AYUSO, LA PRIMERA EN
LA ENTREPIERNA
MARTA NEBOT
¡Qué difícil ser
mujer e ir de moderna y estar en su piel, presidenta! No le envidio la posición
y –lo que es más significativo– probablemente, en la intimidad, ni siquiera le
envidien sus dos antecesoras (Cifuentes y Aguirre), a pesar de sus banquillos
inminentes.
¿Cómo se le quedó
el cuerpo cuando después de cuadrar la curvatura del círculo, pocos días antes
en su discurso de investidura (defendiendo a las mujeres sin reconocer la
“violencia machista”), el fuego amigo de Pedro J. Ramírez la tiró de ese
caballo, nada más empezar, de una patada obscena? (enlace a la noticia).
Me veo obligada a
recordarle que en aquel alegato usted llegó a afirmar que «los problemas de las
mujeres de España hoy son prácticamente los mismos que los de los hombres» y
no, presidenta y, por si no lo veía claro, aquí tiene a su Pedro J.
Le confieso que me
pensé mucho si escribir esta columna porque con este título puede interpretarse
que doy cuerda a los que han sido con usted tan machistas pero, finalmente, han
pesado más que el miedo a no quedar bien las ganas de hablar de feminismo a
través de esta anécdota tan sintomática.
Para empezar
reconoceré que ningún hombre sabe que los vestidos como ése, de tejidos
vaporosos cerrados por botones, juegan malas pasadas y pueden enseñar lo que no
deben cuando una cruza las piernas o cuando el viento sopla. Ningún hombre,
sabiendo eso o no, piensa que si eso le ocurriera, si –por poner un símil– se
olvidara de abrocharse la bragueta, eso podría convertirse en noticia y en
viral. Y tienen razón, presidenta, porque esas cosas a ellos no les pasan.
Yo he llegado a
entrevistar por televisión a la segunda autoridad del país en esas
circunstancias y me he encargado de que no saliera en plano el asunto y ni
siquiera se lo comenté después, para no hacerle pasar una vergüenza
innecesaria; seguro que no soy la única que ha hecho cosas como ésa.
Y más allá de eso,
es triste ver al PP haciéndose el loco sobre la violencia de género cuando
firmó un pacto de estado contra esta lacra estando en Moncloa, hace menos de
dos años. Es más triste todavía ver a una mujer siendo la encargada de defender
lo indefendible para cualquier feminista y sintomático que sea el fuego amigo
el que le propine el primer ataque machista. Por más que usted lo intentara,
presidenta, no es machista decirle a alguien que se le habla despacio después
de que haya leído un discurso sílaba a sílaba. Se llamo sarcasmo, venga de
quien venga.
La semana pasada le
dedique una columna a su flamante nueva Consejería de Interior, Justicia y
Víctimas del Terrorismo, afeándole que dedique tantos recursos a luchar contra
un terrorismo que ya no mata, mientras el terrorismo machista ha matado cuatro
veces más en los últimos veinte años y es una lacra que no cesa. Montar esa
Consejería mientras destierra de su vocabulario el término “violencia machista”
es una contradicción de tamaño abismal: hoy las víctimas del terrorismo diario
son víctimas del terrorismo que ustedes niegan.
Cuando las feministas
recordamos que contra el terrorismo a secas se invierten entre 4.000–6000
millones de euros al año desde 2004, mientras que contra el terrorismo machista
solo 200 –y a regañadientes– desde hace año y medio, no lo hacemos pidiendo un
guardia en la puerta de cada mujer en peligro. Seguramente, ni con eso habría
dinero para protegernos a todas 24 horas al día. Lo que necesitamos es cambiar
culturas, cambiar cabezas; porque lo que nos ocurre a las mujeres no es fruto
de una plaga divina. Es el resultado de una idea de la masculinidad y de la
feminidad que es más que dañina. Las teóricas hablan de la “cultura de la
violación” como el origen de estas horribles cifras: 1015 asesinadas –desde que
se cuentan–, cientos de miles de maltratadas y la agresión sexual como el
delito más cometido y el que más creció el año pasado, solo en España. En
nuestro país se produce una violación cada 5 horas; de las agresiones menos
profundas no hay estadística tan precisa (ataques verbales, ninguneos de
nuestros argumentos, paternalismos que nos desprecian solo por poder llevar
falda, exámenes de imagen imposibles, etc, etc). Si sumamos agresiones como la
que acaba de sufrir usted, nos van a faltar horas y todo eso no viene de la
nada, no es que esté en el aire: hay una cultura establecida de la que emanan
todas esas conductas.
Y no, no se trata
de combatir a los hombres, presidenta, como usted tan bien dijo desde la
tribuna, se trata de combatir a un tipo de hombre muy concreto, a una
masculinidad vieja, que todavía es la que impera, y que cree en la superioridad
del hombre. No se olvide de que l@s feministas también peleamos por la
liberación de los maltratadores de si mismos, de esa masculinidad tan dañina
para víctimas como para verdugos.
El otro día me tocó
debatir en televisión con Arévalo sobre los Bertines Osborne de la vida. Bertín
Osborne, el original, afirmó recientemente en una entrevista –para quien no se
acuerde– que “el feminismo en España ahora mismo no tiene sentido”, que las
mujeres ya tenemos todos los derechos que nos hacen falta y que si alguna
quiere luchar por derechos para las mujeres que se vaya a “Irán o a Kuwait”,
países en los que se “lapidan a las mujeres y las hacen ir con un saco”.
Arévalo decía para
defender a su amigo: “Bertín, está súper a favor de la mujer” y, sobre la
violencia de género, es que “los celos” los vuelven locos. Por aclarar una vez
más los términos, Bertines Osborne de la vida, no se puede estar a favor de la
mujer y en contra del feminismo. Para que lo entiendan, es como pretender ser
de Real Madrid y estar en contra del madridismo.
Y, voy a decir más,
ya que estamos: estoy muy a favor de denunciar los excesos del feminismo,
porque reconozco hay excesos feministas que no me gustan. Creo que ser capaces
de hacer la autocrítica más honesta es nuestro deber para preservar este
movimiento tan valioso. Morgan Freeman y Geoffrey Rush, por poner los dos
ejemplos más recientes, fueron acusados falsamente y ganaron sus batallas
mediáticas y en los tribunales y todas deberíamos recordarlo.
Y sobre los hombres
feministas también quiero aprovechar para decir algo más: les pondré todos los
monumentos que pueda porque trato de criarlos, de cuidarlos y de amarlos con
todas mis fuerzas y ellos me acompañan, me quieren bien y deseo que me amen de
la misma manera que yo les amo.
Y me despido
volviendo al principio: la primera ha sido en la entrepierna, presidenta, y no
me alegro, de verdad que no me alegro. Solo espero que eso y todos los datos le
ayuden a reflexionar. El maltrato a las mujeres, incluido el que le ha tocado a
usted –que no deja de ser un maltrato más– es fruto de una idea errónea y vieja
de la masculinidad, que tampoco les beneficia a ellos y de la que ya,
afortunadamente, muchos reniegan. El machismo no es una plaga divina, es el fruto
de una cultura que hay que cambiar y que entre sus filas, a ratos, apesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario