NIZA, NUEVA OCASIÓN PARA LA DEMAGOGIA
ROSA MARÍA ARTAL
Hoy es Niza. Vidas rotas sobre el suelo de una ciudad maravillosa que
celebraba como toda Francia aquel lejano triunfo de la libertad “contra la
tiranía”. Los atentados terroristas han entrado en una rutina trágica. Por más
controles que establezcan, no parece fácil evitar que un fanático -por el
motivo que sea- coja un simple cutter como ocurrió el 11
de septiembre de 2001 en los aviones que se estamparon en Estados Unidos,
explosivos en numerosos lugares o un camión cargado de odio lanzado este 14 de
Julio contra la Costa Azul. El protocolo es el mismo. Balance de
víctimas. Autoría. Un sinfín de declaraciones políticas y condolencias. “No hay
españoles”, en nuestro caso. El circo de la visceralidad. Y repetir y repetir
hasta la extenuación. Poco del cruce de intereses, de la hipocresía, de la
demagogia y de cómo se saca provecho del dolor y el miedo de la población. Nada
apenas sobre atajar con eficacia las causas. De establecer al menos cortafuegos
útiles.
La práctica se altera un tanto cuando el atentado, con los mismos muertos y
heridos, la misma tragedia, no obedece a un islamista radical. Entonces se
desactiva en gran medida la atención y se atribuye invariablemente a un
"perturbado" que va por libre. Cualquier origen remoto que pueda
vincularse al fundamentalismo de este signo servirá para fijar la duda en
certeza, sin embargo. Ha nacido la figura mediática del "lobo solitario
por emulación". En todo caso sigue el mismo rito: balance, declaraciones,
llantos, miedo, repetición inagotable. Poca búsqueda de causas y soluciones
racionales. Y, desde luego, el aumento de medidas represoras. Así leemos: Hollande
prolonga el estado de excepción tres meses, España refuerza la frontera con
Francia, el Gobierno convoca una reunión del Pacto antiyihadista (antes
llamado antiterrorista).
En un mundo cada vez más desigual y arbitrario -que es factor esencial a
valorar-, el integrismo yihadista se brinda como estandarte de
esa ultraderecha que crece en Europa y más allá y que ha causado incontables
víctimas en un pasado cada vez más cercano. Al menos de repetirse. Ya vuelven
las declaraciones llamando a “repensar” la integración de los emigrantes,
aunque se trate de personas nacidas en el propio país contra el que atentan. La
excusa para los fines propios presta a ser utilizada. La firmeza frente a los
que atentan –dicen– contra nuestras libertades que, en algunas bocas, no son
más que la libertad de vender armas al precio de cualquier vida, de fomentar
las desigualdades, reprimir o manipular.
Aquel 11 de septiembre sí marcó un giro en la historia de nuestra
civilización. Los 3.000 muertos de las Torres Gemelas, terribles,
desgarradores, los vengó el gobierno estadounidense en una cifra similar de
afganos civiles. Daños colaterales de la búsqueda de Bin Laden, infructuosa
entonces. Afganos que vivían en la Edad Media, con una esperanza de vida de 46
años, y que en su precariedad no llegaron a ver ni la imagen de aquél por cuya
causa se les castigaba. Así sucede siempre con las víctimas de primera y de
segunda, igual de lamentables.
La deriva del mundo desde entonces no ha dado tregua. La seguridad –que
jamás puede garantizarse por completo– se ha llevado por delante muchas
libertades. Y no precisamente para evitar atentados. Ya nadie sensato duda –y
menos tras el informe británico Chilcot - que aquella
invasión ilegal de Irak, protagonizada por Bush, Blair, Aznar y Barroso (con un
apéndice australiano) fue el arranque del hoy conocido como ISIS o Daesh. Las
arbitrariedades que dieron lugar a las primaveras árabes encallarían en muchos
de los países protagonistas pero sobre todo en Siria que vive desde entonces
una cruenta guerra civil. Arrojando refugiados, por cierto, que nuestros
gobernantes dejan ahogarse en el Mediterráneo sin mayor problema de conciencia
o encierran en campos que tanto se parecen a los de concentración nazis, o
intercambian por favores con el dudoso amigo turco.
Lobos solitarios o en manada, las causas son profundas y precisan
soluciones. Olga Rodríguez, tantas veces testigo directo de los
hechos, lo explicaba en este documentado artículo: Cómo surge el ISIS, cómo se
financia, quienes hacen la vista gorda. Y añadía:
“ Los aliados de EEUU en Siria en la coalición que bombardea el
país han sido entre otros la monarquía absolutista de Arabia Saudí, que sigue
consintiendo el apoyo al Daesh desde su país. Washington y los saudíes también
operan juntos, con Emiratos, en la coalición que bombardea Yemen, donde están
creando más caldo de cultivo para el terrorismo con ataques como el que el
pasado septiembre mató a 131 personas e hirió a cientos más. Las matanzas como
la de París son habituales en Oriente Próximo y Medio, ya sea por ejércitos o
por grupos terroristas. La llamada guerra contra el terror, la estrategia de
las bombas y las intervenciones, se ha mostrado ineficaz: lejos de menguar, el
terrorismo y la violencia crecen”.
La hipocresía occidental –nuestros actuales líderes al frente–, no solo
festeja al régimen saudí como muestran numerosos registros gráficos, sino que
le vende armas en cantidades récord. Así funciona esto. Luego lloran en público
en la que llaman lucha contra el terror.
El papel del gobierno de Hollande en Francia todavía es más flagrante.
Según contaba Íñigo Sáenz de Ugarte, cuando los atentados de París, en e ste otro artículo cuajado de claves:
“Hollande, el nuevo campeón de la lucha contra el terrorismo yihadista,
viajó recientemente a Arabia Saudí para vender cazas militares por valor de
6.000 millones de euros, además de otros muchos contratos civiles. Si ISIS es
el mal absoluto, parece que eso no impide hacer negocios con los arquitectos de
ese mal en caso de obtener beneficios económicos”.
Las lágrimas por el dolor inmediato no deben empañar nuestra mirada para
ver el origen de los males y los remedios posibles que no se emplean. Para
desenmascarar tanto teatro y tanta ascua que se arrima a toda sardina que
sirva para cocer sus guisos. Con qué desfachatez la encienden mientras se
asombran de que la cerilla prenda fuego. Cómo van acotando a la ciudadanía para
operar sobre ella. Cambien el foco si pueden, aunque no sea fácil. Entre los
llantos reales y lógicos de los afectados o de la buena fe atemorizada, reparen
en los hilos.
Despojados de sus caretas, los responsables aparecen como el eje del
escenario en el que víctimas rotas por diferentes barbaries actúan de decorado
y reclamo.
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