CASSIUS CLAY
GERARDO TECÉ
Caminaba con
dificultades y sin convencimiento, pero caminaba. Imagino que, en un día
caluroso como ese y sin un alma por las calles de la ciudad vacía, caminaba por
el único motivo realmente importante: porque caminar es estar vivo aún. Andar
es de las primeras libertades que te regala la vida siendo un bebé y de las
últimas que quieres que te quite cuando ya no lo eres. Doña Agustina, qué bien
estaba… Pero se le partió la cadera y, de ahí, al hoyo. No es casualidad que, para
los presos, sea un premio salir al patio a mover las piernas y una condena las
horas de celda. De hecho, el castigo final de estar encerrado no es otro que el
de no poder caminar hacia ningún sitio.
A veces nos movemos
por necesidad. El ser humano se juega la vida saltándose una valla con pinchos
o cruzando un mar. Lo hace por hambre o por miedo a morir en la otra orilla. A
veces nos movemos por trabajo, para ir a una cita o practicar deporte. Y a
veces, las menos, pero las más preciosas, como la de la imagen, nos movemos
porque podemos hacerlo. Porque estamos aquí. En la élite de la reivindicación
de moverse, encontramos a quienes --con dos piernas, una garrota o una silla de
ruedas-- simplemente pasean. Pasear no es desplazarse andando al trabajo, ni es
caminar diez kilómetros diarios porque el médico te metió el miedo en el
cuerpo. No. Es fácil identificar a un paseante por la calle. Cuando alguien que
camina lo hace con los brazos entrelazados a la espalda, está paseando. Esos
brazos agarrados atrás son una bandera blanca que le dice al mundo y a uno
mismo que no está yendo a trabajar, ni está moviendo las piernas chantajeado
por el doctor Martínez. Lo hace porque es libre de hacerlo. Porque puede.
También porque caminar es un bien a derrochar, un bien a usar sin que produzca
riqueza de ningún tipo, ni económica ni para la salud. Cuando uno pasea reduce
la velocidad. Quienes le pitan al adelantarlo por la acera no saben del peligro
que corren. Están ante una especie de terrorista, alguien que, entre todo el
jaleo, decide reivindicarse en huelga de obligaciones, es decir, en libertad.
Quienes pasean le bailan, como Cassius Clay sobre el ring, a un sistema que los
espera encontrar corriendo, produciendo. Quienes pasean intentan dejar KO a
todo eso.
Moverse de un punto
a otro es, como el agua, un bien universal a reivindicar y defender hoy que
sabemos que nada es seguro, que todo nos lo pueden acabar quitando cuatro
psicópatas que ya inventarán algo para prohibirlo o para que paguemos. Los
paseantes le cuestan tropecientos millones de euros al año a la economía
española, denunciarán la CEOE y el Banco de España. Si en vez de pasear
caminaran con atención, se evitarían accidentes que le cuestan cachocientos mil
euros mensuales al pobre contribuyente. Y entonces, los policías, ocupados hoy
con los que se movieron hasta aquí para sobrevivir vendiendo bolsos y camisetas
en una manta en el suelo, girarán la cabeza y se centrarán en los paseantes, en
los Muhammad Ali. Documentación, caballero, esta velocidad y esas manos en la
espalda, ¿a qué se deben? Tengo una contractura, señor agente, mentiremos. ¿Y a
dónde va? A producir, señor, le mentiremos de nuevo. Pues échese a un lado para
caminar, es usted peligroso para el resto. Por supuesto, le diremos, y nos
alejaremos a un ritmo desesperante, insostenible económicamente según todos los
organismos internacionales, deteniéndonos a observar a una paloma que ha
encontrado algo de pan en la acera.
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