SEMBRADORES DE ODIO
DAVID BOLLERO
Decenas de personas
oran este sábado, en la línea fronteriza de Ciudad Juárez (México), tras el
tiroteo en un centro comercial de El Paso. EFE/ Rey Jauregui
Los tiroteos de
esta fin de semana en Dayton (Ohio) y, especialmente, en El Paso (Texas) llevan
el sello ideológico de Donald Trump. Eso es algo que no admitirá el presidente
estadounidense, pues sería echarse a la espalda casi una treintena de personas asesinadas
y más de cuarenta heridas. Sin embargo, la realidad es que, como le reprochan
desde el bando demócrata y en redes sociales, estos asesinatos están
estrechamente ligados a los mensajes de odio que llevaron a Trump a la Casa
Blanca.
Lo peligroso de
sembradores de odio como Trump no es que generen o conviertan a cabezas huecas
en seres violentos -la mayor parte de ellos ya lo eran-, sino que los
normalizan. Lo verdaderamente inquietante es que discursos como el del
republicano abren la puerta a que cualquier pueda decir o hacer en público
cualquier barbaridad contra las mujeres, las personas migrantes o el colectivo
LGTBI.
En algunos casos,
como ha sucedido en El Paso, se da un giro más de tuerca y se pasa a la acción
violenta, asesinando al tiempo que se replican los mismos argumentos que Trump
esgrimió tanto en su campaña electoral como ya al frente del gobierno. Trump no
sólo siembra campos que ya tenían esas semillas de odio irracional, sino que lo
abona y lo riega, terminando por brotar indeseales frutos como este fin de
semana.
En EEUU se da, por
un lado, el agravante de la extraordinaria facilidad que existe para conseguir
armas de gran calibre y, por otro, una cultura de exaltación a ellas que,
afortunadamente, cada vez está más en retroceso. Algo muy diferente de lo que
sucede en lugares como Nueva Zelanda: si en EEUU, tras tiroteos similares en el
pasado se producía un incremento en la compra de armas, en nuestras antípodas
se produjo una devolución masiva tras el atentado de Christchurch.
Lo sucedido en EEUU
debe encender todas las alarmas en Europa -para quien no las tuviera ya-, en
España. Aquí también tenemos partidos políticos que siembran el odio (Vox) y
otros que recogen ese testigo, lo normalizan y lo amplifican (PP y Cs). Cómo
sucede al otro lado del Charco, en nuestro país había un poso de personas que
ya comulgaban con ese ideario y ahora ven cómo es posible visibilizarlo y
atraer a él a las más jóvenes. Es preciso recuperar al atmósfera reinante
previamente, esa que quienes defienden las libertades civiles había ido creando
durante años propiciando una capa de ozono que aislaba esa radiación tan dañina
de la extremaderecha. Es preciso arrinconar de nuevo a quienes hacen gala del
odio, hasta que su número sea tan reducido que ni afloren, presos de su
vergüenza, de saberse ninguneados por una sociedad libre.
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