MUJER DE LA LLUVIA
DUNIA SÁNCHEZ
No sé por qué se
empeñaba en seguir las ramas retorcidas y polvorientas que el viento le traía.
Seguía sus vuelos, sus movimientos, sus desfiguraciones como mujer de la
lluvia. Y es que llovía. Ella desnuda, en medio de una plazoleta cuya ciudad no
importa. La llamaban loca. Sí, locura por el abatimiento de su persona cuando
la juventud rozaba sus carnes. Ahora, anciana, arrugada, con una melena cana
que se revolvía en los distintos caminos que ella tomaba. Su gato iba con ella,
un gato gris y flaco. Un gato que emitía el ronronear del amor por ella. Y ella
lo acariciaba, lo besaba como se besa a los amigos eternos. La llamaban loca.
La plazoleta vacía. Solo un estanque del cual bebía y bebía esa vida que nos
apresa en la enajenación de nuestra persona. Se detuvo, era la noche más oscura
que había sentido. Astros y astros guiñándole al sentido de su existencia. Y
bailo, bailo como se danza en las hogueras para purificar el alma. Se hallaba
libre. Libre y cansada. El frío metálico era fuga, una fuga que la encerraba en
su esfera. Por un momento tuvo algo de lucidez. Se miró las manos, sus piernas
esqueléticas y se dijo me voy. “ Me voy donde las cenizas de mi muerte puedan
quedarse aquí. Sí, aquí en esta plazuela que me ha dado techo, que me ha dado
penas y más penas, que me ha dado alegrías”. Se fue, se dirigió hasta un
pequeño jardín donde una retorcida sabina daba cierta calidez y se sentó
mirando al mar. Sus negros ojos se llenaron de lágrimas, no sé si de tristeza o
alegría, qué más da. Y poco a poco su luz se fue extinguiendo a medida que
amanecía. Poco a poco su gato gris y flaco
murmullaba junto a ella la belleza de su ida.
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