CUIDADO CON LO
QUE VOTAS
JOSÉ ANTONIO MARTÍN PALLÍN -
En España se acaban
de celebrar unas elecciones bajo el síndrome del miedo. Creo que no se trata de
una apreciación personal sino de una opinión compartida, casi unánimemente, por
la mayoría de los analistas y de los medios de comunicación de uno y otro
signo. Las palabras comunismo, populismo, separatismo, radicalismo y otras
semejantes, aderezadas con invocaciones o comparaciones con los desastres
políticos de países, tan distintos y distantes, como Venezuela, o más cercanos
como Grecia (curiosamente Portugal ha quedado en un segundo plano) y finalmente
el Brexit, han revoloteando sobre todos los mítines y las reiteradas,
interminables, agotadoras, tediosas e incluso frívolas intervenciones televisivas.
Todo este magma ha conseguido consolidarse formando una especie de monolito en
el que aparece grabada la clásica advertencia: ¡Qué viene el lobo!
Es de justicia
reconocer que, en este punto, el partido del Gobierno ha sido el más coherente,
trasladando a la opinión pública, con la ayuda de la mayoría de los medios de
comunicación, que su política económica es la única posible. Sostienen que han
conseguido revertir el paro, subir las pensiones, mejorar la educación y la
sanidad y mantener la sagrada unidad de la Patria. Sus esquemas
propagandísticos no podía ser más simples: nosotros somos la razón, la
sensatez, la seguridad y la estabilidad y fuera de nosotros solo es posible el
caos.
Un discurso tan
elemental tenía asegurado de antemano el voto estructural de una mayoría de
votantes españoles, según han venido detectando organismos públicos tan
solventes como el Instituto Nacional de Estadística o el Centro de
Investigaciones Sociológicas (CIS). Cualquiera que hubiese sido su posición, el
Partido Popular tenía asegurados cerca de unos siete millones de votos.
La conclusión es
rigurosamente científica. Según los datos facilitados por el Instituto Nacional
de Estadística, en un informe que lleva fecha de 2 de Noviembre de 2015, los
mayores de 65 años éramos alrededor de 11.500.000, es decir el 33% del censo
electoral que alcanzó la cifra de 36.518.100 españoles en las últimas
elecciones. De ese bloque de edad, según datos reiteradamente comprobados sobre
el voto escrutado y ya depositado en anteriores elecciones, el 66% vota al
Partido Popular. Es decir que ya de salida y antes de abrirse los colegios
electorales, el PP tiene asegurado, en estos momentos cerca de 7 millones de
votos. Si tenemos en cuenta que, en las últimas elecciones del 26J, el PP alcanzó
los 7.906.000 votantes, es fácil concluir que solamente un millón está fuera de
esa franja de edad a la que me he referido.
Resulta extraño
comprobar cómo la fidelidad de gran parte de los votantes de edades avanzadas,
soportan estoicamente que sus pensiones sean de las más bajas de Europa,
mientras nuestros dirigentes presumen continuamente de que somos la cuarta
economía de la zona euro. Cómo explicar y justificar este desajuste y que los
pensionistas, en su mayoría, acepten mansamente que el Fondo de Pensiones vaya
siendo progresivamente desmantelado hasta tal punto de que en el 2017 puede
desaparecer.
En estos momentos,
la Unión Europea nos exige un recorte para este año de 8.000 millones de euros,
además de amenazarnos con una sanción de unos 3.000 millones, por
incumplimiento del déficit. Es perfectamente previsible que, siguiendo las
políticas que nunca se han ocultado por parte del partido gobernante, los
recortes vayan a cargo de la sanidad, la educación, las pensiones y la
asistencia a las personas dependientes. El propio Gobierno ha reconocido, a
toro pasado, que el presupuesto del Ministerio de Sanidad se ha reducido en
9.000 millones de euros, con la consiguiente repercusión sobre las dotaciones
materiales y personales del servicio público de la salud.
Es justo reconocer
que, en este país, antes de que el Partido Popular llegase al Gobierno, la
corrupción constituía una parte componente de la idiosincrasia española. Lo
demostró Jesús Gil en el Ayuntamiento de Marbella. Según aumentaban los casos
de corrupción su proyección electoral se disparaba hasta alcanzar prácticamente
la totalidad de los concejales del municipio. Creo que la corrupción es una
epidemia lamentable e indisolublemente unida a la vida de un país cuyos
dirigentes nunca supieron regenerarse y despreciaron los valores éticos y
sociales de otros sistemas educativos y de otros comportamientos públicos. La
Iglesia Católica tan influyente en muchas facetas de la vida política, social y
familiar de la Sociedad española, nunca se preocupó de proyectar sus
enseñanzas, con la suficiente energía, sobre los valores cristianos que
rechazan la corrupción como algo contrario a los mandamientos de la ley de
Dios.
El problema es
grave y tardará en erradicarse. Me permito condensar la lamentable atonía de
nuestra sociedad, en una reformulación del principio de Arquímedes: “ Todo
corrupto sumergido en una urna experimenta un aumento de votos directamente
proporcional al grado de corrupción alcanzada”. La corrupción está incrustada
en la conciencia de muchos españoles que piensan que si no te aprovechas de tu
cargo eres tonto y lo que es más grave, que si ellos estuviesen en su lugar
harían lo mismo.
Si no nos
resignamos a caer en el páramo de la corrupción, con el daño económico que
lleva aparejado, podemos llegar a la conclusión de que sólo el espectro de
ciudadanos que sea capaz de disipar los miedos, eligiendo otras alternativas,
nos permitirá enderezar el retorcido y enrevesado panorama que nos asola. Si
miramos al censo electoral, disponemos de cerca de 29 millones de votantes, con
las correcciones inevitables de lo que los expertos denominan abstención
técnica, que tienen en sus manos la posibilidad ahuyentar temores infundados y
absurdos, si los comparamos con la realidad que compartimos desigualmente.
Lamentablemente la
izquierda encarnada fundamentalmente en el Partido Socialista Obrero Español,
Izquierda Unida y Podemos no ha sabido encontrar las fórmulas necesarias para
que, unos pocos recalcitrantes del Partido Popular y la mayoría de los
abstencionistas críticos, tratasen de corregir estos defectos proporcionándoles
la confianza necesaria para actuar de manera distinta en el espacio económico y
político que nos deja libre en nuestra pertenencia a la Unión Europea.
He seguido
atentamente las campañas de estos partidos y comprobado con decepción que aún
se aferran a los viejos clichés de las etiquetas ideológicas que, en mi
opinión, han pasado a la historia, sin entrar, de forma clara y sencilla, en la
realidad que están soportando muchos millones de españoles. Reconozco que se
han hecho manifestaciones genéricas, sobre el incremento de las inversiones en
salud y educación, pensiones y dependencia, pero no se ha sabido hacer una
pedagogía basada en realidades concretas y fácilmente asimilables por los
electores que hubieran podido así, disponer de elementos para realizar una
valoración sobre las ventajas e inconvenientes de su voto.
Por poner un
ejemplo y volviendo a la cifra de los 8.000 millones de recortes. Un gobierno
de izquierdas, conocedor de la realidad encorsetada en la que nos movemos,
habría tenido a su alcance la posibilidad de admitir que el compromiso de
España con los manipuladores económicos de la troika comunitaria, había que
cumplirlo, por lo menos en el periodo que queda hasta la elaboración de un
nuevo presupuesto.
¿Por qué no se
planteó a los ciudadanos que admitiendo la necesidad de hacer frente a ese
recorte de 8.000 millones de euros había dos alternativas? La que ofrecía el PP
que no era otra que la de seguir fielmente las directrices de la troika,
recortando en derechos sociales y económicos o bien una alternativa verdadera
de izquierdas que abordase el recorte con otras políticas que permitiesen
cargar la mayor parte de la deuda sobre las grandes sociedades y las grandes
fortunas lo que nos permitiría incluso incrementar las inversiones sociales de
supervivencia.
¿Quién podría tener
miedo a esta segunda alternativa? El Gobierno, cuando ya han rentabilizado el
temor, nos dicen con cierto desparpajo, que están vaciando el fondo de reserva
de las pensiones, lo que indirectamente obliga a los que tengan posibilidades económicas,
a refugiarse en un Plan de Pensiones privado. ¿Por qué atemorizarse ante la
realidad de que, en un futuro próximo, las pensiones ya no pueden ser
satisfechas por las cuotas de la Seguridad Social, debido a la precariedad
laboral y su continua movilidad e inconsistencia? Es justo y necesario que sus
fondos, sean reforzados por nuevos impuestos, por ejemplo, sobre sucesiones,
con los debidos matices y sobre las grandes sociedades de capital y las más
importantes fortunas.
También habría que
advertir y reconozco que esto se ha hecho, pero con muy escasa reiteración y
convicción, que las propuestas económicas alternativas no se pueden lograr de
la noche a la mañana. Requieren un cierto tiempo para implantarse pero,
mientras tanto, la protección de los poderes públicos a los derechos económicos
mínimos nunca estaría en retroceso.
Hubo un tiempo,
cuando estalló la crisis de Wall Street, en el que las grandes fortunas
estadounidenses entraron en pánico y reconocieron, por primera vez, que su
contribución a los gastos públicos era insoportablemente injusta, comparada con
la de sus asalariados. Se comprometieron a corregir la desigualdad y contribuir
solidariamente a paliar la crisis desencadenada. Pasado un cierto tiempo sin
que nadie les tomase la palabra, dejaron que los sufrimientos cayeran sobre las
espaldas de los más débiles.
Ha llegado el
momento de que alguien tome las riendas para invertir el sentido de la rueda de
la fortuna. El miedo juega a favor de los que instalados en los estratos
privilegiados sostienen que todo debe seguir igual y que no hay alternativa. El
voto, sin miedo, sirve para desalojarles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario