CUANDO LOS RICOS SÍ PUEDEN
CONTAMINAR
PASCUAL SERRANO
La propuesta de los
socialdemócratas alemanes y Los Verdes, apoyada también por sectores de la
Unión Cristianodemócrata de Angela Merkel, de subir el IVA a la carne del 7% al
19% para que se reduzca su consumo por razones ecológicas nos da pie a una
importante reflexión. Si observamos bien, está siendo recurrente en el
capitalismo acudir al sistema impositivo como mecanismo de protección
medioambiental: subir impuestos a la gasolina, pagar por las bolsas de
plástico...
Esa política
aparenta ser progresista y, por supuesto, plausible desde el punto de visto
ecológico, pero olvidamos que, en esencia, se trata de iniciativas que, una vez
más, se basan en permitir que quienes tengan dinero puedan hacer algo
(contaminar) que no pueden hacer los que no lo tengan. Los ricos son los que
pueden tener grandes coches que emitan muchos gases, despilfarrar el plástico
que consideren y, por supuesto, comerse los chuletones que ahora quieren
encarecer. Para los no pudientes todo eso se ha acabado.
Es como si las
emisiones de contaminantes de los coches ya no lo fueran tanto después de haber
pagado impuestos, o las bolsas de plástico no hicieran daño en nuestros mares
si proceden de un adinerado que pagó por ellas. O si contribuyéramos mejor al
hambre del mundo impidiendo que los pobres comieran pollos aumentando el IVA
mientras los ricos pueden seguir comiendo langosta en un restaurante. No, eso no
es ecologismo, es más capitalismo y desigualdad social.
Se me podrá
argumentar que con este sistema impositivo se reduce el consumo y la
contaminación, por tanto, es indiscutible al eficacia de la medida. Pero se
trata de una reducción clasista, algo que se nos olvida al llevar años inmersos
en un sistema que establece las medidas coercitivas y punitivas mediante dinero
y, por tanto, desiguales porque dependen mucho del dinero del que uno disponga:
no es lo mismo una multa de 200 euros para un desempleado que para un banquero.
El mantra de las
libertades individuales impuesto por la mentalidad neoliberal ha logrado
consolidar la idea de que no hay que prohibir nada, basta con la imposición
fiscal, que es algo así como prohibir solo para los pobres y permitir que
puedan seguir haciendo los ricos. Si de verdad necesitamos disminuir la
emisiones de gases contaminantes, el uso de plásticos o el consumo de carne
habría que establecer regulaciones no clasistas. Es decir, prohibir en
determinadas circunstancias o permitir solo en casos excepcionales. Pero para
todos, no solo para los que no tengan dinero para el impuesto. Nadie puede
pensar que sea razonable que si pagas puedas matar especies protegidas, talar
árboles centenarios o verter tu basura a los ríos.
Las medidas que
sean necesarias deben imponerse sin diferenciación del bolsillo de los
ciudadanos. Un ejemplo, en Cuba el consumo de carne de res está limitada,
prácticamente prohibida en el mercado libre. La razón es sencilla, no disponen
de grandes extensiones de tierra para esa ganadería y la producción es poca. El
mercado lo hubiera resuelto como lo hace siempre, subiría el precio y solo los
ricos comerían esa carne, sin embargo, el Estado cubano ha considerado que no
deber ser ese el criterio. Debe haber un sector ganadero mínimo para producir
leche para distribuir gratuitamente a los niños evitando que esas vacas se las
coman los ricos. Y se debe reservar la poca producción a enfermos, ancianos o
sectores que, según criterios médicos deben alimentarse con carne de res.
Nuestra visión
neoliberal dirá que se trata de una prohibición dictatorial, qué barbaridad
prohibir comer carne de vaca y sancionar a quien lo haga. Cuando en realidad es
aplicar criterios sociales y humanos en lugar de criterios de poder
adquisitivo, algo que ya nos resulta muy ajeno en nuestras sociedades
impregnadas de un clasismo que dice quién puede viajar, quién puede comer qué
productos, quién puede bañarse en la playa o quién puede respirar aire puro.
Olvidamos que en el
capitalismo las prohibiciones son constantes cuando no se dispone de dinero,
pero ya se puede presentar como libertad. Y así, en nombre de buenas
intenciones, logran imponer prohibiciones para los pobres y privilegios para
los ricos
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