OPERACIÓN CHAMARTÍN: ES LA CORRELACIÓN DE FUERZAS, AMIGO
EMILIO
SANTIAGO,
MILITANTE
DE MÁS MADRID-GANAR MÓSTOLES
La escena de The
Wire en la que el exalcalde de Baltimore, Tony, le explica al recién ganador de
las primarias demócratas Carcetti la esencia de la política se ha convertido ya
en legendaria: gobernar es beberse una taza de mierda tras otra. “Taza de
mierda” es una buena metáfora de lo que supone el proceso Operación
Chamartín-Madrid Nuevo Norte (OC-MNN) para los ecologistas que militamos en Más
Madrid y que confiamos en su potencia como proyecto político capaz de abrir
brecha institucional en materia de transición ecológica socialmente justa.
Aunque el MNN diseñado por el equipo de Carmena implica mejoras evidentes
respecto al planteamiento de la vieja OC de Botella, para un partido que quiere
impulsar el Green New Deal como horizonte de transformación social tiene
también algo de decepcionante.
En lo ecológico MNN
es un proyecto problemático. En lo socioeconómico, da continuidad a un modelo
perverso que es evidente que no se ha sabido transformar, aunque esto último
seguramente era pedir demasiado al municipalismo. Las críticas que ambas
aristas han generado, aunque discutibles en algunos sentidos, en otros son
acertadas. Y la oposición social al desarrollo urbanístico, una buena noticia,
aunque tense nuestra posición de partido. Por ello me parece que la expresión
“taza de mierda” se adecua mejor a la disposición que en Más Madrid deberíamos
adoptar ante este tema: sustituir el enfoque triunfalista por un tratamiento
mucho más humilde, el del mal menor y la minimización de daños.
Recapacitar
colectivamente sobre el proceso OC-MNN puede ser útil en diferentes planos: a
nivel interno MNN tiene aspectos que chocan con las políticas públicas de
marcado signo verde que Más Madrid aspiramos a liderar. Esto refleja que en Más
Madrid no existe aún consenso unánime sobre qué puede significar eso de la
transición ecológica. Toca construirlo. También es útil para reflexionar sobre
algo que en todo partido siempre genera fricciones: el arte de lidiar con los
límites de lo posible cuando se es fuerza de gobierno. Más Madrid asentará su
proyecto político y se dotará de una organicidad funcional después del verano:
estas dos discusiones estratégicas deberán estar en el orden del día. Por otro
lado, MNN permite iluminar, a la luz de lo concreto, dilemas y encrucijadas que
el ecologismo activista hasta ahora ha manejado de modo muy abstracto: las
generadas por la contradicción de gobernar ecológicamente una sociedad
estructuralmente insostenible.
De las tres
críticas que el desarrollo OC-MNN ha levantado, me centraré en dialogar
políticamente con su impacto ecológico y algo menos en lo que tiene MNN de
apuesta por un modelo socioeconómico neoliberal. El último aspecto denunciable,
los posibles delitos que hayan sido cometidos durante los 25 años del proceso
de tramitación, quedarán fuera de análisis: sencillamente la justicia deberá
tomar las medidas correspondientes si estos hechos se demuestran.
Merece la pena
reconstruir los principales hitos de este desarrollo de modo telegráfico sin
entrar en demasiados detalles técnicos: con la llegada de Ahora Madrid al
Ayuntamiento, la vieja Operación Chamartín de Ana Botella quedó paralizada. Ese
fue el penúltimo giro de un proceso que ha estado dando bandazos un cuarto de
siglo. Las magnitudes de la operación, tres millones de metros cuadrados a
edificar en un lugar estratégico y de gran valor, y la implicación de una
constelación muy compleja de actores (Comunidad de Madrid, Ayuntamiento de
Madrid, pequeños propietarios del suelo, promotores privados –Distinto
Chamartín Norte DCN, liderado por el BBVA- y ADIF-Renfe/ Ministerio de Fomento)
no facilitaron el proceso. En este tiempo el plan original fue mutando en paralelo
a la progresiva financiarización tanto del urbanismo en particular como de la
vida económica y social en general, y al afán de llevar el lucro inmobiliario
al máximo. La propuesta de Botella fue el máximo exponente de este proceso: 3,2
millones de metros cuadrados de edificabilidad lucrativa, y 17.000 viviendas,
de las cuales solo 1.900 contaban con algún tipo de protección.
La llegada de
Manuela Carmena al Ayuntamiento de Madrid paralizó la Operación Chamartín en un
estadio muy avanzado, cuando ya estaba aprobada en Junta de Gobierno Local, y
propuso una alternativa: Madrid Puerta Norte, que nació de un conjunto de mesas
participativas y un diálogo común a los distintos actores implicados,
incluyendo entidades de la sociedad civil (vecinales, ecologistas, institutos
profesionales) que habían quedado siempre fuera.
Madrid Puerta Norte
suponía una reconsideración radical del conjunto de la operación: aunque se
mantenía el mismo índice de edificabilidad, se renunciaba a soterrar las vías
del tren, por lo que los m2 construibles (y lucrativos) se redujeron hasta casi
la mitad. El nuevo enfoque obtuvo el beneplácito de los movimientos sociales y
las bases más politizadas de Ahora Madrid. Pero provocó el rechazo frontal de
los actores de mayor peso: abandonaron las mesas participativas en las primeras
sesiones; la Comunidad de Madrid se opuso a dar el visto bueno a la
modificación del Plan General, sin la cual Madrid Puerta Norte nunca se hubiera
convertido en realidad y denunció su paralización al Tribunal Superior de
Justicia de Madrid; DCN se sumó a la oleada de denuncias; el PP añadió este
asunto al pulso obscenamente partidista que, desde el Ministerio de Hacienda,
estaba echando para obstaculizar cualquier logro político de los Ayuntamientos
del cambio en general, y de Madrid en particular.
Los ataques contra
Carmena desde el poder mediático, que prácticamente consideraban a Madrid un
soviet, eran por entonces furibundos. Y es probable que la percepción del
gobierno de Ahora Madrid fuera que la parálisis sin alternativa de una
operación estratégica como Chamartín suponía ganarse a enemigos muy poderosos
de cara a las elecciones de 2019. Para analizar con justicia lo que vino
después, no debe olvidarse que MNN es fruto de este complejo y muy desigual conflicto
político y de la sensación, errada o no, de que en esta batalla se jugaba
mucho.
En estas
circunstancias, solo cabían dos opciones: resistir o negociar. Se optó por lo
segundo, siendo el ministro de Fomento Íñigo de la Serna el interlocutor. Además
del cálculo electoral, que toda fuerza política responsable está obligada a
hacer, cualquier valoración sobre lo idóneo de esta decisión debe de tener en
cuenta también que una derrota judicial hubiera supuesto implementar el plan de
Botella. No era un riesgo menor pensando en el interés general de la ciudad.
Que solo se termina de calibrar si tenemos en cuenta que el Ayuntamiento no
tenía ninguna fuerza de presión propia. Y, por favor, no nos contemos cuentos
autocomplacientes: quien piense que la sociedad civil organizada madrileña
hubiera podido ganar en las calles la batalla de Madrid Puerta Norte al Estado
Central, la Comunidad y el BBVA, sencillamente vive en un espejismo ideológico.
Volveré sobre ello.
De la mesa técnica
de negociación entre Fomento y el Ayuntamiento salió Madrid Nuevo Norte. El
nuevo acuerdo fue anunciado por el Ayuntamiento como una especie de empate
entre los intereses de los promotores (OC) y los de la ciudadanía organizada
(Puerta Norte). Pero el resultado estaba sesgado en favor de los promotores.
Aun así, es honesto admitir que se produjeron avances: entre los 3,3 millones
de m2 lucrativos de la OC, y los 1,7 planteados por Puerta Norte, se pasó a 2,8
(lo que implica retomar el proyecto inicial de soterrar las vías con una gran
losa de hormigón). De las casi 19.000 nuevas viviendas iniciales que
contemplaba la OC, con solo un 10% de vivienda protegida, MNN reducía hasta
10.500, siendo más de un 20% (2100) vivienda protegida, lo que sumadas a las
cesiones obligatorias establecidas dan al Ayuntamiento un total de 4.000
viviendas para hacer política habitacional, lo que casi duplicaba las cifras de
Puerta Norte.
Con todo, MNN es un
proyecto ecológicamente muy problemático. Y no tanto por urbanizar (existe
consenso en que es necesario reparar la brecha urbana que supone el sistema
ferroviario de Chamartín), construir en altura (ecológicamente es más nociva la
dispersión urbana extensiva que la edificación densa e intensiva) o concentrar
actividades terciarias (si los usos están debidamente mezclados y hay buen
acceso de transporte público, es razonable). Lo es por la escala del proyecto.
La enorme densidad que se prevé en el centro de negocios colindante a la
estación de tren tendrá importantes implicaciones en el incremento de la movilidad
regional. Un estudio de Ecologistas en Acción y el Instituto DM calcula que los
desplazamientos diarios hacia la ciudad de Madrid aumentarán un 23% en el año
2040 por el efecto de MNN. Si la proporción automóvil/transporte público se
mantiene en los patrones actuales, el tráfico en los nudos Norte y Manoteras
podría colapsar. Además, en función del grado de electrificación del parque de
coches madrileño, esto tendrá afecciones muy perjudiciales tanto en la
contaminación del aire como en materia de emisiones de CO2.
Contra estas
advertencias, el Ayuntamiento de Madrid ha defendido que el transporte público
será el eje central de la movilidad generada por el nuevo desarrollo, como
ocurre en otros distritos financieros globales. Que Chamartín sea uno de los
nodos de transporte público mejor conectados de la región es la base de su
argumento, que al menos Ahora Madrid aspiraba a reforzar limitando mucho las
plazas de aparcamiento en destino. Sin embargo, el informe crítico de
Ecologistas en Acción señala que el incremento del uso del transporte público
podría desbordar sus actuales capacidades, por lo que el paquete MNN
necesitaría de fuertes inversiones públicas en infraestructuras de transporte
para asegurar el aumento del caudal de viajeros. Por el contrario, el exgerente
de la EMT, Álvaro Martínez Heredia, ha defendido que la sobrecarga o la
sostenibilidad en materia de movilidad dependerá de cómo sea la ejecución
concreta del plan, que está todavía abierta.
Este problema
ecológico concreto se superpone a otro mucho más genérico, de carácter más
simbólico, pero que alimenta casi con más pasión la oposición ecologista a MNN:
cuando lo que nos pide la gravedad de la crisis ecológica es decrecer,
rehabilitar más que construir, reducir emisiones, minimizar desplazamientos, y
adoptar pautas urbanísticas muy sobrias, MNN dispara un proceso urbano
claramente expansivo. Esta crítica es cierta. Pero también es políticamente más
inoperante.
Los perjuicios
ecológicos se entrelazan además con los daños socioeconómicos del proyecto: un
gran centro de negocios en el norte de la ciudad profundizará sin duda el
desequilibrio de una metrópolis muy desigual, donde el empleo de calidad ya
está volcado en su arco noroeste. Además, el aumento de la vivienda pública es
insuficiente para cubrir las necesidades de una política de vivienda justa para
Madrid. Y todo lo que esto tiene de cuestionable se recarga en su proyección
simbólica: MNN es la prueba de que Ahora Madrid no ganó la batalla al
neoliberalismo y los bancos siguen haciendo en nuestra ciudad negocios
especulativos. Como en todas partes del mundo, por cierto.
Este último
comentario no es un sarcasmo gratuito. Es importante para valorar políticamente
algo como MNN y el papel de Más Madrid. El Madrid ecosocialista por el que
alguien como yo lucha aprovecharía los terrenos baldíos de Chamartín para
desarrollar huertas urbanas, donde un sector primario joven surtiría con
técnicas de permacultura comedores escolares y hospitalarios, y cobrarían su
producción en moneda social. Pero un friki como yo está a años luz del sentir
general de una ciudad como Madrid. Llegar a hacer realidad algo mínimamente
parecido a esto exige una guerra de posiciones larga y difícil para ganar a tu
favor ese sentir general. Sin este punto de partida, la actividad política se
rebaja a la performance autoexpresiva, casi a un ejercicio estético.
Esto es una
caricatura. Madrid Puerta Norte no era una utopía ecológica, sino un proyecto
urbanístico muy razonable. Pero la política de mayorías, que es la que importa
en una institución, no se hace sobre un folio en blanco donde las ultraminorías
activistas volcamos modelos de ciudad, aunque sean razonables. Se hace
modulando la materia prima de un sentir general que viene dado. Y desde una
correlación de fuerzas materiales que tiene en las elecciones una parte muy
pequeña de su reparto real. En nuestro tiempo, este sentir general dado y esta
correlación de fuerzas se ha cocinado al fuego lento de 40 años de
neoliberalismo, con una derrota histórica sin paliativos del proyecto
socialista y negando sistemáticamente cualquier mirada ecológica. En Madrid,
con el agravante de haber sido el laboratorio antropológico de Esperanza
Aguirre. Esto implica que todo proyecto transformador real solo podrá gobernar
este presente amargo haciendo muchas concesiones ideológicamente difíciles.
La correlación de
fuerzas de cada situación política es algo muy oscuro. Admite muchas
interpretaciones. Por eso siempre habrá argumentos para pensar que te quedaste
corto o que te pasaste de largo. Visto el resultado final es razonable pensar
que, como mínimo, al gobierno de Ahora Madrid le faltó audacia para cerrar un
acuerdo más ambicioso en lo ecológico y social. Pero tampoco podían pedirse
milagros: ¿Capacidad negociadora de Ahora Madrid en 2015-2019? Gobierno en
minoría y no cohesionado, siendo la más débil de las tres administraciones
implicadas, y además ahogada por el Gobierno Central. Sin duda se puede acusar
además a la dirección de Ahora Madrid de no tener, de origen, un proyecto de
ciudad rupturista. Pero aunque lo hubiera tenido, lo importante es que no
poseía medios ni fuerzas para implementarlo.
Por contrastar:
¿cuál es la representación institucional en 2019 de quién hizo del rechazo a
MNN su bandera? Con un 2,63% del voto, ninguna. ¿Aprobación en pleno de MNN?
Por unanimidad, aunque habrá una porción de votantes de Más Madrid que nos
hubiera gustado otro posicionamiento. Esto enlaza con la cuestión del sentir
general dado: sospecho que, por desgracia, a la mayoría social real de esta
ciudad, que es la que determina cualquier gobierno de mayorías, un pelotazo
urbanístico favorable al BBVA es algo que le importa poco. Si va unido a
promesas de puestos de trabajo y recalificación de patrimonio, lo raro es que
no genere entusiasmo.
Igual exagero. Pero
el sentir general es algo que se nos da especialmente mal a los activistas. Uno
de los grandes problemas de nuestros movimientos sociales es que habitamos en
burbujas ideológicas: tenemos un gran talento para confundir nuestro
microcosmos con la realidad social. Y además a veces nos creemos dueños de
alguna suerte de poción mágica que, como en la aldea gala de Astérix, nos hace
invencibles ante enemigos infinitamente más numerosos y poderosos. El juego de
espejos del Twitter y otras redes sociales ayuda a alimentar este solipsismo
autocomplaciente.
Si una hipotética
resistencia popular contra OC y MNN hubiera adquirido grandes dimensiones, con
miles de personas en las calles, sin duda hubiera sido más fácil una posición
institucional más valiente respecto a la defensa de Puerta Norte. Es un
argumento falaz: es difícil movilizar a la gente contra un desarrollo
urbanístico que, para el sentir general, más allá de las minorías organizadas,
no parece especialmente lesivo. Especialmente cuando este sólo son unos planos.
Creo que tiene un nivel de dificultad similar a ganar elecciones paralizándolo.
Se podrá argumentar
que de poco sirve ganar las elecciones municipales si no se consigue doblarle
el brazo al poder del BBVA en la ciudad. Aquí subyacen varios errores. Cuando
antes nos libremos de ellos, antes adquiriremos una perspectiva madura para el
nuevo ciclo. Como cualquier momento de destitución, el 15M generó una ilusión
tan falsa como necesaria: la de la confundir voluntad de cambio y potencia de
cambio. Pero esto es puro formalismo político: tratar la realidad como quien
dibuja un boceto, de un modelo de ciudad o la hoja de ruta de la transición
ecológica, en un papel. Pero los cambios reales solo se producen a través de una
durísima reorganización de los entramados materiales que conforman la vida
social. Y esta es cualquier cosa menos plástica: desde la influencia capilar de
los poderes económicos (y todos los resortes que pueden movilizar en la defensa
de sus intereses) hasta los imaginarios predominantes encarnados en discursos
(que también son materiales, para algunos despistados que andan atrapados en
dicotomías materia-cultura que toda ciencia social seria abandonó en los años
sesenta).
Y si querer nunca
es poder, ni siquiera en el nivel del gobierno nacional, mucho menos en el
ámbito municipal. Reequilibrar socioeconómicamente Madrid, transformar su
modelo productivo hacia el empleo verde, reducir sustancial y no retóricamente
sus emisiones de CO2, dotar a las administraciones de poder real frente a los
conglomerados privados, en definitiva acabar con el neoliberalismo, son metas
que escapan del ámbito municipal. Gobernar la Comunidad como la ha gobernado el
PP durante cuatro legislaturas ayudaría, pero tampoco sería una garantía de
éxito. Solo un largo ciclo de 12 o 16 años en el gobierno de la nación con
mayorías absolutas, y con aliados internacionales, permitiría logros
sustanciales e irreversibles. Y aun así estarían salpicados de renuncias. Los
municipios del cambio solo eran el primer peldaño, débil y muy frágil, de una
escalera que aún no hemos ni empezado a subir.
El peligro que
define nuestro momento político es tal que devalúa mucho casi todos los precios
ideológicos y simbólicos que, durante el camino, toque pagar por humanizar el
desenlace de las tensiones que hoy se acumulan en el horizonte. La catástrofe
solo podrá ser evitada por gobiernos duraderos de amplias mayorías. Y por tanto
plurales en sus propuestas, con capacidad tanto para el conflicto como para el
pacto y la cesión, y con talento para hacer equilibrismo entre el impulso
transformador y un sentir general de época del que nunca puedes alejarte
demasiado aunque sople a la contra. En esta tarea de ser gobiernos democráticos
por y para la transición ecológica, las contradicciones y las concesiones
desagradables a los enemigos, el cruce de las líneas rojas, la necesidad de
aceptar el mal menor por un bien mayor, “las tazas de mierda” en todas y cada
una de sus formas, van a ser directamente proporcionales al grado de poder que
consigamos administrar.
Con todo, un
pragmatismo político maduro no implica un cheque en blanco a los gobiernos
votados. Al contrario. Cuando los gobiernos presentan límites, la tarea de los
partidos es discutirlos. Y la de los movimientos sociales forzarlos. Ambas
cosas deben pasar en los próximos meses: el debate interno en Más Madrid sobre
transición ecológica y sobre qué cabe esperar de ella en esta correlación de
fuerzas; la lucha ecologista y vecinal contra los aspectos más lesivos de MNN,
que seguramente sea mucho más fértil en el terreno judicial (Ecologistas en
Acción suele hacer en este flanco una labor encomiable) que desde la calle
entendida como movilización clásica. Y esto, que la principal vía de oposición
sea la judicial y no la de la movilización, es otra clarísima expresión de la
desfavorable correlación de fuerzas en la que nos encontramos a día de hoy,
pero es una que señala los enormes límites materiales y culturales de la
movilización popular y no tanto de la acción institucional.
Cierro llamando a
asumir con naturalidad una contradicción un poco esquizoide, pero irresoluble:
lo que en lo social puede ser una oposición necesaria, en lo institucional
puede ser un error. Si algo aleja a Madrid de un hipotético futuro sostenible,
mucho más que MNN, son 4 años de las tres derechas en el gobierno.
Ecológicamente no es una buena noticia la aprobación de MNN tal y como ha sido
diseñado. Pero es muchísimo peor que Carmena no esté en la Alcaldía para
implementarlo
No hay comentarios:
Publicar un comentario