos sin consuelo
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