JM AIZPURUA
No sé a quién
darlas, si a Patricia o a mi paisano del Puerto, pero la entrada de los
cruceros ya no tiene la contaminación visual de las estructuras tétricas de las
torres metálicas móviles por las que entraban y que hacían a los turistas
asombrarse y romper con la buena imagen turística que Tenerife tiene por el
mundo. Es un gran arranque del cambio de las flores.
Pero las ratas
siguen por los contenedores, pocos y viejos, con la propaganda hablando del 5º
contenedor cuando en la mayoría de los lugares hay uno o dos y además en el 5º
coño. La limpieza urbana es algo pendiente y su tecnología no pasó de siglo.
Resucitar la
capital, es tarea ineludible para el nuevo consistorio, y deberá hacer una
trepanación al exalcalde que decía que tenía la ciudad en su cabeza. Cabezón si
era, pero nunca creí en ello. La realidad es que esta aglomeración de barrios,
40 según se dice, no merece el título de capital de Tenerife. Una gran
actuación urbanística está pendiente pero fuera del circuito habitual de
propietarios, y en la que expertos multidisciplinares extranjeros, de nivel
probado, no los cuñados de los de siempre, emprendan la reorientación de una
ciudad canaria para el mundo, con pretensiones de un punto de referencia del
turismo internacional.
Esto ya se ha
hecho, se está haciendo en otras tierras, y el cambio de ciclo del turismo lo
está haciendo inevitable. Caer en el balconing o la masificación de la
alpargata, es algo que no podría soportar Tenerife. Las Verónicas aterran al
turista clásico de la isla, y la falta de intervención y ordenamiento puede
llevar a la capital a repetir errores. ¿Recuerdan el turismo-diésel, aquel que
anda mucho y gasta poco?
La costa ha sido
asesinada, la corrupción resalta por todos lados, su estado mancilla el
recuerdo de Manrique, y los jóvenes actuales deben tener su recuperación como
uno de sus objetivos del milenio. Pero empezando ya.
Como conciliar
intereses isleños, es complicado, pero seguir los dictámenes de caciques y
comisionistas, inevitablemente nos lleva a matar la gallina de los huevos de
oro, lo mismo que ha sucedido en otros paraísos del turismo. ¿Hay tiempo aún?
La costa
capitaleña, arrebatada por intereses ajenos a su belleza y potencial, y en la
que ostenta plaza el terrible pajarraco fascista, agresivo e imponente, es una
aberración urbana que ningún técnico consideraría apropiada y en la que la
parcela petrolera tiene su punto de inflexión para una rehabilitación
pendiente. La desvergüenza increíble del exalcalde anunciaba la “rehabilitación
del Antiguo balneario como Centro de Salud y de actividades sociosanitarias”
sic. Este es el ejemplo del método seguido durante 20 años de coaligados; la
mentira y la improvisación. Desde el pajarraco a San Andrés, hay toda una costa
erosionada por el ladrillo, arrebatada a su natural espacio de disfrute visual,
invadida por tanques y artilugios particulares que roban a nativos y turistas
la belleza natural y la caricia de la ola. El Balnearios es una pieza más y no
puede tratarse individualmente sin considerar el conjunto.
La rotonda del
pajarraco, la rotonda de DISA y la rotonda de Valleseco son un todo que reclama
urgente intervención para mejorar el tráfico, suavizarlo (¿qué prisas hay?), y
permitir que, en sus aceras, convivan los deportes, los paseantes y los runners
(esos que corren como si les siguieran los grises de antes), ordenado y
adecuado para que los viejos y niños no estemos con el retrovisor puesto para
evitar que un cacharro nos atropelle.
Si el equipo de
Patricia no coge el reto de las flores como algo urgente y transformador, los
días de la capital están contados y su declive ya será inexorable. Reúna
expertos, haga mesas de brainstorming, haga lo que sea, pero nada de lo que
antes se hizo o volverá a suceder lo mismo: el declive de la capital y el
enriquecimiento de los sobrecogedores.
Pasear, correr, o
simplemente estar, entre la Candelaria y San Andrés, debe ser un privilegio de
chicharrero, algo que nos regaló la naturaleza y que nos arrebataron los
cuatreros, que son más de 4 y quizás 20. Viendo el estado de esa costa antes de
su intervención; da pena. Y sentirse encajonado en El Toscal, oyendo y oliendo
el mar paro viendo ladrillo sobredimensionado; es un delito.
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