UNA MINISTRA, UNA ONG Y
MUCHOS MUERTOS
JOAQUÍN URÍAS
Empezamos a
acostumbrarnos al triste espectáculo de barcos de salvamento cargados de
náufragos africanos y asiáticos deambulando durante semanas por el Mediterráneo
en busca de un lugar donde desembarcar. Los últimos han sido el Open Arms y el
Ocean Viking, pero antes vinieron el Aquarius, el Sea Watch y otros. Si esta
situación se repite tanto es porque está claro que tenemos un problema
humanitario mal resuelto. De eso no cabe duda. En lo que hay menos consenso
social es en identificar cuál es ese problema y cómo debe abordarse.
La confusión sobre
las causas de este recurrente esperpento, a costa de la vida y la salud de los
náufragos, parece convenir a muchos. Sobre todo a los gobiernos europeos que
intentan hacer recaer las culpas sobre las organizaciones humanitarias que los
rescatan en el mar. La ultraderecha italiana y española las acusa directamente
de colaborar con mafias de la inmigración y formar parte de un entramado
criminal que en su opinión aspira a traer a nuestros países a millones de africanos.
El Gobierno español, por su parte, no llega a tanto pero sí niega
sistemáticamente a las naves humanitarias los permisos para dedicarse a esta
actividad y, cuando lo hacen, les amenaza con multas millonarias.
Resulta
imprescindible entender qué está pasando realmente. Es lícito preguntarse si es
cierto que las ONG tienen que dedicarse a rescatar a estos náufragos y, si es
así, bajo qué marco jurídico han de hacerlo. Igualmente lo es interrogarse
sobre la responsabilidad de los Estados europeos en su conjunto e
individualmente, tanto desde el punto de vista político y humanitario, como
desde el jurídico.
AHORA LA MISIÓN
TRITÓN SE LIMITA A SOBREVOLAR EL MAR Y, CUANDO VE UN NAUFRAGIO, INFORMA A LAS
AUTORIDADES, PERO NO HAY NADIE QUE ACUDA AL RESCATE
La respuesta a
todas estas preguntas exige remontarse al comienzo de esta “crisis humanitaria”
en el Mediterráneo central. La ruta que lleva a migrantes desde Libia a las
costas de Sicilia se usa desde finales de los años noventa, al igual que sucede
en el Estrecho. Sin embargo, a partir de 2014 sufre un fuerte incremento: en
2010, 4.000 personas utilizaron esta ruta, frente a los 170.000 de 2014. En esa
primera época las barcas de refugiados raramente llegaban por sí solas a
Italia. La guarda costera y otros cuerpos estatales italianos patrullaban las
costas cercanas a Libia y fueron quienes recogieron a los náufragos. En esa
época también hubo denuncias de devoluciones ilegales de migrantes en alta mar,
de personas que habían manifestado su deseo de solicitar asilo. Esa práctica
implicó incluso una condena a Italia por parte del Tribunal Europeo de Derechos
Humanos.
En todo caso, es a
partir de la guerra en Siria, y tras el acuerdo entre la UE y Turquía que puso
fin a la oleada migratoria hacia Grecia, cuando los ojos de la opinión pública
y los gobiernos europeos se vuelven hacia Italia y el Mediterráneo central.
A finales de 2014
se decide dar una respuesta europea que dé el relevo a la italiana. Se pone en
marcha la operación Tritón en la que participa España. Se envían a patrullar el
Estrecho de Sicilia barcos militares de todos los países que rescatan a miles y
miles de náufragos. Así, hasta hace muy poco no hacían falta barcos de rescate
de ninguna ONG porque lo hacían los gobiernos europeos. Hasta hace un par de
años, nuestros gobiernos entendían que rescatar a los náufragos era una
obligación humanitaria. Y lo hacían. Nadie insinuó entonces que nuestros
militares destinados en naves frente a Libia estuvieran concertados con las
mafias de la inmigración.
CUANDO EL
MINISTERIO DE FOMENTO ESPAÑOL PROHÍBE QUE EL ‘OPEN ARMS’ O EL ‘AITA MARI’
ZARPEN AL RESCATE DE NÁUFRAGOS ES PORQUE NUESTRO GOBIERNO HA DECIDIDO COLABORAR
EN DEJAR QUE MUCHOS MIGRANTES MUERAN AHOGADOS
¿Qué ha cambiado
para que las autoridades no solo dejen de hacerlo sino que incluso persigan a
quién intenta un rescate? Por parte de los migrantes y refugiados, nada. La
desesperación por huir de una situación insoportable hasta el punto de jugarse
la vida en ello sigue inalterada. Por parte de la Unión Europea, la misión
Tritón continúa en vigor, lo que sugiere que la conciencia de que hay un deber
humanitario de rescate sigue ahí. Lo que ha cambiado solo tiene una
explicación: ha triunfado la idea de que hay que frenar el flujo de migrantes y
de que el mejor modo de hacerlo es dejar que muchos de ellos mueran ahogados
para desincentivar al resto. Este convencimiento no lo verbalizan porque no
están dispuestos a reconocer en público el grado de inhumanidad y depravación
al que han llegado. Pero lo expresan, sobre todo, mediante tres medidas:
retirar los barcos militares de rescate, dar a Libia supuestas competencias de
salvamento y bloquear los barcos de las ONG.
La primera medida
para poner en práctica la política de “dejar que se ahoguen” fue retirar los
barcos militares de rescate. De un día para otro, el año pasado, retiraron los
buques y los sustituyeron por aviones de reconocimiento. Ahora la misión Tritón
se limita a sobrevolar el mar y, cuando ve un naufragio, informa a las
autoridades, pero no hay nadie que acuda al rescate. Al mismo tiempo, se creó
una nueva zona de salvamento y rescate, responsabilidad del Gobierno libio. En
virtud de un acuerdo internacional, y de manera inmediata, la zona marítima en
la que cualquier emergencia estaba coordinada por el Gobierno italiano pasó a
estar coordinada por Libia. Como este es un Estado fallido en descomposición
extrema, cuando un barco llama a su servicio de rescate pidiendo ayuda, rara
vez responde nadie el teléfono. Si lo hace, no hay auténticos guardacostas o
servicios de rescate, a lo sumo un cuerpo paramilitar con tendencia mafiosa que
registra o tirotea impunemente a cualquier barca con inmigrantes.
De esta manera,
nuestros gobiernos han puesto en marcha todo lo necesario para dejar voluntariamente
que se ahogue el mayor número de migrantes posible y desalentar a cualquier
candidato que quiera echarse al mar. El único cabo suelto son los barcos de las
ONG. Son los únicos que pueden impedir que mueran miles de personas. Por eso
mismo, los gobiernos europeos intentan impedir que salgan al mar. Cuando el
Ministerio de Fomento español prohíbe que el Open Arms o el Aita Mari zarpen al
rescate de náufragos es porque nuestro Gobierno ha decidido colaborar en dejar
que muchos migrantes mueran ahogados. Así de simple. Inventan trabas
burocráticas y exigencias de calidad, pero el objetivo político de la UE es que
no haya rescates: la muerte de personas.
Constatar esta
realidad es terrible, pero son los tiempos que vivimos. Por convencimiento o
por respeto a la decisión común europea nuestro Gobierno colabora con esta
política. Cuando, pese a todo, alguno de estos barcos se salta las normas
administrativas, se echa al mar y rescata gente, los planes de la UE sufren un
traspiés. Una vez que los náufragos están en la cubierta de la nave de una ONG
europea, la cosa cambia. No para el Gobierno ultraderechista italiano que, pese
a todo, se desentiende de esas personas rescatadas y les niega el acceso a un
puerto seguro, pero sí para el nuestro,
por fortuna. El socialista Pedro Sánchez no ha llegado aún al punto de saltarse
las normas internacionales de salvamento y asilo. Está dispuesto a permitir que
se ahoguen, pero si no lo hacen y son rescatados, intenta mostrar un mínimo de
humanidad frente a sus electores.
Con esta
perspectiva y estos datos resulta más fácil entender el reciente enfrentamiento
entre la ONG Open Arms y el Gobierno de España. La ONG no tenía permiso para
zarpar si se dedicaba a rescatar náufragos. No es que un barco necesite un
permiso especial para rescatar a un náufrago con el que se cruce. Eso debe
hacerlo obligatoriamente conforme a un buen número de convenciones
internacionales. Pero, efectivamente, si quieres dedicar tu nave al rescate y
transporte de personas, necesitas dotarla de unos servicios que son revisados
por el Ministerio de Fomento… incluso si este no quiere autorizarlo porque
quiere impedir que nadie salve la vida de esos náufragos. Así que si la nave de
Open Arms zarpó para dedicarse al rescate de personas sin tener los permisos
que autorizan esa actividad, eso fue un acto de desobediencia civil y
seguramente se le pueda imponer una multa, tal y como amenazó la enfurecida
vicepresidenta Carmen Calvo. No por rescatar a un grupo u otro de náufragos,
sino por dedicarse expresamente a esa actividad y solo si el Gobierno lo
demuestra. En este caso, además, la organización humanitaria ha jugado
estratégicamente contra los intereses del Gobierno español –que ahora quiere
hacérselo pagar– a la hora de decidir un puerto de desembarco conforme al
derecho en vigor (que sea un lugar seguro y donde los demandantes de asilo
puedan ser protegidos). La multa es posible, pero sólo pone más en evidencia la
postura española favorable a que nadie rescate a los migrantes que naufraguen.
Sin embargo, la
multa no es la cuestión esencial. Los árboles deben permitirnos ver también el
bosque. Lo fundamental es que los gobiernos europeos, incluido el español, han
decidido que tiene que ahogarse un número significativo de migrantes
provenientes de Libia. No son capaces de acordar una política migratoria
coherente que enfrente el problema ni de explicar a la opinión pública el
escasísimo impacto real en nuestras sociedades de este tipo de migración, y han
optado por la más inhumana.
Es, pues, el
momento de decidir si como sociedad aceptamos que hay que dejar morir en el mar
a miles de personas o no. En términos éticos esa es la única pregunta relevante. Las políticas
españolas tienen que ser coherentes con lo que se responda a ella. O los
rescatamos, o permitimos que se ahoguen. No hay otra.
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Joaquín Urías es
profesor de Derecho Constitucional, exletrado del Tribunal Constitucional.
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