EL ETERNO RETORNO DEL POSIBILISMO CONSERVADOR
JUANJO ÁLVAREZ, MILITANTE DE
ANTICAPITALISTAS
Ayer se publicaba
en este medio un artículo defendiendo la operación Chamartín, llamada ahora
Nuevo Norte, por parte de Emilio Santiago Muiño, el referente del ecologismo en
la corriente errejonista. Nada nuevo que aportar, más allá de los clichés ya
conocidos en esta agrupación electoral que ahora se encuentra ante un aprieto,
el de justificar Chamartín, obra magna del gobierno de Carmena, y explicar las
contradicciones evidentes que esto le genera con su pretendido giro verde, al
calor del éxito de los partidos verdes europeos.
Sin embargo, merece
la pena repasar algunos de sus puntos porque, aun no siendo novedosos, sí lo es
la agresividad con la que están planteados, y también la aplicación al campo de
la política ecologista, que hasta ahora no tenía más precedentes en el estado
español que Equo, ahora absorbido por los nuevos partidos. Para el anecdotario
queda la marca de la nueva política, que parece convencida de que, si abordas
un tema citando una serie, la modernidad está garantizada. Nada más lejos de la
realidad: los dos elementos que articulan el planteamiento de Santiago son los
mismos que ya aparecen en su propuesta de Green New Deal y en las posiciones
generales del errejonismo, es decir: los grupos sociales movilizados no tienen
fuerza para articular una transformación real y la política real es una cosa
que se hace en las instituciones y depende del grado de consenso que tenga entre
una mayoría social que ni está movilizada ni cuestiona los dogmas neoliberales.
Empecemos por lo
segundo: ni hay un consenso neoliberal ni la política real tiene que ver
forzosamente con reproducir ese supuesto consenso. Santiago utiliza un truco
retórico que consiste en situarse en la parte de movimientos para decir: miren,
esto no lo hacemos bien, habíamos pensado que la sociedad quería cambios
profundos pero en realidad era un error, porque no sabemos entender a las
mayorías. Al plantearlo así, reconozcamos la habilidad, se gana la confianza de
un lector que se encuentra con una especie de confesión, pero lo que esconde es
que semejante afirmación no está soportada por nada. Ni una aproximación
sociológica, ni un dato, ni un estudio. Es tan acrítico que lo mismo nos
valdría apelar a las golondrinas como oráculos de la voluntad popular. Obvia,
por supuesto, el nivel de movilización contra el plan, que no parece ser
significativo pese a las decenas de actos que se han llenado en los meses
previos a la aprobación, al posicionamiento de la FRAVM o de todos los grupos
ecologistas.
Pasa igualmente por
alto la movilización social que produjo Ahora Madrid en 2015 y que desbordó
cualquier expectativa, el 15M, los primeros años de Podemos y el
municipalismo... ignora, para abreviar, todos aquellos movimientos sociales y
políticos que, en los últimos años, han provocado el mayor cambio del panorama
político desde la transición y que, dicho sea de paso, son la única razón por
la que el errejonismo ha podido situarse como una fuerza política.
Al avanzar en el
segundo punto ya hemos respondido en
parte al primero, al que se refiere a la supuesta incapacidad de los
movimientos sociales. Sin duda, ambos puntos se unen porque lo que demuestran
los diversos movimientos a los que hacíamos referencia es que ni la sociedad
movilizada está sobredimensionada ni el sentido común de la mayoría es
neoliberal. Entre otras cosas, porque ambas realidades se conectan, y aunque
pueda ser adecuado separar para analizar no tiene sentido asumir como real lo
que es una diferencia meramente metodológica. El 15M no fue un movimiento
fundamental por las miles de personas que se manifestaban, sino porque la
mayoría lo apoyaba. El movimiento y la mayoría son partes de un mismo cuerpo
social, y quien quiera hacer la separación en compartimentos estancos sólo está
haciendo una trampa que no lleva a ninguna parte, salvo a justificarse para
echar por la borda la posibilidad de un cambio más que necesario.
Recordemos que
estamos hablando de ecologismo, es decir, de crisis climática, de niveles de
contaminación que envenenan literalmente las ciudades, de desertificación, de
crisis energética. De fenómenos de absoluta urgencia en los que no se puede
desperdiciar ni una oportunidad, ni una grieta.
Esto no hace que la construcción de un complejo de torres y el
soterramiento de una vía pase a ser una buena solución; al contrario, pasa a
ser un escenario que no nos podemos permitir. Para ello, en lugar de retórica
verbal para justificar maniobras conservadoras, hay que conseguir fuerzas
políticas enraizadas en lo popular, porque sino, lo que sucede es que esas
fuerzas políticas acaban operando como elementos de la reacción, viciando así
la articulación política de la voluntad social que tanto echan algunos de
menos.
Se trata de
bloquear realmente la salidas dentro del modelo de ciudad heredado, salir del
campo de juego neoliberal y empezar a construir otro tramado urbano. Por
ejemplo, negándose a la eterna lucha por Chamartín y utilizando ese dinero en
una batería de inversiones en barrios populares, lo que permitiría deslocalizar
la concentración de empresas y trabajadoras en el norte y facilitar la creación
de tejido productivo en el sur y este de la ciudad. Para eso, claro, está, hay
que estar dispuestos a romper el marco neoliberal y no comportarse como aliados
fiables del capital. Nada fácil, pero al menos, algo que sí responda a los
movimientos y la ciudadanía que, ni es neoliberal, ni está dormida como quieren
hacernos creer.
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